Por lo que sea este
verano de 2016 Roma, una ciudad que fascina por su historia, su nobleza y su
belleza, está resultando especialmente insoportable por la presencia de
animales extraños en la ciudad y extrañamente atrevidos. Las crónicas refieren
la actividad de gaviotas, ratas y ratones, moscas, mosquitos y otros insectos y
hasta zorros y jabalíes – dicen – en sus aledaños. Y tres semanas más
tarde, incendios espontáneos o provocados.
Hace muchos siglos Roma
era una ciudad en la que la aglomeración y el ocio de muchos de sus habitantes
hacían imposible transitar por las vías Appia y Flaminia. El Argileto, el Vicus
Tuscus y la Suburra eran un frenesí, un ruido inacabable, un estrépito
inaguantable. Y los peligros se cernían sobre los viandantes por la noche.
Juvenal lo describía de este modo mordaz: “¡A la calle lo que sobra!”.
De mucho tiempo antes
de ahora, nos dice Marcial: “No te dejan vivir; de noche los panaderos; por la
mañana los maestros de escuela, a todas horas los caldereros que golpean con su
martillo: aquí es el banquero que, no teniendo otra cosa que hacer, revuelve
sus monedas en sus sórdidas mesas; allí un dorador que con el bastoncito da en
una piedra reluciente. Sin interrupción los sacerdotes de Belona, poseídos de
la diosa, lanzan gritos furibundos… El náufrago, con un trozo de madera colgado
al cuello, no acaba nunca de repetir continuamente su historia; el pequeño
hebreo, amaestrado por su madre, de pedir limosna lloriqueando; el revendedor
legañoso de ofrecerte las pajuelas para que se las compres, y cuando las
mujeres con sus sortilegios de amor hacen que se oscurezca la luna, todo el
mundo halla a mano algún objeto de cobre que aporrear, hasta que se desvanece
el hechizo”. Y Juvenal remacha: “¡Cuesta una fortuna dormir en Roma!”.
Las cosas no son nuevas en la historia. Pero lo que es siempre viejo es la inercia que nos lleva a comportamientos que no son humanos. Basta repasar la crónica social de las ciudades en nuestro siglo XXI para descubrir que las grandes ciudades (sobre todo las grandes) se han convertido (sobre todo en algunos barrios) en zoos humanos donde la convivencia se hace difícil, si no imposible, a no ser que asumas o al menos mimetices el comportamiento de los que las dominan. ¡Y eso nunca! Nunca “¡A la calle lo que sobra!”.
Las cosas no son nuevas en la historia. Pero lo que es siempre viejo es la inercia que nos lleva a comportamientos que no son humanos. Basta repasar la crónica social de las ciudades en nuestro siglo XXI para descubrir que las grandes ciudades (sobre todo las grandes) se han convertido (sobre todo en algunos barrios) en zoos humanos donde la convivencia se hace difícil, si no imposible, a no ser que asumas o al menos mimetices el comportamiento de los que las dominan. ¡Y eso nunca! Nunca “¡A la calle lo que sobra!”.
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