martes, 1 de marzo de 2011

Ni una mosca...


Los emperadores romanos tuvieron casi todos muy mala prensa. Porque como gobernaban por rachas, es decir, familia tras familia, de las que la anterior había caído por obra, a veces violenta, de la siguiente, los historiadores de esta siguiente no eran muy indulgentes con la anterior. ¡Claro, estaban subvencionados! Es cosa vieja, pero no exclusiva de aquella vejez.
Un ejemplo: Cayo Suetonio Tranquilo, historiador de Roma durante los reinados de Trajano y Adriano, escribió la vida de los doce emperadores que van desde Julio César (que no lo fue, pero entra con pleno derecho en la lista) hasta Domiciano. Tito Flavio Domiciano fue emperador desde el año 81 al 96 y había sucedido a su hermano Tito que, a su vez, había sido sucesor del padre de ambos, Vespasiano (un repaso a la historia nos ayuda a airear los libros de nuestra juventud).
Pues de Domiciano cuenta Suetonio, sin mucha misericordia, lo que sigue: En los primeros tiempos de su reinado se encerraba todos los días a solas y se pasaba un buen tiempo cazando moscas atravesándolas con un punzón muy agudo. A uno que preguntó una vez “¿Hay alguien con él?”, Vibio Crispo no quiso darle una respuesta absurda y le dijo. “Ni una mosca” (en Latín suena mejor: Ne musca quidem). 
No está mal que nos apliquemos el dicho. No exactamente porque nos pasemos la vida papando moscas. Que no. Sino por si al repasar nuestras horas nos damos cuenta de que las llenamos de aire. Se nos ha confiado una honrosa tarea: ser emperadores. Pero no como aquellos o, al menos, no como algunos. Somos Emperadores de nuestras vidas. Imperar es poner orden en algo. Y nosotros tenemos un gran algo que ordenar.
No está mal que critiquemos a los gobernantes, ”emperadores de la cosa pública”, si les hemos cedido durante un poco de tiempo el papel de ordenarla. Son servidores de los ciudadanos y tienen esa obligación que cumplir. Y nosotros la de vigilarlos y corregirlos. ¡Y qué bien lo hacemos!     
Pero tenemos muy cerca de nosotros un “imperio” (nuestra persona, nuestra familia, por ejemplo) que no podemos dejar de construir, segundo a segundo… si no queremos que el vigía Vibio Crispo nos tache de perseguidores de quimeras, con punzón o sin punzón. O de moscas.

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