domingo, 19 de noviembre de 2017

Enamorado de España.

A los quince años descubrió en México Archer Milton Huntington la grandeza y riqueza histórica y cultural de España. Y ya desde entonces soñó con rodearse de algunos de sus valores literarios, artísticos e históricos. Y en 1904, cuando contaba con 34 años y el notable respaldo económico recibido de su familia, fundó la Hispanic Society of America y el museo que ofreciese a todo el mundo, entre las calles 155 y 156 de Broadway, la riqueza de sus valiosas y acertadas adquisiciones y ediciones.
Una de ellas, en tres tomos (con primera versión inglesa completa al lado del texto original) fue la del Cantar de mio Cid. Adquirió pinturas de Goya, El Greco, Zurbarán, Ribera, Alonso Cano, Velázquez, Fortuny, Casas, Rusiñol, Nonell, Zuloaga y, sobre todo, de Sorolla, al que mantuvo algún tiempo junto a sí para decorar el plural monumento de cultura española. Donde hay también esculturas y objetos artísticos españoles de cerámica y orfebrería, más de quince mil libros anteriores a 1700, copias únicas y primeras ediciones de Tirant lo BlancLa CelestinaEl Quijote y Sor Juana Inés de la Cruz, 250 incunables y la colección de manuscritos hispánicos más extensa fuera de España junto a fueros medievales, cartas hológrafas reales y de navegación, biblias iluminadas, libros de horas... A ello se añade una colección muy amplia de literatura del nuevo continente: catecismos y diccionarios de las lenguas amerindias y documentos históricos y literarios. La Sociedad publicó más de 200 libros monográficos sobre la cultura hispánica.
Preparó varias exposiciones de arte, especialmente, por su volumen, de las obras de Joaquín Sorolla en 1909.
Sin duda conoces a este eximio catador de valores hispanos y sin duda trazas de él la imagen de un hombre enamorado de un aspecto del saber y embellecer la vida, de un propagador de esa cultura y belleza y te entra un poco de envidia.
No lo vamos a igualar en esos logros tangibles. Pero ¿por qué no dar a mi hermosa tarea de modelar el alma de mis hijos, de mis discípulos, ese aire de sólido sueño que los haga crecer en ideales posibles, metas factibles, creaciones al alcance de su mano?  
¡No cejes!

viernes, 10 de noviembre de 2017

Ultracrepidario: no juzgue por encima...

Probablemente la palabra ultracrepidario es fea. Pero así le llamó hace ya muchos años William Hazlitt a otro William, William Gifford, porque le había criticado repetidamente su estilo literario. Y cuatro años más tarde, en 1823, un amigo de Hazlitt, Leigh Hunt le arrojó el mismo epíteto en defensa de su amigo. Eran hombres que se bañaban en la cultura clásica.  
Los que la dominan hoy, aunque no se peguen con sus colegas, saben que todo viene de aquella diatriba que se entabló hace como 2350 años entre el pintor Apeles de Coo y un zapatero. Lo contaban, en Latín, naturalmente, Valerio Máximo y Plinio el Viejo con casi iguales palabras: “Ne supra crepidam sutor predicaret” le dijo el pintor al que puede traducirse como “Que el zapatero no juzgue por encima de la sandalia” (ultra equivale a super o supra).
Un zapatero le dijo a Apeles que las sandalias no son como las había pintado. Y parece que Apeles le escuchó con sosiego. Al día siguiente el zapatero, engreído al ver que Apeles le había hecho caso y había corregido, le criticó también la pintura de una rodilla. La respuesta del paciente Apeles fue la que ya has leído. En griego naturalmente.
Breve y abreviadamente se suele decir en castellano: Ne sutor super crepidam. Y me viene este recuerdo cuando en estos días pasados se oye criticar sobre política y se escuchan propuestas sabias sobre el modo de conducir el rebaño humano. Y no sólo sobre Política, sino sobre todo lo que hay debajo del Cielo (ojalá no intenten escalarlo).
Hay quien tal vez sepa mucho de lo suyo (¡vaya usted a saber!), o tiene una hornacina en la galería de honores humanos (o cree tenerla), o se considera oráculo de la verdad porque dispone de un papel o un micrófono, o es un as en un cierto arte o profesión, y se dispone a decir a los responsables, que se supone que son expertos, cómo deben hacerse las cosas según su consejo.
Son igual que esos veteranos que generalmente con buen humor pasan horas contemplando una obra pública y callejera  e intercambiando opiniones sobre el modo de rematarla. 

domingo, 5 de noviembre de 2017

Marvelli: un político declarado santo.

Don Bosco no trató a Alberto Marvelli. Pero Alberto a Don Bosco sí en su Ferrara natal (1918) y en Rímini (Italia) donde vivió, se entregó y murió (arrollado por un camión) en 1946. Fue un joven comprometido en la política sabiendo que la política es el arte y profesión de servir amando a los demás empezando por los que tienen menos voz: en la política la limpieza de su vida, la transparencia de su conducta, la alta condición de sencilla dignidad y corrección le convirtieron en un joven maestro de servicio a sus conciudadanos.
Su madre fue para él fuente y maestra de una vida empapada de alegría, entregada al servicio de los demás, especialmente de los pobres, deportista (¡su bicicleta arrollada por el camión el 5 de octubre!), maestro de fe y de afecto en la catequesis, el Oratorio Salesiano y la Acción Católica. Aunque tuvo que alistarse en 1941 (después de acabar la carrera de ingeniería) en una guerra que siempre condenó, le libró el hecho de que sus tres hermanos mayores ya estaban en el frente.
Italia quedó desolada en la segunda guerra mundial. Por eso desarrolló una gran labor de ayuda a los pobres y fue uno de los factores más entregados y menos interesados para sí mismos de la reconstrucción de su ciudad. Muy pertinazmente en la política pero también y no menos generosamente llevando y dando personalmente lo que hacía falta dar, aunque se quedase sin ello. El recorrido en bicicleta por muchos lugares y rincones de su ciudad acababan con el regalo de alimentos, compañía, consuelo y apertura a la confianza en Dios y en los hombres.
Fue declarado Beato por el Papa Juan Pablo II en Loreto el 5 de octubre de 2003.

martes, 31 de octubre de 2017

Pomerium: poniendo los fundamentos.

Dos de las culturas más ordenadas del pasado fueron, sin duda, la etrusca y la romana. De la primera vino la segunda. Para ellos, en el ajetreo de pensar y ordenar una ciudad nueva, había un precepto que seguían fielmente. Repasémoslo con brevedad.  
Se buscaba una superficie llana. En ella una yunta de bueyes, guiada por un sacerdote, trazaba un primer surco de forma cuadrada o rectangular, que constituía el pomerium de la futura ciudad.  
En el centro de cada lado se levantaba el arado, porque allí irían las puertas: una en cada punto cardinal. La zona central interior, futura calle que iba de Este a Oeste, se llamaba Decumano Máximo. La otra calle, perpendicular a la primera, que iba de Norte a Sur, era el Kardo Máximo. Y en su cruce, centro de la ciudad, se hacía un agujero o mundus cubierto con una losa que llevaba esta inscripción UBI TERRA PATRUM IBI PATRIA. Sobre el mundus se colocaba la groma, instrumento para el trazado recto de las calles. Y los augures hacían los sacrificios oportunos para conocer las condiciones salubres del lugar estudiando los hígados de los animales sacrificados.
Debemos estas noticias a Hyginus gromaticus, agrimensor en tiempos del emperador Trajano, autor de varios libros de agrimensura cuyo apellido-apodo se debía a su oficio, como habrás intuido.
Proyectar, ordenar, construir, dotar una nueva ciudad romana era una labor delicada, precisa, exigente y larga. Se trataba de obtener el favor de los dioses, aplicar al arte a los estudiosos, acertar con el Sol y sus solsticios y lanzar la vista a la lejanía para lograr calles perfectamente alineadas.
¿Y mis hijos? ¿Y mis pupilos? Empezamos soñando. Creemos que ya nos vienen hechos. Nos molestan sus desvíos, aun los más pequeños. Y nos fastidia tener que decir, una y otra vez, las cosas, porque no acaban de entender que las queremos así y asá y no como a ellos les parece. 
No acertamos. Y no porque no tengamos razón (que alguna vez sí la tenemos), sino porque no hemos aceptado que la educación es cosa del corazón, no de la cabeza (no siempre y fundamentalmente).
Esas palabras que quedan subrayadas son de Don Bosco. Él tuvo una madre a la que quiso entrañablemente y de la que recibió siempre toda su entraña. Aprendió a educar al sentirse educado por ella. Y el carácter de Juan Bosco, ya desde niño, no era precisamente el de una persona endeble. Pero se dejó educar por quien le amaba, especialmente su madre, Margarita, y don Juan Melchor Calosso que le modeló como hombre cuando solo tenía catorce años.