miércoles, 17 de octubre de 2018

Fanjingshan: vasta y espléndida montaña.


China es, recordémoslo, uno de los países más extensos del mundo. Cerca de la ciudad de Tongren, en la  provincia sur-occidental de Guizhou, hay un monte muy especial, hasta el punto de que la Unesco lo ha incluido en su Lista del Patrimonio Unesco.
Es el Monte Fanjingshan que se encuentra en la cadena montuosa Wuling con un área que va más allá de los 400 kilómetros cuadrados. ¿Y qué tiene de especial Fanjingshan para que se le distinga de este modo? Pienso que entre otras razones poderosas, aunque seguramente no la de mayor fuerza, está la suntuosidad de su estructura. Pero, sin duda, el hecho de que la biodiversidad de su naturaleza sea de una riqueza casi impensable la hace merecer esa distinción. En su seno crecen cerca de 4.395 especies de plantas diversas. En esto de contar los chinos son muy expertos. Y 2.767 especies de animales, con la particularidad de que algunas de ellas solo existen allí.
Cuidar de ese admirable, extenso y variado mundo es un deber que nos incumbe  a todos, aunque nunca vayamos a aquellas excepcionales tierras. Pero el hecho debe animar en nosotros un sentimiento semejante hacia nuestro aparentemente pequeño y  pobre mundo en que vivimos. 
¿Pequeño y pobre? ¡De ningún modo! ¡En absoluto! El mundo en que vivimos es igual que el de Fanjingshan: vasto y espléndido. Pero depende de nosotros que siga siendo así. Si nuestra mente es corta, nos parecerá vivir encerrados en una odiosa covacha sobre la que solo cabe protestar y quejarse. Si nuestro corazón es estrecho viviremos siempre amargando un mundo que es amargo por nuestra propia miseria moral.
Los hombres que han hecho grande a su familia, a su sociedad y a su patria han sido los que supieron encender la llama del entusiasmo de los demás con el propio entusiasmo de hacer de lo aparentemente débil un enérgico instrumento de servicio y de entrega.

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