sábado, 20 de julio de 2013

El Dragoncete Burlón.




Hace unos días una buena amiga me envió un correo de los que ponen los pelos de punta. Hacía ver que en la fachada de la catedral de Salamanca, construida en 1.102, aparece un astronauta, fiel retrato de Neil Alden Armstrong, el primer hombre que puso sus pies en la Luna hace, por estos días, 44 años. La conclusión era fascinante: antes de la Biblia hubo extraterrestres que dejaron su huella en la tierra.
No sé si el descubridor de este MISTÉRIO (respeto la ortografía del autor que, para mayor claridad, escribe también MISTERY) no se aventuró a comentar que, a la derecha y un poco más arriba, aparece un simpático dragón (en postura poco obsequiosa), sonriendo por la envidia que nos da verle tomándose un helado.   
Se queja el autor de que hasta la fecha las autoridades no hayan dado ninguna  explicación a este portento. Y nos invita a juzgar por nosotros mismos: “¡Juzgue usted!”.
Hay algunos deslices en la presentación que pueden ayudarnos a aliviar nuestro estado de ánimo, sin duda alterado, y sin esperar a las autoridades. La catedral construida en 1.102 fue la “Vieja”, no ésta, la “Nueva”, que vino cuatro siglos más tarde y en la que figura el astronauta. El llamado en el correo “Frontis de la Catedral”, en el que, según se dice, debería estar el astronauta, es la fachada plateresca de la Universidad, posterior a 1520.
La prensa local de aquellas fechas puede ayudarnos a saber que se conoce el nombre del autor del astronauta, el tallista Miguel Romero que, en 1992, para suplir los desperfectos de la fachada Norte con vistas a la exposición de las Edades del Hombre de 1993, añadió estas ingeniosas obras de arte. ¡Lastima que un vándalo (¿de dónde salen los vándalos?) le rompió al astronauta el brazo derecho hace tres años!

Y de todo esto ¿qué sacamos? Personalmente sufro, como educador que quisiera ser. No vale para alimentarnos cualquier cosa que nos metamos por la boca. No es verdad cualquier noticia que nos llega con un halo de misterio y de ocultismo que parece hacerla más creíble. No podemos dejar aparte la lectura de fuentes de fiar y el recurso a especialistas e investigadores para nutrir nuestra mente y nuestro espíritu con vapores llamativos que poco a poco envenenan nuestro juicio.

lunes, 15 de julio de 2013

Metrópolis.



¿Os acordáis de Metrópolis, aquella película expresionista alemana, muda, de 1927, de Fritz Lanzg y su esposa Thea von Harbou? De ella se pueden decir muchas cosas, verdaderas o inventadas dada la complejidad de la hisoria. He aquí algunas, sencillas y breves.     
Una breve síntesis del punto de partida para recordar o situar: En el año 2026 (¡!) la ciudad está formada por los propietarios (que viven en una suntuosa, fría, atormentada y complicada superficie) y los trabajadores (pobladores perpetuos de un sórdido mundo subterráneo, anónimo y maquinizado). Un robot incita a éstos a la rebelión y a la destrucción de la ciudad bajo la que viven y para la que trabajan. Pero Freder, hijo de Joh Fredersen, el dueño de todo el complejo, se enamora de María, defensora de los trabajdores y cuidadora de sus hijos.
Mi primer subrayado es este de María. María, como suena en alemán, latín, español, italiano, portugués… No es sólo una figura simbólica. Es la fusión de la belleza, de la bondad, de la sencillez, de la generosidad, de la fe en los hombres, de la entrega, del amor. Es la personificación de la Madre de todos, de  María, Madre de Jesús, el Mediador, el Amor.
Juntos (y este es el segundo rayo de luz bajo cuyo ardor me parece oportuno acogerme)  Freder y María tratan de hacer sentir el amor a los sublevados, que nunca han sentido el amor aunque siempre han suspirado por él. Freder se convierte (gracias a la invitación de María y al amor hacia ella) en el Mediador entre el cerebro y la mano, es decir, el corazón de la ciudad que parecía no tenerlo, ni arriba ni abajo. No arriba por estar embrutecidos por el egoísmo. Ni abajo porque sin horizonte de libertad es imposible amar.
Y por último, los niños. Se preguntan los sublevados por ellos en un momento de lucidez: “¡Nuestros hijos!”. Es el instante de la verdad. María los ha amado, los ha guardado, los ha conservado como seres humanos y los presenta como la realidad de una promesa de vida frente a los inventos de destrucción del científico Rotwang que fabrica venganza y odio. Vale la pena ver de qué lado estamos nosotros hoy.

miércoles, 10 de julio de 2013

Psenes o avispas.



Esto es un nido de avispas. Mide, dicen, dos metros de alto y dos y medio de ancho. Ya es medir. Medía. Porque, por si las moscas, lo destruyeron al descubrirlo. Y albergaba – sin contar a las que estaban al hacer la foto, de viaje comercial – un millón de avispas, avispa más, avispa menos. Como todas las avispas, son himenópteros (es decir, de alas membranosas, como ya las llamó Estrabón hace más de veinte siglos) avispados, apócritas (como las clasifican los entomólogos, es decir con cintura de avispa, claro), atentos (o atentas a ese trabajo porque lo hacen las hembras) para que nadie turbe la vida de la colmena. Porque si intuyen amenaza, se lanzan sobre el hipotético intruso y haciendo uso de todos sus medios (mandíbulas, aguijón y si hace falta también de la lengüeta) defienden sus derechos. Y le inyectan una sustancia en la que los estudiosos han identificado, por ejemplo, dopamina, serotonina, noradrenalina, histamina, quinina, proteasa… que ¡no mata! (dicen), pero que puede provocar (dicen) un choque anafiláctico ¡que sí puede matar! Hay algunas, entre las 200.000 especies, como la llamada Blastophaga psenes (“insecto come-yemas”), que enriquece y poliniza de un modo muy complejo la variedad de higuera llamada Esmirna. 
Dejando en paz a las avispas, volvamos a nosotros, tan dados a asociarnos, a atacar, a temer que el que no es avispa es un enemigo, a acosarlo, a clavar nuestra mandíbula en el prójimo que no nos gusta, a eliminar al contrario, a negarle la capacidad de volar libremente, de pensar diversamente, de proyectar un futuro a su modo, de almacenar el fruto del propio trabajo, de dejar con nuestro veneno de intransigentes dictadores la hiel de nuestra rabia, envidia, obcecación, terquedad, intemperancia; a exhalar feromonas para engrosar nuestra banda y convocar a un ataque con rabia, como hacen las avispas; a dejar por los suelos nuestra fuerza, nuestra dignidad y nuestros caparazones, si es que dejan algo. Porque las avispas son también carnívoras.  

viernes, 5 de julio de 2013

Rafael y Roland.



Como todo el mundo sabe, Roland Garros jugaba al tenis. Pero no tanto ni tan bien como para que al Gobierno francés le pareciese oportuno dar su nombre al estadio que todos conocemos. La historia es que en 1927 Jacques Brugnon, Jean Borotra, Henri Cochet y René Lacoste (Los cuatro mosqueteros”) habían ganado a Estados Unidos la Copa Davis ¡en su casa! (en la de los americanos). Y se dijeron: “Necesitamos un digno estadio para la revancha (revanche en francés) de los vencidos (¡Si pueden!)”. Cedieron a la Federación francesa de tenis tres hectáreas y le pusieron el nombre de un joven luchador, en el aire, caído en batalla en 1918. Fue un pionero (pionnier en francés: un peón del ejercito, como nuestro gastador en los Tercios de Flandes - véase el Tesoro de la lengua castellana, ya con cuatro siglos: el soldado que trabaja con pico y pala - de la aviación).

Había nacido el 6 de octubre de 1888 (Saint Denis). Se apasionó de la aviación, el 23 de septiembre de 1913, cruzó el mar Mediterráneo en seis horas, trastornó el arte (¿arte?) de la guerra con un nuevo modo de ataque de los aviones con ametralladora. Cayó, fue hecho prisionero, escapó… y sobre las Ardenas (norte de Francia) fue derribado el 5 de octubre de 1918 del avión y de esta vida. Treinta años.

Rafael Nadal nació el 3 de Junio de 1986; hoy tiene 27 años. Leer la lista de triunfos en su vida de tenista llega a confundir a quien no está acostumbrado, como me pasa a mí, a trazar día a día el perfil de un ganador. Como, además, se leen nombres de lugares, de campos de juego, de tierras batidas, azules, césped, cemento… es fácil quedar aturdido.

Pero saber que desde muy joven soñó con jugar y vencer y que le resulta tan natural ser honrado, luchador, sencillo, cercano, superior al dolor, amigo de los contendientes, nada engreído, rico en afecto y en sonrisa, constante en su ser joven, generoso, incansable, trabajador… le hace grande en mi estima y afecto.

Como los jóvenes de hoy. Vivimos un tiempo en el que la honradez y el esfuerzo, la entrega al duro trabajo de la formación y perfeccionamiento en su calidad de hijos, compañeros, de estudiantes estudiosos y de trabajadores denodados nos hace prever un futuro bien asentado en la probidad y el servicio, en el desprendimiento y la entrega a los demás.

Y todo ello gracias a vosotros, padres, que habéis entendido bien que el mayor tesoro de vuestras vidas son y serán vuestros hijos y vuestros nietos; que os habéis preparado y os seguís perfeccionando como sus mejores entrenadores en la vida con el sentido del deber, del respeto, del esfuerzo, de la grandeza de espíritu, del altruismo y del amor.