Al perro que desde 1854 hasta 1864
esperaba a la puerta y acompañaba a Don Bosco en su salida hacia Turín le
llamaron los muchachos, por su color, El Gris. Conoces bien aquella
forma especial de defensa que sin duda se le regalaba a Don Bosco en tiempos
calamitosos de pobreza y violencia.
Resumo lo que el coadjutor
salesiano Renato Celato narraba con ocasión de la inauguración del gran templo
dedicado a Don Bosco en Cinecittà, Roma, a primeros de mayo de 1959 para la que
se había llevado desde Turín la urna con el cuerpo del Santo.
En el regreso a Turín se detuvieron en la casa
Salesiana de La Spezia: un perro estaba junto a la puerta de la iglesia. El
señor Bodrato intentó alejarlo dándole una patada. El perro no reaccionó. Al
llevar la urna al templo, entró el perro. El Director pidió a los policías que lo
echaran. No lo lograron. Se quedó en la iglesia hasta mediodía.
«Cuando iban a cerrar la iglesia, el perro salió al
patio entre los muchachos que le acariciaban. Yo me uní a ellos.
Fuimos a comer en el primer piso: El perro subió hasta allí y tranquilamente empujó la puerta, entró en el comedor y se puso a pasear entre las mesas.
Fuimos a comer en el primer piso: El perro subió hasta allí y tranquilamente empujó la puerta, entró en el comedor y se puso a pasear entre las mesas.
Le ofrecieron pan, carne, salame... No lo tocó. Un
salesiano le dio una patada para alejarlo. El perro no se inmutó y se quedó
hasta el final de la comida paseando entre los presentes. Poco antes de la
oración de gracias, abrió la puerta y salió.
Volvimos a la iglesia para continuar el viaje.
Estaba bajo la urna. ¿Cómo había entrado si la iglesia estuvo cerrada? Después
de cargar la urna en el furgón le saqué una foto.
Salimos hacia Génova-Sampierdarena, pasando por el puerto del Turchino. Don Fidel Giraudi, que iba junto a mí en el coche, me decía de vez en cuando: “¡Fíjate y mira si sigue el perro!” Y seguía. Siempre detrás de nuestro furgón, también en los pueblos. Lo vi todavía hasta la tercera curva. Después despareció».
Salimos hacia Génova-Sampierdarena, pasando por el puerto del Turchino. Don Fidel Giraudi, que iba junto a mí en el coche, me decía de vez en cuando: “¡Fíjate y mira si sigue el perro!” Y seguía. Siempre detrás de nuestro furgón, también en los pueblos. Lo vi todavía hasta la tercera curva. Después despareció».
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