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sábado, 5 de marzo de 2011

Cotilleos.


El DRAE (no nos quedemos atrás en el manejo de siglas) o, lo que es lo mismo, pero dando la cara, el Diccionario de la Real Academia Española, dice que cotilla es la persona amiga de chismes y cuentos. ¿Conocemos a alguna? Cota, cota de malla, por ejemplo, era la defensa del torso del que entraba en la batalla que se resolvía con lanzadas o a espadazos. Cotilleo es la guerrilla menuda de la vida de quien no tiene mucho importante que hacer, de los que son, porque la usan, cotilla.
No sé si nos ha preocupado mucho descubrir qué tanto por ciento ocupa la alta reflexión política de algunos de nuestros mandantes. Y, como contraste, el cotilleo, el chismorreo con que roen la paciencia de los mandados, mientras éstos esperan la solución de los problemas que se les ha confiado resolver, que es la función de su servicio.   
Es bueno repasar algunos programas de televisión, escenario y pesebre de muchos cotillas, para hacerse cargo de ese fenómeno, fruto de la exquisita cultura de nuestros maestros (porque sólo un maestro tienes agallas para asomarse a esa tribuna del saber y sentir que es la pantalla). Y junto a estos escenarios, las planas de algunos de nuestros diarios o publicaciones semanales. Nuestras conciencias, nuestras mentes ¡y nuestras voluntades! se alimentan con ese producto de la digestión de los prohombres de nuestra sociedad. 
Pero donde se fragua todo, donde mana el agua que riega nuestras vidas, ya desde muy niños,  donde el cotilleo es más pernicioso, es en la familia. ¿Con qué fuerza sienten los padres el deber de construir la empresa que han acometido, de autoeducarse para poder, saber y querer educar?  
¿De qué se habla en casa? ¿Qué se vierte en la conversación familiar? Y antes: ¿qué deseos arden en nuestros corazones? ¿qué luz ilumina nuestros pensamientos? ¿qué sentimientos mueven nuestras pasiones? Porque todos sabemos o deberíamos saber que el joven de hoy no es así porque lo haya hecho así la sociedad, sino porque le hemos dado de comer así.