Don Bosco no fue el inventor de las Buenas noches, naturalmente. Pero les dio una modalidad especial. A los muchachos que acogía, primero unos pocos, más tarde cientos, les vertía en el corazón su afecto antes de despedirse de ellos para ir a dormir.
Hubo quien aseguró que la inventora de aquellas “buenas noches” colectivas fue su madre Margarita ya en el año 1846. Mamá Margarita (Mamma Margherita decían ellos) los quería como a hijos. O como a nietos, porque a su hijo Juan le gustaba llamarlos y sentirlos hijos y ellos sentían que para ellos era de verdad un padre.
Un “buen pensamiento” (casi siempre una amena reflexión sobre algún hecho del día) servía para suavizar la dureza de la jornada (trabajo, estudio, muchas noches frío, otras calor, hambre, juegos,…) y les hacía entrar en las hondas venas de la vida.
Una vida que para ellos no era halagüeña: trabajaban en talleres conocidos por Don Bosco o en los talleres que poco a poco se fueron montando en aquella pobrísima casa para su preparación como artesanos; o estudiaban seriamente en las clases de los profesores José Bonzanino o Mateo Picco, o en las clases nocturnas de aquella casa que los acogía y que se llamaba Oratorio de San Francisco de Sales, en Valdocco, de la periferia pobre de Turín, junto al río Dora y a pocos kilómetros de los impresionantes Alpes, de cuyos pueblos procedía gran parte de ellos. Ahora el Oratorio era su casa, después de haber trabajado durante el día en la ciudad.
A la hora de ir a dormir pensaban en la madre lejana, en el hogar, probablemente pobre pero acariciador, en los hermanos con los que ya no se podían pegar, en los amigos de la aldea que habían dejado allí hasta… Dios sabía cuándo. Pero con esos dulces recuerdos anidaban en su afecto las palabras que acaban de escuchar a Don Bosco y que iban moldeando su historia.
Esta nuestra por hoy se ha acabado.
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