La Galleria degli Uffizi que sin duda
conoces, aunque no hayas estado en Florencia, es un singular edificio
construido a partir de 1560 por el gran Giorgio Vasari para Cosme I de Medici.
Su destino era el de oficinas para la administración. De ahí el nombre que tuvo
al nacer y que ha conservado. Pero en 1765, desaparecidas desde hacía tiempo
las oficinas que lo motivaron, Ana María de Medici lo abrió al público como
museo, ya que en él se encontraban obras de arte de gran valor histórico y artístico.
Una de ellas era La Adoración de los
Magos que Leonardo de Vinci había pintado entre 1481 y 1482.
Hace
pocos días ha vuelto, restaurada con exquisito cuidado, después de casi seis
años de ausencia. Los entendidos dicen que en esa luminosa pintura sobre
madera, de 246 x 243 centímetros, se pueden identificar elementos que serían
después llevados a otros cuadros por el mismo genio.
Para
esta sencilla reflexión que ofrezco me agrada referirme a la estructura que se
ve en el fondo del óleo. Son dos escaleras paralelas que, se supone, dan acceso
a un palacio. ¿Por qué me interesan las escaleras? Porque Leonardo había hecho
un dibujo minucioso, cuya reproducción encabeza este comentario, antes de
trasladarlas a la pintura.
Y la
reflexión que provoca este ejercicio meticuloso, línea a línea, en una
perspectiva fielmente observada, me hace
pensar en la obra de arte de nuestra labor educativa: el fervor y el tiempo que
le dedicamos, la entrega a su paciente, constante, atenta realización. No
dejamos pasar ni un rasgo, ni un movimiento, ni una actitud que observamos para
intervenir sabia y oportunamente después en el encauzamiento de los valores
descubiertos, de las desviaciones observadas, de las intenciones más o menos
intuidas en sus actos.
Porque
mucho más que una obra magistral de un artista es la vida y la felicidad de
cada uno de los destinatarios del noble oficio de forjadores de la personalidad
de nuestros destinatarios.