Parece que fue en 1885, al idear la Marina Imperial alemana bloquear las islas
españolas en el Pacífico, cuando Isaac Peral pensó que un submarino podía oponerse a la superioridad en superficie de las grandes
potencias. Le costó mucho que el Gobierno aceptase su proyecto. Un ingeniero
naval revisó los planos ya que Peral no era ingeniero. Se construyó en Cádiz. Y
la gracia gaditana lo fue bautizando, antes de su botadura, como “El Cacharro”
o “El puro”…
Se cuenta que, con
más seriedad, un ingeniero pidió al general Montojo que prohibiese la botadura:
«Vamos a hacer el ridículo. En cuanto este barco caiga al agua, empezará a dar
vueltas como una pelota».
La ceremonia tuvo
lugar en Cádiz el 8 de septiembre de 1888 e inmediatamente realizó las pruebas
de que era un instrumento de alta utilidad. Pero el Gobierno canceló el
proyecto: «No pasa de ser una curiosidad técnica sin mayor trascendencia», era
el inteligente informe que lo sentenció al retiro apenas puesto en el agua.
Pero otros pensaban de otro modo: “Si España hubiese
tenido un solo submarino de los inventados por Peral, yo no hubiese podido
sostener el bloqueo ni 24 horas”, decía el almirante americano que diez años
más tarde cercó a la Armada española en Santiago de Cuba y acabó con ella. Ingenieros
alemanes reconocerían más tarde que el proyecto de Peral les sirvió de modelo
para construir la flota que causó estragos en la Primera Guerra Mundial.
Isaac Peral había muerto en Berlín en 1895. Había
servido en 32 buques durante sus 25 años de entrega desde los 16 a la Marina,
con dificultades económicas para sostener a su mujer y a sus cinco hijos. Los
ingleses le habían ofrecido un cheque en blanco al que renuncio porque él había
investigado e invertido para que su fruto fuese solo para España. «Ofrecí al
Gobierno mis ideas y se me han inferido agravios que no creo haber merecido
como premio a mis modestos, pero leales servicios», había escrito con dolor y
tristeza.
El submarino se pudrió en el arsenal de La Carraca
(Cádiz), desmantelado y abandonado hasta que, en 1929 fue trasladado a
Cartagena.
He
escrito “De risa”, no solo porque para nadie en España pareció servir de
algo aquel formidable invento. Y por el
altivo desprecio con que se trató a aquel barco feo y raro. Era el exabrupto de
la ignorancia y ausencia de respeto de muchos, grandes y enanos. Y sigue siendo
una de las lacras de nuestra querida sociedad, muchas veces jueza, con ello, de
su propia y profunda bajeza.