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miércoles, 17 de agosto de 2011

El árbol del misterio.


Seguramente conoces el llamado “árbol del misterio”, un enebro que se ha convertido en emblema de Badger Springs, en Arizona, Estados Unidos. Desde hace dieciséis años tiene un comportamiento muy especial: a pesar de que en su cercano entorno se han producido fuegos que han acabado con toda la vegetación, él ha quedado intacto. No es un milagro. Pero yo creo que ni si quiera un misterio. Sí es, sin duda, un árbol especialmente dotado. En el verano de 2008 un incendio arrasó mil hectáreas del precioso pueblo segoviano de Moral de Hornuez, desapareciendo su enebral, el mayor de Europa. Hay árboles, por ejemplo los eucaliptos, que están especialmente dotados para soportar fuegos que arrasan otras especies. Y eso pasa con los hombres.
He tenido ocasión de calar un poco en el alma de unos cuantos jóvenes que pasaban hacia el llamado JMJ. La conclusión de mi “análisis” es la de que son jóvenes normales, natural y sobrenaturalmente dotados para seguir floreciendo en un ambiente social no especialmente favorable para que crezca y madure el espíritu.   
Hablando con algunos jóvenes (exagero un poco, pero no mucho) se producen diálogos como éste: - ¿Qué aficiones tienes? – Mmmm. - ¿Haces deporte? – Mmmm.
-¿Qué tal te llevas con tus amigos? – Mmmm. - ¿Cuál es tu mayor ilusión? – Mmmm.
- ¿Qué autores preferidos tienes en tus lecturas? – Mmmm. - ¿A qué dedicas el tiempo libre? – Al ordenador.   
Es el autorretrato de un joven, seguramente bien construido, pero con muchos pisos vacíos. Es el retrato de muchos jóvenes que ante un incendio y agarrados a su nicho pretendidamente seguro de su tierra familiar no van a aguantar ni el viento ni el fuego ni las responsabilidades de la vida, de una preparación seria para el futuro, de una profesión, de un matrimonio o coyunda, de una felicidad a la que están llamados y necesitan, pero que creen que se saca en una rifa.  
Los jóvenes a los que me refería al principio, de unos 20 años, manifestaban que todos sus pisos están bien amueblados: gozan con la amistad que cultivan con generosidad, trabajan o estudian con ilusión, son optimistas y animosos, no dan importancia a algunas privaciones o fastidios del camino, necesitan sentido para su vida en la atención y  servicio a los demás, tienen como referencia para su felicidad a Cristo lleno de amor en la cruz.
No hace falta que, como los habitantes de Badger Springs a su árbol, les colguemos banderitas en las fiestas de Navidad y Acción de Gracias. No sólo porque no las necesitan. Sino porque no dan importancia a ser normales, a tener familias normales que amueblan todos los pisos de sus vidas con los valores que los hacen incombustibles ante el fuego.

lunes, 18 de abril de 2011

De interés turístico.

Causa extrañeza leer los eslóganes que estimulan a visitar una ciudad cuando en ellos se declara que sus procesiones de Semana Santa son “de interés turístico”. Y uno se pregunta: ¿quién tiene la culpa de que un “producto” de amor se haya convertido en una atractiva meta de excursión?
No es que queramos que se instaure un tribunal que determine si hubo o no delito. Y, menos todavía, la cuantía de su purga. No somos quién para ello. Pero sí invitar con voz alta (porque, si no, la voz se pierde en el desierto) a reflexionar sobre el proceso que ha llevado a esa apreciación turística de la fe. Tenemos todos todo el derecho y deberíamos sentir todos también todo el deber.  
¿Cuáles han sido los caminos por los que la penitencia pueda estar degenerando en ostentación? ¿Y el de la fe y el amor, que se apoyan en la contemplación de la belleza, para que ésta inspire poco más que admiración estética? ¿Y el que hayan recorrido los promotores, herederos de la fe de sus padres (¡de sus madres!), de sus abuelos, de sus… para que su gestión de servicio y devoción haya quedado enturbiada, si no pervertida, por tics de mangoneo y zancadillas con poca piedad? ¿Y el de permitir que un tesoro de fuego se convierta en estímulo de una fría visita turística?  
La Semana Santa es un legado sagrado. Lo son las realidades que representan. La intención de los que la alientan. La cuna en que nació. El deseo de que no se pierda ni un solo gesto de lo que da vida a una fe que siempre corre el riesgo de vacilar como las velas y antorchas que lucen en ella.
El sólo acto de repetirla un año más y otro y otro, no garantiza la pureza de su entraña. Si se pudiese pesar todo el esfuerzo que se dedica a organizarla y sopesar todo el caudal que se invierte en hacerla lucir, habría que cotejarlo con el fruto cristiano que se busca y se obtiene en ella. Habría que hacerlo, aunque fuese difícil y duro y doloroso pesar, sopesar y cotejar. Porque, si no, se llegaría a estar hinchando un muñeco más o menos llamativo para que, a su paso, la gente quedase asombrada de tanto volumen, tanto color y tanta apariencia vacíos y fuese aceptando que la vida del espíritu se alimenta con aire.