La plataforma FLIGHTRADAR24,
como sabes, es una aplicación de seguimiento de vuelos en Google Play que
incluye a cien países. Seguramente has tenido el deseo de pasar un rato
siguiendo el vuelo de algún avión en tiempo real, porque, al conocer su
procedencia y el tiempo del vuelo, te fue fácil dar con él. Y pudiste ver las
horas de despegue y de llegada o su retraso real. Y muchos datos más sobre la
aeronave y los aeropuertos interesados.
He empezado con esta leve y profana referencia para
adentrarme un poco en el interés que desplegamos sobre los mundos de los que
solemos tener curiosidad. Y de los que leemos, vemos o escuchamos en otros
medios. Y de la inutilidad de conocerlos porque ni nos sirven, ni nos orientan,
ni nos aportan nada, ni podemos modificar su trayectoria, ni podemos acceder a
ellos para corregir su rumbo.
Es decir, la curiosidad nos abre acceso con su atractiva
facilidad a cosas que ni nos van ni nos vienen, pero que nos regalan el placer
de llegar a ellas de ese modo.
Todo ello (o casi todo) es bueno: nos enriquece, estimula
nuestra imaginación constructora, nuestra capacidad para juzgar, decidir y hasta
para formular alguna solución a los posibles problemas descubiertos.
Despertemos ahora de esa evasión de los aviones y recorramos
de arriba a abajo el panorama de nuestra vida, de la vida de los que la comparten
con nosotros, de los que nos piden sin palabras que nos interesamos por el
fondo de su espíritu, que manifestemos de un modo no anecdótico nuestro auténtico
interés por ellos.
He oído decir alguna vez a una muchacha: “Mi madre no me
quiere”. Yo estaba seguro de que no era verdad. Pero igualmente seguro de que
su madre no la miraba. Porque esta clase de “aviones” hay que mirarlos para que
no se vengan abajo. Y no hace falta decir a cada padre y a cada madre que su
hija y su hijo creen en el amor, pero que a lo mejor (a lo peor) no lo
sienten.
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