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jueves, 4 de agosto de 2011

Sí... No...


Releyendo los conocidos versos de La nacencia, de Luis Chamizo (1894-1945), con los que cuenta su angustia ante el parto inminente de su mujer a la que lleva en burro: irse a buscar al médico y dejarla sola o quedarse con ella sin saber lo que debe hacer
¡Dirme, dejala sola...
dejala yo a ella sola com'un perro,
en metá de la jesa,
a una legua del pueblo...
eso no!...
¡No tengo juerzas pa dejala sola...
pero yo de qué sirvo si me queo!,

considero de qué modo la incertidumbre teje nuestra vida. Y, desde luego, haya o no haya dudas, es el ejercicio de decidir el que, sin que nos demos cuenta, más  asiduamente practicamos. Fuera de que nuestros pulmones respiren y nuestro corazón lance sus latidos, casi todo el resto es fruto de una decisión nuestra, consciente la mayor parte de las veces o inconsciente. Un paso, mil pasos, despacio, aprisa, mirar alrededor, mirar al cielo…
Ese tejido de decisiones, enmarañado como una constelación, es la oficina desde la que se produce nuestro progreso. O regreso. Porque algunas veces las decisiones, precipitadas e inmaduras, rebeldes o sumisas, hijas del genio o del puro gusto, engendran en el fondo de nuestro ánimo una desazón que es, cuando menos, difícil de disipar. Se suman las decepciones y sentimos el fracaso. Comprobamos el acierto y, aunque nos haya costado sudor, disfrutamos la victoria: más por la victoria que de la misma victoria.
Lo que es cardinal en nuestra propia vida debe serlo también en el programa que seguimos al educar a nuestros hijos. El maravilloso instinto animal hace que desde que nacemos busquemos satisfacer nuestras necesidades. Y nuestros gustos. Por eso nuestro sabio papel de forjadores de personalidades debe movernos con tiento para hacer comprender que el puro instinto no puede convertirse en el árbitro de las decisiones. Nuestra casta de seres sociales debe tener en cuenta esa privilegiada situación con sus condiciones para que el choque con la vida no sea un castigo ni para nuestros hijos cuando empiecen a navegar ni para la barca del vecino.

domingo, 10 de julio de 2011

El viaje de Haru


El director japonés Masahiro Kobayashi ha presentado hace pocas semanas su última película: El viaje de Haru. Un viejo pescador y su nieta deben ir hacia el Sur porque, sin trabajo y sin recursos, han de buscar horizonte a su vida construyendo un nuevo hogar. Se trata de una crítica social al Japón de hoy. Y lo hace - dicen los comentaristas especializados - con una austeridad y sensibilidad extraordinarias.
Como vivimos en medio de olas que tienen el mismo sabor amargo, podemos aprender, al menos, a advertir la actitud con que se afrontan situaciones como esa.
El director-pensador se adentra en la entraña de su país que está seriamente afectado por la falta de esperanzas, de esperanza en el futuro. Y debe tenerse presente que la película se hizo antes del terrible cataclismo que rompió  al Japón de tantos modos.  Y que se hizo precisamente en un pueblecito pesquero de la región de Hokkaido que quedó totalmente anegado por las aguas: un pueblo milenario que súbitamente, en cuestión de horas, desapareció del mapa.
El filme es el relato de la vida de dos personas y su tragedia en medio de la crisis financiera del Japón.
Para los países extranjeros – afirma Kobayashi y copiamos sin comentarios porque no hacen falta - parece que estamos todos unidos en una situación muy difícil, pero debo decir que esta unidad no es suficiente para que la gente viva feliz, porque al final todos somos seres individuales tratando de sobrevivir en una sociedad capitalista. La idea que hay en la sociedad japonesa de hoy en día es que estar unidos es lo más importante, pero me parece que todo el mundo se está olvidando de vivir sus propias vidas. Y entre la poca gente que lo hace, se ha creado un sentimiento de rechazo, de antipatriotismo, que considero un tipo de reacción muy fascista. Creo que la sociedad japonesa está yendo en una dirección muy peligrosa en este sentido. Creo que la gente debe ocuparse de sus “pequeñas” vidas y enfrentarse a sus “pequeños” problemas, esos de los que nadie habla ahora, pero que son determinantes.
… Hay problemas muy serios aparte de esos…. la Seguridad Social tiene graves condiciones estructurales. Con el pretexto de desarrollar esa Seguridad Social el gobierno subió hace tiempo el impuesto de consumo, pero aún no hay suficiente dinero, y están debatiendo sobre cómo aplicar recortes de cobertura social y subir el impuesto. Yo diría que el gobierno está gastando donde no debe gastar y recortando donde no debe recortar. Hay mucha gente que quiere trabajar pero no puede, sobre todo ancianos, como ocurre en la película, que súbitamente se han quedado sin nada y ya no pueden recomenzar”.