Dicen los entendidos que parsimonia quiere decir usar, condicionar, desplegar las cosas, la
vida, el propio aliento con un ritmo firme, entregado, decidido, enérgico
(añade todos los adjetivos que quieras), pero también oportuno, prudente, sabio,
cuidadoso. Un buen amigo me permite comentar una parábola sobre la parsimonia
en forma de cuento que él escuchó a su abuelo. Tal vez lo conozcas ya, pero va
bien recordarlo y aplicarlo de nuevo en tu labor de educador. Y como el cuento
en sí es sustancia pura, te ahorro glosas.
Narraba así: “Érase un principito que no
quería estudiar. Cierta noche, después de haber recibido una buena regañina por
su pereza, suspiró tristemente diciendo: «¡Ay! ¿Cuándo seré mayor para hacer lo
que me apetezca?» Y he aquí que, a la mañana siguiente, descubrió sobre su cama
una bobina de hilo de oro de la que salió una débil voz: «Trátame con cuidado,
príncipe. Este hilo representa la sucesión de tus días. Conforme vayan pasando,
el hilo se irá soltando. No ignoro que deseas crecer pronto… Pues bien, te
concedo el don de desenrollar el hilo a tu antojo, pero todo aquello que hayas
desenrollado no podrás ovillarlo de nuevo, pues los días pasados no vuelven».
El príncipe, para cerciorarse, tiró con
ímpetu del hilo y se encontró convertido en un apuesto caballero. Tiró un poco
más y se vio llevando la corona de su padre. ¡Era por fin rey! Con un nuevo
tironcito, inquirió: «Dime, bobina. ¿Cómo serán mi esposa y mis hijos».
En el mismo instante, una bellísima joven y
cuatro niños rubios surgieron a su lado. Sin pararse a pensar, la curiosidad se
iba apoderando de él y siguió soltando más hilo para saber cómo serían sus
hijos de mayores.
Entonces se miró al espejo y vio la imagen de
un anciano decrépito de escasos cabellos nevados… El príncipe se asustó de sí
mismo y del poco hilo que quedaba en la bobina. ¡Los instantes de su vida
estaban agotados! Desesperadamente intentó enrollar el hilo en el carrete, pero
sin lograrlo. Y la débil voz amiga nunca escuchada y que tan bien conocía le
habló así: «Has desperdiciado tontamente tu existencia. Ahora ya sabes que los
días perdidos no pueden recuperarse. Has sido un perezoso al intentar pasar la
vida sin molestarte en hacer el trabajo de cada día. Este es el fruto». Y con
un grito de pánico, cayó muerto.