martes, 11 de febrero de 2014

¡No hay remedio!



Quinto Horacio Flaco, nuestro Horacio de siempre, escribía en su segunda carta del primer libro de Epístolas al joven Lellio: Sincerum est nisi vas, quodcumque infundis acescit. Aunque es un latín que se entiende fácilmente, me atrevo a darles esta traducción, para salir del paso, a los especialistas en Inglés (y que me perdonan los maestros del Latín): Si el cacharro no está limpio, cualquier cosa que le eches se agriará.

Horacio escribía hace más de dos mil años. Pero qué bien diagnosticaba lo hondo del corazón de algunos hombres. De entonces y de algunos de ahora.

Entre los de entonces, un poco antes, Lucio Sergio Catilina, según parece porque le fueron mal los planes económicos que proponía al Senado, porque le fue mal su repetida aspiración al consulado, porque le fue mal su proyecto de dar más poder a las asambleas de la plebe, tramó una revolución.

Y entre los de ahora nos basta asomarnos a las asociaciones, a los grupos políticos, a la tertulias, a los “medios”, a la calle… para darnos cuenta de que algo queda en el fondo del corazón de algunos hombres que les hace ver, sentir y expresar que todo va mal, que todo les disgusta, que nadie acierta porque todos se equivocan, que todos actúan torcidamente (ahora está de moda decir torticeramente). Porque todos caminan y construyen a partir de sus propios intereses. ¡Todos, todos, todos! Menos ellos mismos. Y los suyos, naturalmente.

A mí, que soy ingenuo por naturaleza, no me preocupa especialmente lo descrito. Mi desazón nace al preguntarme, sin saber responderme (o respondiéndome de un modo que no me gusta), qué es lo que ellos han hecho de bien, hacen o saben y están en condiciones de hacer. Y qué habrá de acidez, de amargura, de resentimiento, de revancha en el fondo de su corazón cuando, por fin, se decidan a callarse y hacer algo.

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