… de los que le conocieron o estudiaron. Y a ellos acudimos hoy para escuchar lo que pensaron o sintieron de él.
En marzo de 1861, dos años después del nacimiento de la Congregación salesiana, los que compartían con él pan y vida, escribieron: “Las grandes y luminosas dotes que brillan en Don Bosco, los hechos extraordinarios que ha vivido y que todo admiramos, su modo especial de conducir a la juventud por los difíciles caminos de la virtud, los grandes proyectos que se ven madurar en su mente para el futuro, nos revelan en él algo sobrenatural y nos hacen presagiar días más gloriosos para él y para el Oratorio. Esto nos exige un estricto deber de gratitud y la obligación de impedir que nada de lo que se refiere a Don Bosco caiga en el olvido”.
Don Miguel Rua, al que aceptó entre los suyos cuando era un muchachito y que fue su fecundo sucesor al morir en 1888 afirmaba: “Un hombre en el cual Dios elevó la paternidad espiritual a su más alto grado… Siendo jovencito me sentí prisionero de una fuerza afectiva que embelesaba mis pensamientos, palabras y obras… Sentí que era apreciado de una forma jamás experimentada hasta entonces”.
Un gran salesiano, Alberto Caviglia, que conoció a Don Bosco en sus últimos años y que lo estudió seriamente lo definía así: “El educador y el pedagogo, el padre de los necesitados, el fundador de congregaciones religiosas, el apóstol de María Auxiliadora, el creador de uniones laicales en el plano mundial, el promotor de la caridad cooperativa, el propulsor de misiones lejanas, el escritor popular de obras apologéticas, el luchador de la prensa católica, el creador de la escuela profesional católica, el hombre de la piedad religiosa y de admirables empresas humanas todos juntos y al mismo tiempo obran y avanzan, como si fueran muchas personas nacidas y destinadas a una sola de esas obras, pero que se funden en la única persona de un sacerdote: Don Bosco”.
Los testimonios son tantos que, para completar estas líneas, transcribo sólo las que José Lombardo Radice, prestigioso pedagogo italiano de los primeros años del siglo XX y que se define a sí mismo en un artículo publicado en una revista de pedagogía de 1920: “¿Don Bosco? El secreto está ahí: ¡Una idea! Nuestra escuela: muchas ideas. Muchas ideas las puede tener también un imbécil, cura o no cura, maestro o no. Don Bosco era un gigante que deberíais tratar de conocer. Supo crear un imponente movimiento de educación en el ámbito de la Iglesia dándole de nuevo el contacto con las masas que aquella había perdido. Para nosotros, que estamos fuera de la Iglesia y de toda iglesia, es también un héroe: el héroe de la educación preventiva y de la escuela-familia. Sus seguidores pueden estar orgullosos de él. Nosotros podemos aprender de su obra algo para la escuela laica”.
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