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jueves, 28 de abril de 2011

Probióticos... prebióticos

Hay muchos Justin célebres. Pero en este momento, sin dejar de lado al canadiense Justin Bieber de todos conocido, me quiero referir al doctor Justin L. Sonnenburg. Ha afianzado la convicción de que en nuestro cuerpo hay células que no son del cuerpo; esto es: que están de alquiladas. Y que se puede contar con ellas (y con las que nos traguemos debidamente seleccionadas y acondicionadas) para arreglar nuestra indómita salud. Ya hay en el mercado y nuestros frigoríficos alimentos atiborrados de probióticos y prebióticos. Asusta leer (o tal vez leí mal, porque era letra pequeña): 100 millones no menos de 250 millones de células vivas. Se ve que son tantas y con tantas ganas de entrar, que los encargados de dosificar se han resignado a no contarlas. Por mucha confianza que traten de darme, no me digan que esto no es una avalancha, una invasión, un allanamiento de morada. Porque ¿qué hago yo con tanta célula extranjera?
Como el doctor Sonnenburg, de la Universidad de Stanford (EEUU), es una autoridad en esta materia, le voy a consultar si su regla vale también en la educación de los hijos. Si su curiosidad, sus ganas de preguntar, de inquirir, de enredar, su geniecillo, su actitud desafiante cuando alguien trata de imponérseles, su alegría desbordante, su encierro en sí mismos cuando algo se les ha torcido… son probióticos que están ahí dentro para que la mente y el corazón de los padres logren un fruto reconvertido de deseo de saber, de capacidad para investigar, de no quedarse en ociosos de oficio, de dominar las cuestas arriba que se les vayan presentando, de saber relacionarse sin dejar que los manejen, de llenar su mundo de luz auténtica y de claro optimismo.
¡Ah!: y los prebióticos. Porque si el niño nace sin pañales y crece sin papilla y es la madre la que se lo pone o se la da en el momento y en la forma adecuada, necesitan igualmente (¡y mucho más!) que se les inculquen (¡qué palabra más sonora, más denostada por algunos y más descuidada por la mayoría!) los principios y los valores que necesitan ya ahora y después y más tarde y siempre. Para elegir bien, para asumir lo bien elegido, para mantenerlo en adecuado cultivo. Para descubrir que el instinto es bueno, pero que no es el gran capitán de la vida. Que existen otras actitudes que deben adquirirse, ensayarse, practicarse, mantenerse y optimizarse: la generosidad, la solidaridad, el respeto, el esfuerzo, el trabajo, la austeridad, la constancia, la auto-exigencia, la precisión, la veracidad, la bondad, la fortaleza… Es decir, la honradez total (porque si no es total no es honradez). 

sábado, 19 de marzo de 2011

¡No nos mires!


Katia Molodovsky (1894-1972), hebrea rusa, fue una excelente poetisa, seleccionada  para la obra monumental promovida por el National Yiddish Book Center de los Estados Unidos y finalizada el año 2001, que reúne las “cien mejores obras de la moderna literatura judía”.
La oración que podemos leer a continuación nos ayuda a penetrar un poco en el alma de un pueblo elegido, amado y perseguido en la historia por el dolor.

"Dios de misericordia, escógete otro pueblo mientras tanto.
Nosotros estamos cansados de morir y de muertos, no tenemos ya oraciones.
Escógete otro pueblo mientras tanto.
No tenemos ya sangre para el sacrificio.
Nuestra casa se ha convertido en un desierto.
La tierra escasea de tumbas para nosotros;
ya no hay para nosotros cantos fúnebres ni himnos de lamento en los viejos libros.
Dios de misericordia, santifica otra tierra, otra montaña.
Nosotros hemos cubierto ya todos los campos y cada piedra con ceniza santa.
Con viejos y con jóvenes y con niños se ha pagado
cada letra de tus diez mandamientos.
Dios de misericordia, desfrunce tus ardientes cejas y mira los pueblos del mundo,
dales profecías y "días de temor".
Se murmura tu palabra en toda lengua, enséñales las obras, los caminos de tentación.
Dios de misericordia, danos vestidos ásperos de pastores de rebaños,
de herreros con martillo, de lavanderas, de trabajadores del cuero y más sencillos aún.
Y haznos otro favor, Dios de misericordia, quítanos este aire de sabios”.

Otro hebreo, dos mil años antes, José de Nazaret, había sentido el mismo peso de la misma cruz. Pero su vida estuvo volcada en aceptar en silencio la defensa de la Vida, de la belleza, del Bien y del Amor, perseguido por la envidia, la persecución, los celos, la violencia y la muerte.  Hoy lo admiramos, tratamos de  aprender algo de él y le pedimos que siga junto a nosotros que tan sobrados andamos de palabras y tan pobres estamos de lealtad, de honradez y de apertura y de entereza a los proyectos de Dios.