miércoles, 12 de enero de 2011

Haití, un año después...


    El 18 de agosto de 2002 un cáncer acabó con la vida del P. Laurent Bohnen, salesiano sacerdote de 87 años, después de haber pasado en Haití 45. Llegó a Haití desde su floreciente Holanda en 1954. La visión de los barrios abandonados a la propia miseria, más o menos oculta en chabolas, lanzó su corazón a la acción, movido, sin duda, por Don Bosco. Abrió una escuela en uno de los barrios: unos postes con una cubierta de chapa y una pizarra. Después, dos; más tarde, 100… En febrero de 2010 eran 200.
     Doscientas escuelas (Les petites écoles de la Cité Soleil) extendidas por todo el país con 815 maestros que atendían a 26.000 personas, niños y jóvenes en su mayor parte (¡Qué triste hablar en pasado!). Construyó también 4 centros para los niños-jóvenes capaces de continuar estudios en niveles superiores y un centro de formación profesional para jóvenes-adultos con talleres de  mecánica, carpintería, fontanería, ebanistería, sastrería, electricidad…
     Estaba convencido de que “un estómago hambriento no tiene orejas”. Y echó a cocer, desde el primer día en la primera escuela, arroz con alubias en la cantina que llegaría a ser la “cafetería” más grande del mundo, para hacer que el hambre de pan no ahogase el hambre de aprender. Su obra se mantenía con la aportación generosa de personas e instituciones.
     Cincuenta y un hermanos y nueve comunidades, además de la cadena de “pequeñas escuelas”, llevaban adelante escuelas primarias, secundaria, profesionales, escuelas de alfabetización, centros agrícolas, oratorios festivos, grupos juveniles, una imprenta, una escuela de informática, un laboratorio de lenguas, dos iglesias públicas, casas de acogida, dos seminarios menores, una emisora de radio Don Bosco.
     El terremoto de hace un año (¡35 segundos!) volcó todo el bien logrado y exigió empezar casi desde el principio. La reorganización de la totalidad ha supuesto la refundación de las obras y revisión del planteamiento pastoral, verificación de la utilización  de las casas y obras que quedaron en pie, hacer seguras todas las obras, reconstruir todo el conjunto de las Petites Écoles y el resto de las escuelas, privilegiando de momento el Centro de Formación Profesional, la escuela de formación de docentes y la escuela de enfermería.
     Ojos que no ven, corazón que no siente”. Es el cálculo del egoísta. Pero nosotros no lo somos. Nos cabe convertir el corazón en un órgano de amor que escuche el clamor del hambre, que extienda manos hacia la falta de casa y vestido, que abra muchos ojos sobre el mar de necesidades que se sumaron a las que ya existían y nos haga ser grandes por el incomparable don de dar. 

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