jueves, 28 de julio de 2016

La Nacencia.

Luis Chamizo fue un notable poeta de Badajoz (Guareña, 7 de noviembre de 1894) que murió en 1945 en Madrid, donde tiene una calle. La poesía que transcribimos refleja, en el lenguaje de su tierra, toda la ternura ante el hecho estremecedor del nacimiento de un primer hijo en circunstancias dramáticas.

I
Bruñó los recios nubarrones pardos
la lus del sol que s’agachó en un cerro,
y las artas cogollas de los árboles
d’un coló de naranjas se tiñeron.
A bocanás el aire nos traía
los ruídos d’allá lejos
y el toque d’oración de las campanas
de l’iglesia del pueblo.
Ibamos dambos juntos, en la burra,
por el camino nuevo,
mi mujé mu malita,
suspirando y gimiendo.
Bandás de gorriatos montesinos
volaban, chirrïando por el cielo,
y volaban pal sol qu’en los canchales
daba relumbres d’espejuelos.
Los grillos y las ranas
cantaban a lo lejos,
y cantaban tamién los colorines
sobre las jaras y los brezos,
y roändo, roändo, de las sierras
llegaba el dolondón de los cencerros.
¡Qué tarde más bonita!
¡Qu’anochecer más güeno!
¡Qué tarde más alegre
si juéramos contentos!...
- No pué ser más- me ijo- vaite, vaite
con la burra pal pueblo,
y güervete de prisa con l’agüela,
la comadre o el méico -.
Y bajó de la burra poco a poco,
s’arrellenó en el suelo,
juntó las manos y miró p’arriba,
pa los bruñíos nubarrones recios.
¡Dirme, dejagla sola,
dejagla yo a ella sola com’un perro, 
en metá de la jesa,
una legua del pueblo...
eso no! De la rama
d’arriba d’un guapero,
con sus ojos roendos
nos miraba un mochuelo,
un mochuelo con ojos vedriaos
como los ojos de los muertos...
¡No tengo juerzas pa dejagla sola;
pero yo de qué sirvo si me queo!
La burra, que rroía los tomillos
floridos del lindero
carcaba las moscas con el rabo;
y dejaba el careo,
levantaba el jocico, me miraba
y seguía royendo.
¡Qué pensará la burra
si es que tienen las burras pensamientos!
Me juí junt’a mi Juana,
me jinqué de roillas en el suelo,
jice por recordá las oraciones
que m’enseñaron cuando nuevo.
No tenía pacencia
p’hacé memoria de los rezos...
¡Quién podrá socorregla si me voy!
¡Quién va po la comadre si me queo!
Aturdio del tó gorví los ojos
pa los ojos reondos del mochuelo;
y aquellos ojos verdes,
tan grandes, tan abiertos,
qu’otras veces a mí me dieron risa,
hora me daban mieo.
¡Qué mirarán tan fijos
los ojos del mochuelo!
No cantaban las ranas,
los grillos no cantaban a lo lejos,
las bocanás del aire s’aplacaron,
s’asomaron la luna y el lucero,
no llegaba, rondo, de las sierras
el dolondón de los cencerros...
¡Daba tanta quietú mucha congoja!
¡Daba yo no sé qué tanto silencio!
M’arrimé más pa ella;
l’abrasaba el aliento,
le temblaban las manos,
tiritaba su cuerpo...
y a la luz de la luna eran sus ojos
más grandes y más negros.
Yo sentí que los míos chorreaban
lagrimones de fuego.
Uno cayó roändo,
y, prendío d’un pelo,
en metá de su frente
se queó reluciendo.
¡Que bonita y que güena,
quién pudiera sé méico!
Señó, tú que lo sabes
lo mucho que la quiero.
Tú que sabes qu’estamos bien casaos,
Señó, tú qu’eres güeno;
tú que jaces que broten las simientes
qu’echamos en el suelo;
tú que jaces que granen las espigas,
cuando llega su tiempo;
tú que jaces que paran las ovejas,
sin comadres, ni méicos...
¿por qué, Señó, se va morí mi Juana,
con lo que yo la quiero,
siendo yo tan honrao
y siendo tú tan güeno?...
¡Ay! qué noche más larga
de tanto sufrimiento;
¡qué cosas pasarían
que decilas no pueo!
Jizo Dios un milagro;
¡no podía por menos!


II
Toito lleno de tierra
le levanté del suelo,
le miré mu despacio, mu despacio,
con una miaja de respeto.
Era un hijo, ¡mi hijo!,
hijo dambos, hijo nuestro...
Ella me le pedía
con los brazos abiertos,
¡Qué bonita qu’estaba
llorando y sonriyendo!
Venía clareando;
s’oïan a lo lejos
las risotás de los pastores
y el dolondón de los cencerros.
Besé a la madre y le quité mi hijo;
salí con él corriendo,
y en un regacho d’agua clara
le lavé tó su cuerpo.
Me sentí más honrao,
más cristiano, más güeno,
bautizando a mi hijo como el cura
bautiza los muchachos en el pueblo.
Tié que ser campusino,
tié que ser de los nuestros,
que por algo nació baj’una encina
del camino nuevo.
Icen que la nacencia es una cosa
que miran los señores en el pueblo;
pos pa mí que mi hijo
la tié mejor que ellos,
que Dios jizo en presona con mi Juana
de comadre y de méico.
Asina que nació besó la tierra,
que, agraecía, se pegó a su cuerpo;
y jue la mesma luna
quien le pagó aquel beso...
¡Qué saben d’estas cosas
los señores aquellos!
Dos salimos del chozo,
tres golvimos al pueblo.
Jizo Dios un milagro en el camino:
¡no podía por menos!

viernes, 22 de julio de 2016

Kazanlak.

Don Bosco está en Kazanlak, Bulgaria, desde hace 22 años. Bulgaria está rodeada, ya sabes, por Rumanía, Serbia, Macedonia, Grecia y Turquía. Y se asoma gozosamente por el Este al Mar Negro. Los salesianos, solo cuatro, atienden dos obras en el centro de la nación: Kazanlak y Stara Zagora. Tres son checos y el cuarto, el más joven, Donbor Jyrwa, llegado hace poco, es indio y recibió la ordenación diaconal con rito católico bizantino (bien se ve en la foto) el pasado 18 de Junio en la parroquia salesiana de San José de Kazanlak.
Este notable acontecimiento es parte de la imagen de los misioneros que Don Bosco envía al mundo. La India, salesiana desde hace poco más de cien años, transfunde su joven fe con la vida de muchos misioneros en muchos lugares de la Tierra. Siendo como es la nación que más salesianos tiene en la actualidad (casi 2700 incluidos los 130 novicios) es natural que se ofrezca como sembradora de la misión de Don Bosco. Porque Don Bosco se sintió eco de las palabras de Jesús: “¡Id a todo el mundo para dar a todos los hombres esta buena noticia!”.
Cuando, estando en Barcelona en 1886, tuvo un sueño misionero la noche del 9 al 10 de abril, la Virgen le indicó “lo que debían hacer los salesianos” desde Valparaíso a Pekín, pasando por el corazón de África.
Diez años antes, cuando ya tenía a sus hijos en Argentina, les había escrito lamentando ser ya viejo y no poder unirse a ellos para darles un abrazo de padre y animarles en su valiente trabajo de ayuda a los jóvenes.
Somos y debemos seguir siendo de esa estirpe. No iremos porque los años, la familia, el trabajo, la salud… nos atan a este banco de aquí. Pero nada nos impide tener un corazón como el del padre en todo lo que sirva para que el trabajo que otros sí hacen sea más jugoso, más valiente, más generoso. ¡A la obra!   

domingo, 17 de julio de 2016

Nuestro!!

He salido a caballo esta mañana
cuando el sol en la tierra aparecía
e inundaba de luces la besana
que en rosados colores se teñía.
He ido a ver mis haciendas y mis prados
con el mismo entusiasmo y alborozo
con que un rey visitara sus estados.
Y al extender la vista sobre el llano
que llega de los montes hasta el río,
extendiendo la mano,
he gritado con ansia: -"Todo es mío.
Mías son esas mieses, que amarillas,
inclinan las cabezas
repletas de semillas,
que son germen de vida y de riquezas.
Míos son esos bosques seculares
de encinas y olivares
que se pierden allá en el horizonte:
y míos los ganados
que suben apiñados
por la verde ladera de aquel monte”.
Y de nuevo, con loco desvarío,
repetía con ansias: "Todo es mío."
  …
El viejo capataz que me acompaña,
nacido en la cabaña
que los rudos pastores de mi padre
hicieron para abrigo en la montaña,
haciendo adelantar a su jumento,
interrumpe mi loco pensamiento:
“Todo lo que usted mira es de la hacienda.
Su padre la heredó, y hoy, mejorada,
a usted se la encomienda”.
Al escuchar aquella voz cascada,
voz a la de mi padre parecida,
cuando próximo ya a perder la vida
tendía a mí, su mano descarnada:
al mirar aquel rostro macilento,
que solo con hablar del amo, llora,
de mis torpes ideas me arrepiento.
“ No es mío, no. ¡Es nuestro!”,- exclamo ahora.
“¡Nuestros campos!”, decía cuando hablaba
mi padre a sus gañanes.
“¿Qué tal van nuestras mieses?”, preguntaba.
Hacíanse en el mismo horno los panes
y con la misma harina se amasaban.
Nuestro, nuestro. ¡Es verdad! ¿Qué hice yo acaso,
qué fatiga pasé, que gota encierra
del sudor de mis manos esta tierra,
esa fortuna que me sale al paso?
Nacer, haber nacido es mi derecho.
Poco título es para una herencia
cuando se tiene estrecha la conciencia
y un corazón cristiano esconde el pecho.
Y poniendo la mano
en la espalda fornida del anciano
y ocultando una lágrima furtiva,
le he dicho convencido,
con voz franca y sincera:
Nuestra hacienda el Señor ha bendecido...
Pero vamos arriba,
que nuestra gente y nuestro hogar espera”.

martes, 12 de julio de 2016

Como una cabra.

Seguí con mucha atención una conferencia didáctica y creativa (con ánimo de despertar la creatividad en sus oyentes) de Thomas Thwaites, diseñador gráfico inglés. Explicaba cómo, recurriendo a la fuente de las cosas, uno mismo puede hacer lo que la industria nos ofrece. Recurrió a una mina de hierro para obtener ese metal, obtuvo plástico maleable para adaptarlo a su máquina y consiguió cobre para diversas partes y funciones del microondas que iba construyendo. Cuando, terminado todo, lo enchufó, se le quemó totalmente. No le habían permitido obtener de una Hevea Brasiliensis, el caucho necesario para aislar los cables del enchufe.
Este pensador de 34 años, cansado “de ser un ser consciente de sí mismo y capaz de arrepentirse del pasado y preocuparse sobre el futuro” (son afirmaciones suyas) y viendo al perro de un amigo “feliz, feliz de estar vivo”, decidió compartir con unas cabras tres días de experiencia caprina. Se hizo un disfraz, unos suplementos para las manos y ¡hala, al monte! Parece que se sometió a un tratamiento craneal para estar callado ese tiempo, pero renunció a la implantación de un estomago apto para digerir hierba. Y como la cabra tira al monte, subió con ellas hasta donde ellas quisieron. “Fui capaz de seguirlas alrededor de un kilómetro en esta migración – afirmaba al final de la experiencia -, pero después comenzaron a ir cuesta abajo y sencillamente me abandonaron entre el polvo. Así que pasé el resto del día tratando de alcanzarlas y cuando por fin lo logré llegué a un sitio bastante bonito, donde el pasto era muy suave”.
Como ves, querido lector, Thomas Thwaites, es un estupendo caricato. Pero, además de hacernos, cuando menos, sonreír, despierta en nosotros preguntas muy serias, aunque vengan envueltas en cables de cobre sin aislante y pezuñas sospechosas de cabra.
¿No vivimos demasiado encadenados al siempre igual que aprendimos de niños? ¿No dependemos de los esquemas de la tecnología hasta el punto de dejar de ser nosotros mismos? ¿Hemos intentado el ejercicio de meternos en el pellejo de otros para conocer, sentir y reaccionar tras una experiencia que nos puede hacer más comprensivos, más compasivos, más grandes de corazón, mejores?

jueves, 7 de julio de 2016

Castigar?

Yamato Tanóoaka apareció una semana más tarde. Perdonó a su padre por haberle castigado dejándolo en la carretera y prometió portarse bien en adelante. A los siete años debe de ser arriesgado caminar unos cuantos kilómetros hacia Nanae-cho sin saber nada del lugar. Y sin saber ni haberse encontrado por aquellos parajes con osos salvajes, como se decía al dar la noticia.
Supo después, seguramente, que se le había buscado afanosa y sistemáticamente pero en dirección errónea.
Pasado el susto y vuelto al abrazo paterno, se nos vienen muchas preguntas a la cabeza. Empecemos por la más espontánea: ¿Le habrá castigado el abuelo del niño al padre por haber perdido al nieto? (¿perdido o abandonado?). ¿Habrán dormido padre y madre alguna noche de las que mediaron hasta el encuentro? ¿Qué habrán revuelto en su cabeza y en su corazón durante el obligado insomnio? ¿Existirá alguna mediación legal para hechos como el presente? ¿Le habrá pedido perdón el padre al hijo por haberse pasado de justo? ¿Sentirá el padre que, de verdad, fue justo y si lo cree así, en qué grado practicó la justicia? ¿Tiraba el niño piedras a los coches y viandantes? ¿Llevaba en el coche repuesto de piedras? ¿Conducía el padre el coche o tenía conciencia de que estaba conduciendo algo más?          
Para un padre o una madre o un maestro o una profesora es un problema esto de la administración de castigos. 
Si castigar es, como se dice y parece correcto, hacer bueno, ¿estamos seguros de que el castigo hace bueno al que lo recibe y es bueno el que lo impone? Porque si no es bueno el que lo impone ¿tiene derecho y fuerza para imponérselo al que, como él, necesita hacerse bueno? El primer sentimiento del que recibe un castigo es un insulto callado al que le castiga. Y probablemente el insulto, mire usted por dónde, es acertado y justo.
El único modo de castigar, es decir, de hacer bueno, de educar, es amar. Don Bosco decía que la educación es cosa del corazón. El no empezó proponiéndose educar. Nació, creció y se hizo grande amando. Y excluyó de su camino de padre al que no era capaz de sentirse hijo, es decir, de sentir que era amado. Cuando se decía - y se sigue diciendo - que el admitía en su casa, en su “oratorio” a todos, se afirma que lo hacía a todos los que eran capaces de sentirse amados. Porque en su casa, en su “oratorio”, se dispensaba como alimento de vida el amor.

sábado, 2 de julio de 2016

Infinity...

La naviera americana Celebrity Cruises pasea por los anchos mares del mundo sus buques, remozados y aumentados en número poco a poco. Tal vez  los conozcas. Su flota, formada por Millennium, Summit, Constellation, Infinity…, viaja por el Caribe, Florida, Bermudas, Nueva Inglaterra, Canadá, Galápagos, Alaska... Y programa ampliar sus destinos ofreciendo a bordo todas las comodidades y atractivos posibles en estos gigantes de los océanos.
No hace mucho una de estas naves, la Infinity, de 292 metros de larga (eslora, dicen los entendidos y aficionados de la noble esfera de la navegación), tuvo un pequeño incidente en el puerto de Ketchikan de Alaska: se incrustó levemente de costado en el muelle y abatió parte del mismo. Y ella quedó dañada en su casco y en parte de su interior. Con una noche más en el puerto se repuso de su embestida con un leve coste de tres millones de dólares, dicen los gacetilleros, sin que hubiese heridos y otros males que lamentar y seguir lamentando. ¿Te acuerdas del Costa Concordia?        
¿Nos enfrentamos en el mar de la vida, nosotros y nuestros grumetes, con la mayor certeza de que no vamos a quebrar nuestro proyecto con un acceso equivocado a lo que se nos presenta como meta segura de atraque? ¿Nos fiamos, porque somos listos, fuertes y decididos, de nuestra sabiduría y de nuestro dominio de la preciosa nave que creemos ser (¡y lo somos, pero…!) y de los mares por donde se mueve y se va a mover? 
Hace poco escuchaba las razones sinrazón del padre de un muchacho que había roto su vida en la sentina de la droga. Y al escucharle se me ocurrían muchas preguntas que haces muchas veces ante la idiotez de un padre atolondrado que educa dando, concediendo, transigiendo y abandonando el mando de la propia nave y de la de su hijo y acaba llorando el fracaso más triste de su vida.