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sábado, 25 de mayo de 2013

Ser importante.



Me decía aquel muchachito impetuoso cuando le pregunté qué le gustaría ser de mayor: “Quiero ser un hombre importante”. Me dejó clavado y se acabó la conversación. Me arrepentí después de no haber seguido ahondando en aquel propósito tan rápido y tan tajante. Pero seguramente hice bien. Porque lo que me hubiese aclarado después ¿me habría descubierto un mundo interior rico y admirable? ¿O hubiera quedado decepcionado al comprobar que su sueño era aparecer, sobresalir, mirar por encima de los hombros a los que nunca más consideraría ya iguales?        
Me quedé recordando a Hamlet que a su madre Gertrudis, que le preguntaba por qué su dolor por la muerte de su padre parecía mayor que el de los demás, le respondía: “Yo no sé parecer”. Y que a Ofelia, más tarde, cuando comentaban lo rápidamente que se desvanecía la memoria de los que nos dejan, afirmaba: “Ya murió el caballito de palo y ya le olvidaron así que murió”. Shakespeare lo decía releyendo su epitafio: “For, O, for, O, y al caballito ya le olvidaron”.
Y, sin embargo, parece como si  nuestro empeño, nuestro supremo y constante empeño fuese hacernos notar. Se oye más nuestra voz que nuestro pensamiento. Se sienten más los golpes de nuestros puños que la ternura de nuestra mano. Destruímos más el Jericó de nuestros enemigos, multiplicados por todas partes con las trompetas de nuestra indignación, que construimos con el calor de nuestra cercanía la poquedad de los débiles y los pobres.    
“Los cristianos católicos y andantes caballeros - decía Don Quijote - más habemos de atender a la gloria de los siglos venideros, que es eterna en la regiones etéreas y celestes, que a la vanidad de la fama que en este presente y acabable siglo se alcanza; la cual fama, por mucho que dure, en fin se ha de acabar con el mismo mundo, que tiene su fin sañalado; así,¡oh Sancho!, que nuestras obras no han de salir del límite que nos tiene puesto la religión cristiana, que profesamos. Hemos de matar en los gigantes a la soberbia; a la envidia, en la generosidad y buen pecho; a la ira, en el reposado continente y quietud del ánimo; a la gula y al sueño, en el poco comer que comemos y en el mucho velar que velamos; a la pereza, con andar por todas partes del mundo, buscando las ocasiones que nos puedan hacer y hagan, sobre cristianos, famosos caballeros”.