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lunes, 1 de agosto de 2011

Mi nombre.

Si te asomas al mapa de este mundo tan pequeño en el lugar en que crecen las ciudades en forma de palmeras tendidas en el mar, puedes ver un montón de islitas, muy cercanas unas a otras, en los Emiratos Árabes. 
Una de ellas, Al-Futaisi, es propiedad de un jeque, Hamad Bin Hamdan Al Nahyan. Y ha tenido el gusto de que su nombre (sólo HAMAD: todo no cabría) aparezca bien claro a los ojos del espectador. Espectador desde un satélite o espectador de alguna de las fotos hechas desde esos incansables vigilantes de la mañana. Las letras son canales excavados en la arena. Las dos primeras, HA, como bien puedes ver, son navegables porque están comunicadas con el mar. La superficie que ocupan las cinco letras de su nombre es de tres kilómetros cuadrados: 3 x 1 km2. 
El jeque tiene muchas cosas más. Pero para verlas (como son más pequeñas) debes hacer un viaje y llegarte hasta su museo-pirámide, donde lucen, por ejemplo, sus 200 automóviles, siempre a punto para ser contemplados.         
Es inexplicable la poca atención que prestamos a nuestro ego. No es que te proponga soluciones como la anterior. Pero sí que eches un vistazo a cómo te ves y te preocupes menos de cómo te ven. Cada uno de nosotros es la ejecución vital de un proyecto que viene de lo alto, queramos o no queramos, creamos o no creamos. Nuestros padres, primero, con todos los que han mariposeado alrededor de nuestra vida, y nosotros más tarde, hemos puesto las manos en esta pasta de la que está saliendo (¡esto nunca se acaba: siempre cabe seguir modelando!) la obra de arte que estamos destinados a ser. Nuestros padres nos ayudaron a comprender que éramos noble barro y contribuyeron acertadamente a modelar rasgos ejemplares. O nos hundieron porque nos dijeron que de aquel lodo no llegaría nunca a salir algo que mereciese la pena. Y se lo creímos. Pero, si hubiese sido así, estamos o hemos estado equivocados. Porque, en guardia para oír qué dicen los otros de nosotros, perdemos la oportunidad de vernos como somos. Y dejamos de continuar la silenciosa, inacabable, a veces dura y exigente, misteriosa, maravillosa tarea de labrarnos como el Creador de todas las cosas nos ha pensado.

sábado, 2 de julio de 2011

El espejo.

¿Cuántas veces al día nos miramos al espejo? “Nunca las he contado”. “¡Qué tontería: ¿le interesa a alguien, me interesa a mí mismo?”. Y sin embargo, ¿cuántas veces nos hemos mirado al espejo en nuestra vida?
Lo que es seguro es que ante el espejo nos hemos dicho al menos alguna vez: “¡Pues no estoy tan vieja!”. “Mi cara despierta atracción. Por eso me miran tanto”. “Ya quisiera fulanita tener mis ojos”. “Creo que caigo bien”. “Me gustaría tener la nariz más pequeña. Lo demás, muy bien”. “Qué bien estoy a pesar de mis años”.
Es decir, hacemos un análisis de nuestra persona. Porque, además de la cara, lo mismo hacemos con nuestra conducta, con nuestra forma de movernos, de tratar, de responder, de preguntar, de comentar, de criticar, de morder...
¡Cuánto hablamos de los demás! ¡Y qué poco sabemos de lo que los demás hablan y piensan de nosotros!  “¡Porque no tienen nada que echarnos en cara!”.
Con unos pocos versos de esos que ácidamente vertía Unamuno sobre el mundo que veía (¡y sobre sí mismo!), nos orienta en el ejercicio general de autocomplacencia ante el espejo de nuestra benévola autocrítica
No, nadie se conoce, hasta que le toca
la luz de un alma hermana
que de lo eterno llega
y el fondo le ilumina.
Cuatro versos con muchas verdades. Algunas de ellas, como ejemplo: que a lo peor nos pasamos la vida sin conocernos; que para conocernos necesitamos el espejo de un alma hermana; que podemos vivir sin tener, sin sentir la necesidad, sin buscar el alma hermana; que nos molestaría  terriblemente que un alma hermana nos lanzase la luz de la sinceridad sobre el fondo de esta nuestra otra alma; que fraternidad sí, pero que la fraternidad se meta donde no la llaman, y menos en mi fondo, eso habría que verlo; que no le veo ni gracia ni respeto a que alguien toque con su luz lo que yo tengo en mi fondo sin meterme con nadie… Y, además, ¿una luz que de lo eterno llega? ¡Es demasiado!: meterse en el fondo de uno, ¡mal! Pero pretender que la luz con que quiere iluminar mis fondos venga de lo eterno, en absoluto. Es un derecho que no acepto.
¡Y sigo sin conocerme!

jueves, 30 de junio de 2011

¿Amigos?

Una de las riquezas de las que solemos hablar con más ligereza es la amistad. Por eso choca con el contraste de esa ligereza lo que algunos varones sesudos dijeron de ella. He aquí una corta muestra.
Por ejemplo, Cicerón, hablando en su reflexión sobre la amistad afirmaba: “Parece que arrancan del mundo el sol los que suprimen de la vida la amistad, porque de los dioses inmortales no tenemos nada mejor, ni más gozoso”. Y enfrente de él, Lucio Sergio Catilina, en el discurso a los que quiso atar consigo en su conjuración, según Salustio, afirmó: “En querer lo mismo y odiar lo mismo está la amistad indeleble”.
Cerca de nosotros Gregorio Marañón lo expresaba de un modo casi místico que despierta asombro por su estima de la amistad:
Yo me pregunto: Señor,
¿es que hay alguna verdad
por encima del amor?
Y oí una voz interior
que me dijo: la amistad

Cuando san Agustín recuerda los últimos días de la vida de su madre Mónica, en Ostia, a la espera del barco que los llevase a África (pero se adelantó la muerte), escribe:
"... Recorríamos paso a paso todo el mundo, considerando internamente tus obras y admirándonos. De esta manera alcanzábamos nuestro espíritu, pero también lo sobrepasábamos para llegar al reino de la fecundidad inagotable. Y al hablar de este modo y anhelar la verdad, llegamos a tocarla un momento con toda la fuerza del corazón… Mi alma fue herida profundamente y mi vida quedó desgarrada, pues su vida y la mía habían llegado a formar una sola".
Sólo siendo una misma realidad (¡y qué difícil es serlo!) se llega a tocar la verdad que se encuentra en el reino de la fecundidad inagotable. Lo que nosotros llamamos frecuentemente amistad (“Tengo un amigo”, “Mi amigo y yo…”) suele quedar en un acuerdo tácito para aguantarse, para apoyarse, para no estar solos, para cohonestar lo que de otro modo, sin el “visto bueno” del “amigo”, habría quedado en una mala intención.

sábado, 18 de junio de 2011

No hay mal que por...


… (para) bien no venga. A veces. Pero es bueno suponer que cuando algo no ha ido bien estamos en una de esas veces y es sabio aprovecharla. Fue el caso del vino Tokaji Aszú. Cuentan que Luis XIV dijo al probarlo: "Este es el vino de los reyes y el rey de los vinos". Y en algunas de sus ediciones en la etiqueta consta como lema, en latín, que es más solemne, VINUM REGUM 1650 REX VINORUM, debajo de una corona formada por tres hojas de vid. Tokaji significa "aquí", "de aquí" y es el nombre de la colina en que se produce en el Noreste de Hungría. Y Aszú, “secado”.
Parece que, hacia 1659, ante la amenaza de la invasión turca se decidió retrasar la vendimia en la zona.
Esperaron un mes. Mientras tanto, parte de las uvas de la parte inferior de los racimos se marchitó a causa del hongo Botrytis cinérea, abundante en la zona, que afectó a las uvas inferiores de los racimos llenas de agua por las lluvias de otoño. Pero lo que se presentó como una desgracia, se convirtió en una fortuna. Porque esas uvas afectadas dan al vino obtenido en la prensa de las “normales” su sabor especial. Estas uvas afectadas se recogen, una a una, a lo largo de algunos días por el diferente grado de "maduración". De ellas destila un néctar con casi el 70% de azúcar, con 3,5º, que se añade al vino nuevo o mosto en distintas proporciones: Según el número de puttonyos o serones de uva afectada se obtienen vinos más o menos apreciados. El de 3 puttonyos es el más modestito y con 6 alcanza su cima y más alto precio.
¿Por qué perdemos humor, fuerza y cuajo cuando algo se nos tuerce? Hacer de tripas corazón no es un disparate cuando la cirugía moderna nos abre tantos caminos para enderezar entuertos, perdonar errores, tomar lo que nos parece un despojo y convertirlo en un tesoro.
Debemos descubrir esa oficina de milagros al alcance de nuestra aparente poquedad. Cuando se ama se engendra vida. Y el amor es natural cuando lo que tenemos delante, personas, animales o cosas, nos entusiasma o se nos convierte en amable por obra de nuestro buen deseo. Cuando alguien o algo, en cambio, se nos presenta como un desecho, es cuando nuestro amor puede hacer un milagro. Todos nosotros hemos tenido ocasión de ver brotar una sonrisa en la persona ajada a la que hemos sonreído. Pero a lo mejor (a lo peor) hemos perdido esa ocasión.

domingo, 12 de junio de 2011

Catones.


Hubo y hay muchos Catones. Yo diría que todos buenos. Vamos con algunos y empezamos por Marco Porcio Catón, “el censor”, de familia humilde (234-149 aC). Fue casi un “humanista” dieciocho siglos antes del Humanismo. Fue político notable (por ejemplo, siendo procónsul en España, sometió a los hispanos siempre rebeldes: ¡y ya es mérito!), militar eficaz (tomó parte, por ejemplo, en la batalla de Metauro, donde el sol cartaginés empezó su declive), fecundo escritor y agricultor. Fue sucesivamente tribuno, pretor, cónsul y censor. Como tal, se distinguió por la enérgica defensa de las tradiciones romanas de los mayores, frente a las corrientes que empezaban a llegar de Grecia con el lujo como bandera.
Vamos con otro Catón. Es la firma de un gran catedrático mexicano actual, abogado y prolífico periodista, Armando Fuentes Aguirre. Y para que se vea su enorme valía como pensador de fresca profundidad y la razón, sin duda, del seudónimo apuntado, se ofrece a la lectura una demanda en favor de la limpieza, la belleza y la riqueza de la vida sencilla.  
Me propongo demandar a la revista "Fortune", pues me hizo víctima de una omisión inexplicable. Resulta que publicó la lista de los hombres más ricos del planeta, y en esta lista no aparezco yo. Aparecen, sí, el sultán de Brunei, aparecen también los herederos de Sam Walton y Takichiro Mori. Figuran ahí también personalidades como la Reina Isabel de Inglaterra, Stavros  Niarkos, y los mexicanos Carlos Slim y Emilio Azcárraga. Sin embargo a mí no me menciona la revista.
Y yo soy un hombre rico, inmensamente rico. Y si no, vean ustedes: Tengo vida, que recibí no sé por qué, y salud, que conservo no sé cómo. Tengo una familia, esposa adorable que al entregarme su vida me dio lo mejor de la mía; hijos maravillosos de quienes no he recibido sino felicidad; nietos con los cuales ejerzo una nueva y gozosa paternidad. Tengo hermanos que son como mis amigos, y amigos que son como mis hermanos. Tengo gente que me ama con sinceridad a pesar de mis defectos, y a la que yo amo con sinceridad a pesar de mis defectos.
Tengo cuatro lectores a los que cada día les doy gracias porque leen bien lo que yo escribo mal.
Tengo una casa, y en ella muchos libros (mi esposa diría que tengo muchos libros, y entre ellos una casa). Poseo un pedacito del mundo en la forma de un huerto que cada año me da manzanas que habrían acortado aún más la presencia de Adán y Eva en el Paraíso. Tengo un perro que no se va a dormir hasta que llego, y que me recibe como si fuera yo el dueño de los cielos y la tierra.
Tengo ojos que ven y oídos que oyen; pies que caminan y manos que acarician; cerebro que piensa cosas que a otros se les habían ocurrido ya, pero que a mí no se me habían ocurrido nunca.
Soy dueño de la común herencia de los hombres: alegrías para disfrutarlas y penas para hermanarme a los que sufren. Y tengo fe en Dios que guarda para mí infinito amor.
¿Puede haber mayores riquezas que las mías? ¿Por qué, entonces, no me puso la revista "Fortune" en la lista de los hombres más ricos del planeta?"
¿Y tú como te consideras? ¿Rico o Pobre?

viernes, 27 de mayo de 2011

La Envidia: ¿endemia? ¿pandemia? ¿se cura?


1969 ¡En la Luna!

Se lee en revistas especializadas que Buzz Aldrin (Edwin E. Buzz Aldrin, nacido en 1930) había sido el mejor en todo y siempre. Voló en 66 misiones de combate en la Guerra de Corea y fue una de las figuras más importantes en el Programa Apolo de llegada a la Luna en 1969 como piloto de la tripulación de la misión de Apolo XI, siendo la segunda persona en pisar la Luna después del comandante de la misión, Neil Armstrong. Pero a su regreso a la tierra entró en una profunda depresión y unos meses más tarde empezó a tener problemas con el alcoholismo. Parece que ese proceso, que supo, quiso y pudo  superar, se debió a no haber sido el primero. Ser el primero en pisar la Luna fue un acontecimiento en la historia de los avances del hombre en conocer el universo.
Cuando San Agustín, agudo y buen conocedor del corazón del hombre, experto en historias humanas a partir de la suya, decía de la envidia que «es fiera que arruina la confianza, disipa la concordia, destruye la justicia y engorda toda especie de males» decía muchas verdades muy redondas y muy seguidas. 
En realidad, es una enfermedad. Y aunque se ha dicho muchas veces que es la endemia más grave del alma española, hay que pensar que es una pandemia que acompaña al hombre (¡y a la mujer!) en todas partes desde que existimos.
«La envidia - escribía Plinio el joven (¡qué noble la estirpe la de los Plinios, viejos y jóvenes!) -  y aun su apariencia es una pasión que implica inferioridad dondequiera que se encuentre».
Pero si creemos que San Agustín y Plinio tenían razón, será provechoso que, para nuestra propia educación y la educación de los que aprenden de nosotros, tengamos presente una advertencia de las que dictan los sabios, quedando por decir otras, muchas y más importantes,  que también dicen y que es fácil evocar.
La envidia anida en el instinto de quien vive buscando junto a otros. Es un impulso natural y “social”. Por lo cual, cuando formamos y nos formamos, no podemos poner por delante de todo (ni detrás) la convicción de que se debe vivir intentando ser el mejor. Estaríamos admitiendo la propia inferioridad y restando confianza en sí mismo. Porque ¿quién llega a creerse el mejor sin llegar a ser uno de los más tontos? 
Ser uno mismo es la meta del proyecto de sí que se vive cada día. Implica autoestima, es decir, confianza en sí mismo, que se alimenta con el afecto (¡el afecto!: porque se da afecto invenciblemente al que es “él mismo” y no pretende ser o parecer más que los otros) de los que nos rodean. Se ama al que muestra ser lo que es. Se rechaza, se aleja, se condena y, desde luego, no se ama al que se adorna para “parecer”.  
Cuando Gertrudis le dice a Hamlet que “parece”… éste contesta: “Yo no sé parecer sino ser”.  No era el mejor, ni se lo creía, pero por encima de todo quería ser el que era.

martes, 10 de mayo de 2011

Chismorreos y estanterías.

En una sabrosa conversación con una joven pareja nórdica de jubilados llegué en un momento a interesarme por su familia. Pero inmediatamente sentí la necesidad de pedirles que me excusasen por mi inoportuna pregunta. “En absoluto. Nos encanta hablar de ella… Vivimos con agrado en España… Con frecuencia bajo al bar que hay debajo de nuestra casa y tomo parte en las conversaciones de mis amigos, buenas personas, buenos amigos… Bueno, escucho, porque debo aprender español. Ya he aprendido algunos tacos, aunque no los manejo bien. Y por eso no los uso… Una cosa que me llama la atención, y me extraña, es que sólo (¿o dijo siempre?) hablan de mujeres, de fútbol, de los políticos… Para aprender español y cultivar la amistad me va bien. Pero echo de menos que no hablen alguna vez de la familia, del deporte, de la política… ”.
No estaría de más que repasásemos la estantería de nuestros verdaderos y urgentes intereses, la estantería de nuestra vida más profunda. Por ejemplo: la balda de nuestras ideas ¿está suficientemente poblada? ¿Atiendo a nutrir el anaquel de mis sentimientos con alimentos sanos y provechosos para la salud de mi persona, aunque sean un poco difíciles de digerir? ¿Qué hay en el estante de criterios? ¿Vacío? El arte, la sabiduría de la belleza, del orden, del buen gusto, de la elegancia interior ¿llenan - o esperan a llenar sin llegar nunca - esta repisa en la que veo, en cambio, un poco de polvo indiferente? ¿Qué espacio he dedicado al album fotográfico familiar, que podría estar lleno de ejemplares figuras, de herencias espirituales densas, de ejemplos admirables y alentadores? ¿Caben en algún sitio los sabios tratados que enseñan a educarse y a educar? Los intereses de Dios y de su Enviado ¿ocupan algún lugar en esa otra tabla de “Varios” o “De todo un poco”?  
Hay quien respira mal: cree que el aire fresco, limpio, de las alturas, con su poco de movimiento y de esfuerzo, le perjudica. Y lo evita. Le gusta más el que se respira en medio de la masa, el de todos, el que no exige esfuerzo de salir, de subir, de elevarse. Porque el humo del tabaco, al que han exiliado y anda ahora por los aledaños de la convivencia muchas veces de acera, se ha llevado consigo parte del chismorreo que sirve de pasto a la mente, de aire a los pulmones ya bastante averiados del espíritu, de materia trasfundida a nuestra anémica o mala sangre?