A Lucio Anneo Séneca le debió de divertir el título que puso a la sátira
contra el fallecido emperador Claudio: Apocolocyntosis
divi Claudii (que para los que tienen el griego - y el latín - un poco hacinado, se podría
traducir como La conversión en calabaza del divino Claudio. Y le divertiría en su embestida juzgarle,
condenarle, desterrarle del Olimpo, arrojarlo al Hades y castigarle a jugar a
los dados con un cubilete sin fondo hasta que Calígula le consiguió un puesto
de honrado funcionario.
Muy divertido tal vez, pero fuera de sitio, al menos,
cuando el ataque se lanza como venganza sobre la memoria de un hombre muerto.
Poco más tarde Séneca sería también hombre muerto por
designio de su pupilo Lucio Domicio Enobarbo al que, con poco respeto, llamamos
familiarmente Nerón.
Parece mentira que ese hombre escribiese cosas como las
siguientes por las que le tenemos por recto, justo, honrado, respetuoso, serio,
y profundo.
En su ensayo sobre el ocio decía: Solemos afirmar que el sumo bien consiste en
vivir según la naturaleza: la naturaleza nos ha engendrado para estos dos
fines: la contemplación de la realidad y la acción...
La naturaleza nos ha dado una índole sedienta
de conocimiento y, consciente de su maestría y de su belleza, nos ha engendrado
para hacernos espectadores de sus visiones majestuosas, porque vendría a perder
el fruto de su obra si exhibiese obras tan grandiosas, tan espléndidas, tan
finamente realizadas, tan deslumbrantes y bellas con una belleza multiforme a
una platea vacía.
La primera consideración es sobre el hecho de
su conversión. Los que siguen su trayectoria como hombre de estado, como
filósofo, como fallido preceptor imperial saben bien que su camino desde la
ambición juvenil al sosiego del atardecer fue limando las aristas de sus
desmedidas.
Pero no interesa aquí subrayar la historia
lejana y discutida y sí aplicarnos las palabras que nos dirige como posibles
espectadores de la grandeza que nos acoge. Corremos el riesgo contagiado de ver
solo lo despreciable porque nos distraen la acción, la vorágine de los hechos,
la ramplonería de fijarnos en la superficie de los acontecimientos, de la
historia, de las personas y llenar de vacío esta preciosa platea en la que
vivimos, nos movemos y existimos.