Gilbert
Keith Chesterton (ya ha venido otras veces a darnos las buenas noches) fue un hombre grande:
medía 1,93 metros y pesaba 134 kilos. Tuvo una educación intensa de modo que su
espíritu estaba movido por la inquietud de conocer, de conocer… Tal vez por eso
se interesó por el ocultismo y en el diabolismo. Y creía en el demonio.
Se casó con Frances Blogg, anglicana practicante,
quien le ayudó a que se acercara al cristianismo. Estudió seriamente los
escritos tradicionales sobre la fe. Y los padres John O’Connor y Ronald Knox,
convertidos, como él más tarde, al
catolicismo, le ayudaron mucho en su camino hacia su fe católica. Se convirtió
en 1922.
No quería una Iglesia que se adaptase a los
tiempos, ya que el ser humano sigue siendo el mismo y necesita que lo guíen:
“Nosotros realmente no queremos una religión que tenga razón cuando nosotros
tenemos razón. Lo que nosotros queremos es una religión que tenga razón cuando
nosotros estamos equivocados...”.
Gilbert Keith Chesterton atribuía su
conversión al catolicismo, entre otros factores, a dos hechos, de los que uno,
referido a María, quedaba reflejado así: «Un místico católico escribía: “Todas
las criaturas deben todo a Dios; pero a Ella, hasta Dios mismo le debe algún
agradecimiento". Esto me sobresaltó como un son de trompeta y me dije casi
en alta voz: "¡Qué maravillosamente dicho!". Me parecía como si el
inimaginable hecho de la Encarnación pudiera con dificultad hallar expresión
mejor y más clara que la sugerida por aquel místico…».
En mayo reverdecen
muchas cosas. Lo verde es espera y esperanza. La sazón es de oro. Pero esperar
nos mantiene en juventud, tensión, esfuerzo, camino… Todo eso nos brota en el
espíritu con la presencia de la Madre de todos, Aquella a la que, según sentía
Chesterton, “hasta Dios mismo le debe
algún agradecimiento”. Como si dijese Auxiliadora
de Dios. ¡Y lo es nuestra!
Andamos estos días
del corazón de mayo celebrando o añorando la presencia viva de esa Madre
siempre tierna, que nos toma de la mano o la pone sobre nuestra cabeza para que
nuestro corazón mantenga siempre la nobleza de su estirpe.