sábado, 6 de septiembre de 2014

Redondo.

La película En busca del arca perdida nos dejó ver alguna de las trescientas misteriosas esferas de piedra del Delta del Diquís. La más grande pesa así como dieciséis toneladas y su diámetro mide dos metros. La zona del Delta está modulada, como sabes, en la costa del Pacifico de Costa Rica, por las aguas de dos ríos: el Diquís o Grande de Térraba, que reúne las aguas de muchos otros ríos que bajan de la cordillera de Talamanca; y el Sierpe, menos  importante y caudalosos (con los ríos pasa lo que con los hombres: unos, mucho y otros, poco) porque nace en una laguna relativamente cercana. La fauna y la flora que en su entorno son asombrosamente ricas y llamativas.
En este lugar alentó hace cinco mil años, una cultura espléndida en política, religión, comercio, arte, agricultura, metalurgia, artesanía del oro, alfarería, escultura en piedra de hombres y mujeres de hasta dos metros con raros tocados de los que sabe muy poco y de los que se supone todo, que es lo que se hace cuando no se sabe.
Y dada esta noticia, probablemente conocida por ti, lector, vamos a la moraleja. ¿Qué movió a labrar esas esferas pasmosas? ¿Para qué? ¿Quién ideó ese universo extraño que no se encuentra en ningún otro lugar del mundo? ¿Y con qué instrumento se pudo hacer el cálculo de su trazado perfecto y el labrado de su volumen?
Esas preguntas o, al menos, algunas de ellas, nos pueden trasladar a una esfera muy cercana a nosotros. La educación de nuestros hijos nos plantea este sabio interrogante: ¿Me ha salido redonda mi tarea de “labrar” a mis hijos? O, más importante todavía,  ¿me preocupa el trabajo de educación que estoy realizando? Es verdad que yo soy un factor en ella, pero un factor indispensable, precioso, decisivo.
Los hijos se parecen a los padres. Pero no es el parecido, físico o psicológico, el que interesa por encima de otros. Hay un mundo de valores en la vida que la dignifican, la enaltecen, la elevan sobre la mediocridad y la ordinariez.
Una obra de arte es fruto del esfuerzo físico estético o moral de su autor. Pero la obra de arte que conduce a la “creación” de un hombre magnífico, que es la meta de mi entrega, exige que su autor sea modelo en esos valores que lo plasman.

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