Parecería que una persona tan seria como Emmanuel Kant (¿has visto algún retrato suyo?) no iba a preocuparse de la felicidad y menos de la felicidad concreta de cada ser humano. Lo lógico es que dedicase su atención el empirismo, a la estética trascendental y al mundo de los fenómenos. Pues no señor. Un amigo, conocedor de su pensamiento, me dice que propuso esta fórmula para ser feliz: Algo en que creer. Un ideal que vivir. Una persona a quien amar. ¿Nos lo puso fácil?
Lo de creer se entiende bien y parece que está al alcance de la mano. Pero hay que acertar con ese algo. Y basta repasar la lista de los muchos algos en los que creímos (cosas, acciones, iniciativas, personas, amigos, instituciones…) para darnos cuenta de que hoy vivimos apoyados, es decir, creyendo, en algo que, ni siquiera por costumbre, nos hace de verdad felices. ¿Qué hacer entonces para empezar por el principio en el camino de felicidad que me propone Kant? Analizar sabiamente (¡eres sabio, no te arredres!) cada uno (o, al menos, alguno) de los algos que todavía no son apoyo de mi vida, no son fuente de mi felicidad, programar cómo acercarme a él y abrazarlo con fuerza.
Un ideal que vivir es un flujo de vida que dé respuesta cabal al proyecto de mi existencia. Nadie acepta como ámbito de vida un programa que convierta las tardes en siestas. Ni tampoco un proceso de ganancias, honradas y crecientes si se quiere, pero que de ideal tiene tan poco como el de nadar en el césped que rodea la piscina.
Ideal debe significar la plenitud de un deseo. Y no es fácil aceptar que la plenitud quede en algo que no sea el infinito. Porque es posible idear, pero cuando se desea lo imposible, es lógico que el resultado sea la decepción.
Oscar Wilde escribía: Cuando se desea algo se es infeliz, pero el que lo consigue lo es más. ¿Por qué? Tal vez porque nos echamos en cara no haber deseado más. O porque el algo deseado y alcanzado es tan vulgar como yo. O porque lo que vimos como ideal era algo que no podía saciar mi infinita necesidad de ser.
Tener una persona a quien amar es más fácil. ¡Hay tantas! León Tolstoi decía: No hay más que una manera de felicidad: vivir para los demás. Sus obras El reino de Dios está en vosotros, Anna Karénina, Guerra y paz, Últimas palabras han sido modelos de serenidad e inteligencia. En la última citada nos deja la fórmula: “que vivamos según la ley de Cristo: amándonos los unos a los otros, siendo vegetarianos y trabajando la tierra con nuestras propias manos”.