He aquí algo raro, algo impensado e impensable, pero que parece real si creemos en las conclusiones del estudio de una universidad tan clara como la de Belmont, en los Estados Unidos.
Esas conclusiones dicen algo como esto: las personas con apellidos que empiezan por una de las últimas letras del alfabeto reaccionan más vivamente que las que tienen apellido que comienza por las primeras letras ante una oferta de, por ejemplo, la liquidación anunciada por un almacén.
Kurt Carlson, profesor asistente en Georgetown McDonough School of Business y Jacqueline Conard, profesora asistente en la Escuela de Graduados de Negocios de Massey en la Belmont University lo comprobaron por medio de cuatro experimentos. La conclusión es que se trata de una “estrategia de supervivencia desde las primeras experiencias de la escuela que con el tiempo se convierte en una forma natural de responder". Lo llaman "efecto últimos apellidos".
Es, dicen, “una reacción a la forma en que se ordena el mundo durante la infancia, donde por norma general los niños cuyos apellidos empiezan por Z están siempre al final de la fila, mientras los A siempre son los primeros”.
Lo mismo pasa en grupos reducidos como el de los hermanos de una familia entre los que el primero en llegar a todo es el más pequeño. Es verdad que cuenta para ello también el mimo y consentimiento que recibe de los demás, pero esta necesidad de actuar enseguida para no ser el último cuenta igualmente.
Jesús se refería a los que despreciados y servidores de los demás como los últimos de la sociedad de los que aseguraba que serían en su “reglamento de amor” particular los primeros. Pero, aunque parezca que coincidía con la aseveración de Belmont, esta es otra y preciosa dimensión.
Saber todo lo anterior puede ayudar a comprender mejor el comportamiento de algunas personas y a acompañar en su maduración a los que dependen de nosotros para su crecimiento como miembros de una comunidad familiar y social.