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sábado, 26 de noviembre de 2011

Quiero un mirlo blanco.

Cuentan que la pareja de mirlos de la que, desde el comienzo de los mirlos, vinieron todos los que hoy existen, eran blancos. Y que un día de álgido invierno el mirlo blanco le dijo a su amada mirla blanca: “Refúgiate dentro de esa chimenea. Yo te traeré comida”. Y se fue volando sobre las blancas nieves esperando encontrar algunos granos con que alimentar a su compañera. Triste por no haberlo logrado, después de una larga mañana de vuelos y decepciones, volvió a la chimenea. Y allí encontró, en vez de a su amada mirla blanca, un pájaro parecido, pero enteramente negro. Y se quedó aterido sin poder hacer nada, pero lleno de cuita por saberse solo en el mundo. Hasta que al cabo de unas horas de llanto y calorcito, descubrió que él también era negro. Y descubrió, además, que aquel pájaro parecido, pero negro que había visto al llegar, era su amada mirla. Pero ahora, como él, negra. Y desde entonces todos los mirlos son negros.      
¿Todos? ¿No se dice “Ese es un mirlo blanco”? Se quiere decir, al hablar así, que se está hablando de una persona fuera de lo normal, extraordinaria, excelente. Bueno, pero dejadme decir, antes de hacer la consabida reflexión, que de  verdad existen los mirlos blancos, poquitos y albinos, pero mirlos. Yo vi uno así hace unas semanas. Cortejaba a una mirla negra. ¡Cuánto le costó al mirlo blanco hacerle comprender a la mirla negra que él era mirlo, que le valía la pena hacerle caso, que podrían formar una preciosa y variopinta pareja, que…! Pero no pude quedarme más tiempo contemplando aquel cuadro idílico de atracción  y rechazo y no sé cómo acabó.
Ser mirlo blanco no es ningún privilegio, aunque sea una rareza. Es el fruto de un empeño. Es el resultado del que, sin tener conciencia de ser blanco, ha recibido un talento, o diez, y no ha querido quedarse en mediocre. Que no ha buscado tierra para esconderlo, que no se ha acurrucado en la caricia de una humeante chimenea, que no ha querido ahorrarse los vuelos del esfuerzo, los fríos de la incomprensión, el vacío de los que no comprendían (¡y le reprochaban por ello!) que él necesitaba ayudar a los demás, servir, darse.
Cada uno de nosotros está diseñado para dar el cien por cien de su capacidad. No hay tope igual para todos. ¡Ni falta que hace! Pero cada uno tiene un tope al que debe tender y llegar. Sin preocuparse de que duela subir, ni de que le digan que está haciendo el primo, sin darse cuenta de que es diferente, pero con la conciencia clara y decidida de hacer lo que hace porque debe hacerlo, de darse a los demás porque eso y sólo eso le hace persona. 

lunes, 3 de octubre de 2011

Pelo a pelo.

A los que recuerdan la historia de España de hace algo más de veinte siglos les suena el nombre de aquel “general” victorioso en muchas batallas que se llamó Quinto Sertorio. Y que fundó en Huesca una especie de universidad para los hijos de sus oficiales hispanos, por ejemplo. Se estaba en la “guerra social” entre los sostenedores de Sila y los que seguían a Cayo Mario. Y Sertorio estaba por éste. Cuando Cneo Pompeyo, enviado por Sila, llegó a Hispania y Sertorio constató la inferioridad de sus fuerzas, convocó en Castra Aelia, según cuentra Tito Livio, a sus capitanes, romanos e hispanos. Se trataba de defender una causa común. Y echó mano de un ejemplo de cómo habían de plantear su lucha contra los senatoriales.
Puso delante de ellos dos caballos y encargó a dos hombres, uno fuerte y robusto y el otro más bien flacucho, que pelasen la cola de los caballos. Por mucho que el primero lo intentó tirando con fuerza de la cola no llegó a nada más que a bañarse en su sudor. El débil fue arrancando pelo a pelo los del caballo y acabó dejándole sin crines en su cola.
Era el modo de enseñarnos (porque si Sertorio puso una “universidad” en Huesca, bien puede seguir siendo un buen maestro hoy) que el logro de un empeño no viene casi nunca de un golpe de ímpetu, sino de la constancia en plantear modos, de la tenacidad en ir madurándolos, de la paciencia en descubrir que cuando se da un paso con seguridad es más fácil que se puedan dar otros mil que si se lanza uno a la carrera sin método, sin reservas, sin reflexión.
Y lo que es buen camino para nuestra propia formación debe serlo también para los que educamos o pretendemos educar. Porque si no, corremos el riesgo de una patada de quien queremos que deje de darlas, o de cansarnos de remar inútilmente sin llegar a ningún puerto.

viernes, 22 de julio de 2011

"Hermano Mosca".

Estamos reconstruyendo una nación vigorosa, noble, justa, entusiasta, obsequiosa… sobre cimientos dudosos. Da la impresión de que se levanta sobre el fango, que por capilaridad sube y sube, invade su estructura y ahoga su decir que quiere, sin que pase de decir y de querer.
Esto no es nuevo. Cuando san Pablo, aquel gran constructor de naciones creyentes, escribía a los cristianos de Tesalónica su segunda carta, advertía: “… nos hemos enterado de que algunos viven sin trabajar, muy ocupados en no hacer nada…”. La comunidad cristiana de Tesalónica era jovencísima. Y ya había vagos.
Y, siguiendo con santos, es bueno acudir  al varón que tiene corazón de lis, alma de querube, lengua celestial, el mínimo y dulce Francisco de Asís, como le definía Rubén Darío cuando nos relata que está con un rudo y torvo animal (el lobo de Gubbio, como todos recuerdan). Pues de este mínimo y dulce Francisco, nos cuenta por su parte Tomás de Celano, que un novicio era un problema para el santo: "Apenas rezaba, no trabajaba ni quería salir a  pedir limosna. Pero tenía buen diente a la hora de la comida. Francisco hubo de decirle: 'Sigue tu camino, hermano Mosca, dado que no tienes reparo en aprovecharte del sudor de los otros, mientras que te estás ocioso en la obra del Señor. Como inútil zángano no ganas nada, ni trabajas, sino que devoras el trabajo y las ganancias  de las abejas diligentes".
Somos todos tan buenos catadores (de “captar”: darse cuenta,  advertir, enterarse...) que nos sentimos ahogados por personas, grupos, asociaciones, instituciones que no dan golpe, pero tienen buena voz. Una mente avisada les ha dado vida para albergar a los que nacen o pacen alimentando las ganas de vivir del cuento. A los hermanos mosca, a los tábanos (en las Hurdes los llaman con toda razón tabarros).
Sabemos lo que pacen. Y ¿dónde nacen? En familias invertebradas. En ellas no hay conjunción de vida, ni de amor, ni de proyecto, ni de esfuerzos. Los principios son endebles, si los hay. Los valores son los del mínimo esfuerzo, chupar del bote, buscar la mejor sombra, escurrir el bulto, echar la culpa al otro, aprovecharse siempre que se pueda, tirar de la mejor tajada... Los métodos de educación son el grito, la amenaza, el castigo, el “arréglate como puedas”, “tú verás”, “ya eres mayorcito”, “yo a tu edad…”, “aquí ¿quién manda?”, “pues vas a ver”, “allá tú”, “eres igual que tu padre”, “sales en todo a tu madre”... 
Y no escarmentamos. No nos damos cuenta de que fabricar hombres y mujeres (hombres y mujeres de verdad), cuesta sangre (sangre noble, aunque no azul). A los fabricantes y al producto.

domingo, 27 de marzo de 2011

El Crystal Trío


Si oyes que los siberianos Vladimir Perminov, Vladimir Popras e Igor Sklyarov, es decir, el Crystal Trio, dan un concierto, no te lo pierdas. El primero toca la flauta de Pan; Popras, el verrófono con nueve octavas; e Igor, el arpa. Todo con instrumentos de cristal. Y suenan como un auténtico regalo. Los dedos húmedos sobre el borde de copas y de tubos hacen que la música de Musorski, de Chaikovski (¡bueno, sí, Tchaikovsky!), de Borodin, Glinka, Cui, Balakirev, de… quien quieras, te hagan sentirte envuelto en esa preciosa música rusa que tanto te gusta. 
Y no son aficionados callejeros (aunque a veces tocan en la calle), sino profesionales titulados de conservatorio que le han encontrado gusto al cristal. Son jóvenes y serios (Igor tiene bigote) y responsables de una música exacta. 
Ver sus manos que acarician suave y rápidamente el cristal sin que haya un error en las aproximaciones de sus dedos, me hace pensar en una palabra, que es un adjetivo, de uso frecuente entre nosotros: chapucero. Chapuz, chapuza, dice la Real Academia de la Lengua, es un término foráneo prestado. Pero nos ha gustado tanto, que parece creado por nuestro genio y para nuestro ingenio; que es nuestro, ¡vamos! El Crystal Trio no tiene nada de chapucero. Se adivina en la retaguardia de sus gestos un ejercicio diario tenaz, constante, de muchas horas al día, de una precisión sin mella. 
Tengo que repasar mi arte, mi ciencia, mi saber, mis lecturas, mi conciencia, mis estudios, mis trabajos, mis servicios, mi carrera, mis proyectos, mi profesión, mi trato, mis contratos… mi familia, mi alma, mi colesterol, mi tabaco, mis planes, mis amistades, mis deportes, mis gastos… y preguntarme con sinceridad y valentía: ¿Soy chapucero? ¿Me digo a mí mismo: “¡Qué más da. Nadie se entera! ¡Da lo mismo!. ¡Total para lo que se va a ver!”?
Pero ¡ay del “profesional” que me falla!: “¡Verde! ¡Lo pongo verde! ¡Se va a enterar!”. Y andamos por la vida concediéndonos amnistía para nuestras chapuzas mientras que condenamos a cadena perpetua, si no a la hoguera, a los que han querido pegárnosla con su torpeza y su inconsciencia. ¡Justicia, ante todo!