Me
decía aquel muchachito impetuoso cuando le pregunté qué le gustaría ser de
mayor: “Quiero ser un hombre importante”. Me dejó clavado y se acabó la
conversación. Me arrepentí después de no haber seguido ahondando en aquel
propósito tan rápido y tan tajante. Pero seguramente hice bien. Porque lo que
me hubiese aclarado después ¿me habría descubierto un mundo interior rico y
admirable? ¿O hubiera quedado decepcionado al comprobar que su sueño era
aparecer, sobresalir, mirar por encima de los hombros a los que nunca más
consideraría ya iguales?
Me
quedé recordando a Hamlet que a su madre Gertrudis, que le preguntaba por qué
su dolor por la muerte de su padre parecía mayor que el de los demás, le
respondía: “Yo no sé parecer”. Y que a Ofelia, más tarde, cuando comentaban lo
rápidamente que se desvanecía la memoria de los que nos dejan, afirmaba: “Ya
murió el caballito de palo y ya le olvidaron así que murió”. Shakespeare lo
decía releyendo su epitafio: “For, O, for, O, y al caballito ya le olvidaron”.
Y,
sin embargo, parece como si nuestro
empeño, nuestro supremo y constante empeño fuese hacernos notar. Se oye más
nuestra voz que nuestro pensamiento. Se sienten más los golpes de nuestros
puños que la ternura de nuestra mano. Destruímos más el Jericó de nuestros
enemigos, multiplicados por todas partes con las trompetas de nuestra
indignación, que construimos con el calor de nuestra cercanía la poquedad de
los débiles y los pobres.
“Los cristianos
católicos y andantes caballeros - decía Don Quijote - más habemos de atender a
la gloria de los siglos venideros, que es eterna en la regiones etéreas y
celestes, que a la vanidad de la fama que en este presente y acabable siglo se
alcanza; la cual fama, por mucho que dure, en fin se ha de acabar con el mismo
mundo, que tiene su fin sañalado; así,¡oh Sancho!, que nuestras obras no han de
salir del límite que nos tiene puesto la religión cristiana, que profesamos.
Hemos de matar en los gigantes a la soberbia; a la envidia, en la generosidad y
buen pecho; a la ira, en el reposado continente y quietud del ánimo; a la gula
y al sueño, en el poco comer que comemos y en el mucho velar que velamos; a la pereza, con andar por todas partes del mundo,
buscando las ocasiones que nos puedan hacer y hagan, sobre cristianos, famosos
caballeros”.