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lunes, 30 de julio de 2012

Iztaccíhuatl, la mujer blanca.


Los que conocen la sierra de Guadarrama tienen bien presente a la Mujer muerta, un cordal en tierras de Segovia, que forman la Pinareja, la Punta del oso, el Pico de Pasapán… y ligadas a leyendas de amor hacia una bella doncella olvidada o hacia una madre llena de ternura que con su muerte, provocada por las lanzas de sus dos hijos en lucha, logra llevarlos a la sensatez y al amor fraterno.
Pero naturalmente les sean menos conocidas las leyendas que unen las vidas de los impresionantes volcanes que como una corona rodean las tierras de la inmensa ciudad de México.
Una de ellas dice que Teuhtli, “el dios”, Xico, “el ombligo”, y Chichinauhtzin, “el quemadito”, eran gigantes enamorados de la misma bella mujer, Iztaccíhuatl, la Mujer blanca. Teuhtli hizo correr a Xico quien huyó al valle de Chalco y quemó a Chichinauhtzin, que quedó en lo alto de la sierra.
Otros cuentan la historia de Popocatépetl, “monte que humea”, enamorado de la misma  Iztaccihuatl, con quien huyó de la furia de su padre; la doncella murió exhausta en la huída y su sueño lo vela su amado.
                                                      Iztaccihuatl, la Mujer blanca
Impresiona el respeto, la admiración, la exaltación y el trato que da el sentido popular al mundo que nos rodea. Lo llamamos “mundo”, que significa limpio; “cosmos”, que significa bello. ¡Y qué poco hacemos para, al menos, conservarlo como nos lo entregan!  
¿No se puede hacer algo más profundo y extenso, más sensato y eficaz para formar a los niños y a los jóvenes en la estima de la que llamamos Naturaleza? Falta, parece, una educación básica de aprecio de la belleza, de toda la belleza en cualquiera de sus manifestaciones. El buen gusto no es precisamente un patrimonio bien repartido. Y eso que es gratis y está a disposición de todos. Causa pena (¡y susto!) oír (que no escuchar, lógicamente) cómo tratan algunas madres a sus hijos desde que nacen: gritos para arrullar, gritos para llamar, gritos para reñir, gritos para advertir, gritos para recibir. Y esto por referirnos sólo a algo tan cercano y tan bello como es (¡o puede ser!: ¡¡¡y debe ser!!!) la voz de una mujer que modela la personalidad de su hijo.