Francisco Cerruti entró en el Oratorio de Valdocco de Don
Bosco a los doce años. Fue una columna noble y robusta en la consolidación de
la obra de Don Bosco y un actor entusiasmado con la memoria de su Padre en la
propagación de su imagen y su espíritu.
Cincuenta años después de su entrada en aquella bendita
Casa, escribió la siguiente declaración de nostalgias y de afectos a la
que nosotros volvemos hoy, 6 de mayo,
fiesta del joven santo gigante.
“DOMINGO SAVIO Y LOS CINCUENTA AÑOS DE LOS HUMILDES”
«La tarde del 11 de noviembre 1856 yo entraba en el
Oratorio S. Francisco de Sales de Turín. De mi humilde pueblecito pasaba a la
capital del antiguo Reino de Cerdeña; desde los cuidados de una madre
tiernísima, toda corazón y toda piedad, que guió durante 30 años mis pasos en
el camino de la vita y ahora me sostiene desde el Paraíso, la Divina
Providencia me conducía entre los brazos de un segundo padre, don Bosco, ya que
al primero, mi padre, lo perdí ante de haber cumplido yo tres años.
Me encontré, los primeros días, como perdido. Aun
estando con gusto en el Oratorio, mis pensamientos y mi corazón estaban siempre
en mi madre, sobre todo por la tarde, cuando comenzaba a oscurecer. Por eso a
las cinco, cuando llegada al estudio con mis compañeros, lo primero que hacía
era hablar un ratito con mi madre diciéndole muchas cosas por escrito, en el
mismo cuaderno de apuntes, vertiendo en él, como si la tuviese presente, todo
mi corazón. Después, secadas mis lágrimas, me ponía a trabajar en el mismo cuaderno,
que servía a un tiempo por eso para los desahogos del corazón y los deberes de
clase. Y esta música... duró bastante.
Un día, durante el recreo, mientras estaba
acobardado y pensativo, apoyado en una
de las columnas del pórtico, se me acerca un compañero de aspecto modesto,
frente serena y mirada dulce y me dice: “¿Quién eres? ¿Cómo te llamas?...” –
“Me llamo Francisco Cerruti” – “¿En qué clase estás?” – “Segundo de
bachillerato” – “¡Oh! Muy bien, siguió él; por tanto sabes latín... ¿Sabes de
dónde deriva Sonámbulo?”
– “De sonno ambulare. Pero ¿quién
eres tú?” le pregunté mirándole a la cara. – “Yo me llamo Domingo Savio” – “¿En
qué clase estás?” – “En cuarto de bachillerato” – Y sin hacer más preguntas:
“Seremos amigos, ¿no es verdad? Me preguntó”. – “Con mucho gusto”, le respondí
yo”.
Hecho esto, nos separamos, pero su fisonomía, su
actitud en aquel momento, hasta el mismo lugar en el que tuvo lugar aquel
coloquio afortunado, todo me quedó tan profundamente impreso, que lo tengo
presente como si hubiese sucedido ayer. Tuve ocasión frecuente de estar cerca
de él, de hablarle, de entretenerme con él, aun en circunstancias íntimas de la
vida, durante aquellos tres meses y medio que pasaron desde aquel primer
coloquio hasta su partida para Mondonio, que tuvo lugar la tarde del 1° de
marzo de 1857».