Como sin duda recuerdas, en el “Tratado
primero” de su autobiografía cuenta “Lazarillo de Tormes”: Mi viuda madre, como sin marido
y sin abrigo se viese, determinó arrimarse a los buenos por ser uno de ellos, y
vínose a vivir a la ciudad y alquiló una casilla y metióse a guisar de comer a
ciertos estudiantes, y lavaba la ropa a ciertos mozos de caballos del
comendador de la Magdalena, de manera que fue frecuentando las
caballerizas.
Ella y
un hombre moreno de aquellos que las bestias curaban vinieron en
conocimiento. Éste algunas veces se venía a nuestra casa y se iba a la mañana.
Otras veces, de día llegaba a la puerta en achaque de comprar huevos, y
entrábase en casa. Yo, al principio de su entrada, pesábame con él y
habíale miedo, viendo el color y mal gesto que tenía; mas, de que vi que con su
venida mejoraba el comer, fuile queriendo bien, porque siempre traía pan,
pedazos de carne y en el invierno leños a que nos calentábamos.
De
manera que, continuando la posada y conversación, mi madre vino a darme un
negrito muy bonito, el cual yo brincaba y ayudaba a calentar. Y acuérdome
que, estando el negro de mi padrastro trebejando con el mozuelo, como el niño
vía a mi madre y a mí blancos y a él no, huía de él, con miedo, para mi madre,
y, señalando con el dedo, decía: -¡Madre, coco! Respondió él riendo:
-¡Hideputa! Yo, aunque bien mochacho, noté aquella palabra de mi hermanico, y
dije entre mí: «¡Cuántos debe de haber en el mundo que huyen de otros
porque no se ven a sí mismos!».
No es que yo afirme que el inventor de la Ley del embudo fuese el hermanico negro de Lázaro. Porque debe
de ser el embudo tan natural que hasta un niño que empieza a hablar ya lo usa.
Lo asombroso de una ley como esa (que debió de nacer con el primer ser vivo que
nació) no es tanto que yo me conceda a mí lo ancho para dejar lo angosto al
otro, sino que cuando lo hago no me entere de que estoy cometiendo un fraude como si fuese lo más
justo del mundo, de la vida y de la historia.
Quiero decir que el que más
chilla no es el que más trabaja, ni el que más pide el que más necesita, ni el
que más reclama el que más derechos tiene, ni más blanco el que rechaza al
negro. ¡Cuántos cocos andan sueltos de lengua y de pies por el mundo y llenan
ese mundo que los aguanta - ¿hasta cuándo? – y que ponen negros a los que no
son como ellos, o no les hacen caso porque conocen su bastardía!