En la
provincia de Guizhou, en el suroeste de China, el estallido anual de los
cerezos colorea las ciudades de rosa y blanco. ¡Empieza la Primavera! Ahí
arriba la tenemos en una pequeña muestra fotográfica. Esta gozosa llegada no se
da, naturalmente, solo en Guizhou. El Valle del Jerte, El Hornillo, Albalate, Corullón, Los Molinos… son otros
tantos lugares donde amanece el Sol en forma de flores blancas o rosas que
parecen posarse en los árboles.
Y más allá el Sakura japonés, los cerezos en Flor de Washington, el Festival de Gunhang en la ciudad de Jinhae,
el Handargerfjord en Noruega frente a las
cumbres heladas, y en Canadá con los cerezos de Vancouver que nos sugieren una
cálida reflexión.
En Vancouver, desde los
últimos días de marzo y las primeras semanas de abril, se celebra el Festival del Cerezo, en el que está presente el Japón.
Algunos canadienses se enfundan en kimonos y hanamis. Hace ochenta años las
ciudades japonesas de Kobe y Yokohama regalaron 500 cerezos a Canadá en
recuerdo y agradecimiento a los canadienses-japoneses que murieron en la
Primera Guerra Mundial. Y en 1958 el cónsul japonés regaló otros 300 ejemplares
con lo que la ciudad se ha convertido en un árbol familiar de los habitantes de
Vancouver.
La flor del cerezo nos
enseña a ser, entre los que nos tratan, y a enseñar a los que aprenden de
nosotros el aprecio hacia los preciosos regalos de la naturaleza, prontitud en
servir y alegrar, belleza en subrayar la nobleza de lo humilde, color y alegría
para el monótono sucederse de los días y antídoto contra la enfermedad de la
apatía, la indiferencia, el cansancio de vivir, el vacío de la esperanza hacia
el futuro.
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