De vez en cuando, determinados modos de razonar o de expresarse nos resultan nocivos, negativos, porque no nos ayudan a afrontar la realidad con una perspectiva iluminada por la verdad.
Se trata, frecuentemente, de dichos, de manifestaciones que se van haciendo “universales” y las asumimos sin someterlas a la criba de la reflexión.
Es casi seguro que todos hemos escuchado en alguna ocasión refiriéndose a alguien que sufre: “Dios te quiere mucho; por eso te hace sufrir”..., o frase parecida. ¡Es una aberración!
Verdaderamente, a todo el que sufre Dios lo ama, como Padre que es: le ama porque sufre. Pero alguien debió ser el primero que retorció el argumento..., y parece que tuvo éxito.
Aquí queda incluido todo el problema del mal, de la injusticia, de la enfermedad, de la muerte... La misma cuestión de la existencia de Dios.
La pensadora francesa de origen judío Simone Weil falleció el año 1943 sin recibir el Bautismo, aunque parecía estar buscando la fe en Jesús ayudada por un sacerdote dominico. Alguien ha dicho de ella que “es la mayor pensadora del amor y la desgracia” del siglo XX.
Me sorprendió, leyendo una obra suya, comprobar cómo, sin ser creyente en el Dios de Jesús, pero probablemente iluminada ya por su Espíritu, penetra, comprende y nos aclara el sentido del dolor.
Cualquier padre o madre, amando profundamente a su hijo, se da cuenta de que llega un momento en que es necesario dejar que sea autónomo; a pesar de los riesgos...
Como parte de la creación, los seres humanos no somos ajenos a toda clase de limitación... Dios respeta nuestra autonomía, nuestra libertad... Sufre por la injusticia...; y ama a cualquier hijo que padece.
Si es difícil entender y aceptar que Dios-Amor-Omnipotente no libre a la humanidad de tanto dolor de cuerpo y alma cada día, al menos tenemos que reconocer que nuestras penas no le son extrañas: Él, en Jesús, se hizo Hombre y participó de todas ellas. Conoció el hambre, la sed, el cansancio, la desilusión, la traición, la soledad, la agonía y la muerte más humillante y dolorosa.
Dice Simone Weil, como filósofa y no bautizada todavía: “La extrema grandeza del cristianismo procede del hecho de que no busca un remedio sobrenatural contra el sufrimiento, sino un uso sobrenatural del sufrimiento”.
La Muerte y Resurrección de Jesús han cambiado el significado del dolor humano, haciéndolo valioso en unión con el suyo: podemos completar su Pasión redentora, como miembros suyos, y participar luego de su triunfo.