viernes, 28 de julio de 2017

El Violinista que volvió a tocar.

Ameen Mokdad es un músico iraquí que quiere lanzar al mundo este mensaje: "La música es una cosa bellísima". "Contra todo terrorismo o ideología que limita las libertades". En 2014 el Isis logró el control de la ciudad de Mosul. Se prohibió inmediatamente la música porque la tachaban de pecaminosa. Los milicianos invadieron la casa de Ameen y se llevaron todos sus instrumentos. Cuando el ejército iraquí recuperó el control de la zona, Ameen decidió volver a su ciudad natal y ofreció un pequeño concierto con su violín entre las ruinas de la mezquita de Jonás, un lugar muy querido por musulmanes y cristianos. La iniciativa se hizo conocer por los medios de comunicación y atrajo a algunos curiosos. "La gente ama la música", afirma el joven. En el video filmado se oyen de vez en cuando el ruido de los disparos que se mezclan con las notas del violín de Ameen. La lucha no había acabado aún en la ciudad: los combates entre el ejército oficial y los milicianos continuaban. Pero él difundía la alegría de ser libre, la belleza que alimentaba su vida, la felicidad por hacer un poco más felices a todos.   
La música (excluyo los ruidos que llaman música) es una de las emanaciones espirituales más bellas. Recuerdo que, de niño, me hablaban de un san Virila que pasó siglos extasiado por el canto de un ruiseñor en San Salvador de Leyre.  
Acompañaba a un enfermo escuchando música (no “ruidos” que llaman música) y comentaba mi amigo: “Quien ha compuesto esto tuvo que ser un hombre bueno”.
No era posible que de un corazón torcido brotase tanta belleza.
Contemplo a una joven madre que intenta que su niño se duerma en sus brazos mientras le canta una dulce melodía. No es posible una conjunción más hermosa: la grandeza de un niño acunado en la nobleza de los brazos de su ángel; el placer de una madre que se siente fuente de un milagro como su hijo; y el regalo para el espíritu de una expresión inigualable de amor, belleza y esperanza.
¡Gracias, Ameen!

domingo, 23 de julio de 2017

Nostalgia de la Dictadura.

En el régimen de los pueblos pasados, de hoy y del futuro, aquí y allá, aparece, de vez en cuando, una nube que pretende hacer el bien: proteger del exceso de Sol, indicar el camino por el que conviene ir, convertirse en lluvia benéfica para la cosecha que se desea. Pero la presencia de la nube, su injerencia y hasta su pertinacia, no resultan a la larga bienquistas. Y se plantea la necesidad de verla como es, una dictadura, y eliminarla.
Se usa para ello normalmente la violencia. Pero no se acierta cuando no se sabe por qué se agrede, dónde dar, cómo golpear, a quiénes y de qué manera guillotinar. 
¿Te has fijado que la mayor parte de las personas que se presentan con ese programa de eliminar lo que dicen que no es correcto, porque es dictadura de algún interesado, se convierten inmediata e inflexiblemente en dictadores, si no lo eran ya antes de irrumpir en la plaza pública? Su modo de hablar, su modo de actuar, su modo de moverse y removerse, sus gestos, sus gestas… llevan siempre el marchamo de la superioridad, de la infalibilidad, del dominio de la cosa, sea cual sea la cosa, con un tono de desprecio, de lejanía y de absolutismo de lo que no son conscientes (¡malo!) o sí lo son, pero lo esgrimen (¡peor!) y lo consideran necesario para hacer las cosas como les interesa (¡pésimo!)? 
Esto, pienso, cuenta en el mundo político (no hay más que asomarse a la ventana), pero también y mucho más en el mundo de la educación. ¡Todos sabemos educar! ¡Los padres somos educadores natos! ¿Cómo me van decir a mí, que soy su padre, cómo es mi hijo y de que pie cojea? ¡Llevo veinte años educando y me dicen que no sé hacerlo! 
Necesitamos un poco o un mucho más de sensatez que nos llevaría a acertar. Debemos estar y sentirnos más interesados en ver de qué modo caminan los que empiezan a caminar y presumen erróneamente de que lo hacen muy bien. En general el auténtico dictador (y me refiero al político, al social, al familiar) es un engreído cuyo engreimiento se ha alimentado casi siempre con el aplauso de los que le han hecho creer lo que no valía la pena creer porque no era nada sólido: que era el mejor de todos.

martes, 18 de julio de 2017

Metro... y medio. Lo que nos dejaron.

Dicen los napolitanos, pero muchos otros les dan la razón, que el Metro (tren metropolitano) de Nápoles es el más bonito de Europa. Enseña, además de vías y convoyes, como es su deber, cisternas, acueductos del siglo IV antes de Cristo, un teatro romano, criptas y cementarios llenos de pathos, sugestiones y leyendas, refugios antiaéreos de hace sesenta años y cultivos de albahaca (¡ah la pasta!).
Pues bien, Toledo es una estación de la línea 1 en el barrio de San José. Y nada menos que el diario inglés The Daily Telegraph asegura que es la estación de Metro más bella de Europa. Y la CNN le da la razón. En 2013 obtuvo el premio Emirates leaf international award como “Public building of the year”. En 2015 se le concedió el premio ‘International Tunnelling Association: Oscar de las obras subterráneas’, y eso que competía con las de Sydney y Jerusalén.
Está proyectada por el arquitecto español Óscar Tusquets y se abre a las zonas del barrio Carità, a la cercana de los Quartieri Spagnoli, y a la inmediata plaza Carità.
¿Es esta una invitación a visitar Nápoles y conocer su metro? ¿Por qué no? Pero la intención aquí precisa es la de invitar a hacer otra visita: a nuestro pasado. Pensamos poco en él. Vivimos a veces como si nada anterior tuviese relieve o dignidad. Olvidamos fácilmente que estamos enraizados en el ayer, creemos que el presente es fruto de la magia o la modernidad, excluimos de nuestros sentimientos y actitudes los de la admiración, el agradecimiento, la fidelidad, la imitación de lo mucho que ha habido antes de nosotros. Desconocemos el mundo que queda más allá de nuestras querencias y tomamos como molde para nuestras vidas lo más cómodo y cercano.
Y, en otra dirección, la del futuro, descuidamos la convicción de que, en él, seremos “pasado”, “el pasado”, del que - ¡ojalá! – los que derivan de algún modo de nosotros guardarán o no recuerdo, alimentarán sus vidas con nuestro recuerdo, si nuestro recuerdo les lleva estímulo, osadía, decisión, entrega, generosidad y belleza. 

jueves, 13 de julio de 2017

Pink and White, la octava Maravilla.

Pink and White Terraces llamaban en nueva Zelanda hasta el 10 de junio de 1886 a las enormes piscinas de piedra rosa y blanca formadas por la Naturaleza, redondas, incrustadas en terrazas de sílice y desde las que sus aguas termales caían en el gran Lago Rotomahana de la Isla del Norte (o Te Ika un Maui en lengua maorí). Eran, dicen, la octava maravilla del mundo. ¿Qué pasó aquel 10 de junio? El volcán Tarawera volcó sobre ellas su lava y su fuego y quedó borrado aquel admirable paraíso.
Al cabo de los 131 años pasados, dos investigadores, Rex Bunn y Sascha Nolden, dicen: "Todo yace a lo largo de la orilla bajo 10 o 15 metros de lava y fango. Tenemos que excavar". No se sabía dónde estaban hasta que dieron con unas notas de 1859 del geólogo y cartógrafo Ferdinand von Hochstetter que les dieron el espaldarazo para ponerse a investigar: ¡la octava maravilla estaba allí!
Estas líneas no son una invitación para visitar la tierra de la haka, el desafío de los maoríes antes de un partido; o la tierra donde se rodaron las escenas de exterior de El Señor de los anillos y de El hobbit.
Son una convencida incitación a la lectura. En una etapa de la historia en la que las imágenes son casi el único alimento del hombre, vale la pena detenerse a pensar, no tanto en el mal que puedan hacer y que tantas veces hacen, sino en el vacío que ese ejercicio casi continuo provoca en la personalidad del hombre hoy. Y más y peor, en la de los niños y jóvenes mañana.
Vale la pena proponer de manera inteligente en la escuela y en el hogar un criterio que lleve a apreciar la grandeza intelectual y espiritual de la lectura. 

sábado, 8 de julio de 2017

Orquídeas: como en las mejores familias.

Dicen que la Cattleya dowiana es la más bella de las orquídeas. Puedes encontrar su imagen en algún tratado especializado o en algún rincón del historial de estas flores tan llamativas. Su nombre proviene del de William Cattley, aficionado inglés, y del de su compatriota, capitán de barco, John Melmouth Dow. Dicen los que saben que hay unas  25.000 especies (los más exagerado llegan hasta 30.000) a las que hay que añadir unos 60.000 híbridos obtenidos por sus cultivadores.
Se dan en todas partes (menos en los polos y en el desierto, que envidian inútilmente a Madagascar, la patria privilegiada de estas linduras) y todas son admirables por su belleza. Si te fijas, todas son iguales en su maravillosa variedad: dos pétalos –derecha e izquierda-, tres sépalos (arriba, derecha e izquierda) y un labelo (abajo). Pero los colores, las formas y los tamaños las hacen parecer extrañas entre sí como inventoras de la perfección.
Esta que vemos arriba es la que me toca contemplar y me invita a meditar día a día. Creo no errar si digo que es una de las 52 especies del género Cymbidium, que significa, creo barquito. ¿Será por las velas?
De un conjunto de anchas, largas, espesas y ordenadas hojas verde botella se elevaban hace cuatro meses dos palos sosos y sospechosamente inútiles. Mi absoluta ignorancia en ese campo (como en los demás) me hacía pensar que de allí no podía salir nada que mereciese la pena. Salió. Poco a poco se fueron haciendo ver, crecieron y se alargaron dando paso a pequeños brotes de los que se abrieron casi con ritmo calculado otras tantas yemas y flores como las que admiras.
Llevan meses alegrando el aire en que viven. Cada una de ellas embellece un espacio reducido sin que llegue a invadir el que corresponde a la más cercana. Lo hacen de manera compensada de modo que conviven varias sin que lleguen a tocarse, orientándose de modo que todo el entorno goza con la nobleza de la más aledaña.
Me preguntaba: ¿cómo y cuándo acabarán? Y una de ellas me respondió hace dos semanas. Me pareció verla decaer. Un poco lacia al principio, se doblegó lentamente sobre sí misma y, sin decir nada ni entristecer a sus hermanas, fue a caer sobre una de las hojas verde de la base de la planta.
Inevitablemente pensé en la familia, en las familias capaces de darse a sí misma y dar a la sociedad un estímulo para vivir, de embellecer el aire que comparte y que respira, de sentirse solidaria, igual y distinta a las demás, sin llorar por tener, al final, que descansar.
Pero lo que en una planta es obligado, en la familia debe ser fruto de ese proceso delicado, constante, generoso y vivificante que llamamos educación. Y que no es sino la transmisión de la savia sana de dos troncos inigualables que se llaman padre y madre.

lunes, 3 de julio de 2017

Aborto: el mayor sin-sentido.

La parroquia de San Miguel Arcángel y Santa Rita, en Milán, Italia, amaneció hace unos días con una pintada pro-aborto: “Aborto Libre (también para María)”.
Don Andrea, el párroco, reaccionó subiendo la foto de la pintada en el Facebook de la parroquia y escribiendo lo siguiente:
Estimado escritor anónimo de las paredes,
   Siento que no hayas sido capaz de seguir el ejemplo de tu madre. Ella tuvo coraje. Ella te concibió, continuó con el embarazo y te dio a luz. Podía haber abortado. Pero no lo hizo. Te crió, te alimentó, te limpió y te vistió. Y ahora tienes una vida y la libertad de elegir qué hacer con ella. 
   Una libertad que estás utilizando para decirnos que sería mejor que personas como tú no vengan a este mundo. Lo siento, pero no estoy de acuerdo. Y realmente admiro a tu mamá porque ella fue valiente. Y todavía lo es, porque, como cualquier madre, está orgullosa de ti, incluso si te portas mal, porque sabe que dentro de ti hay cosas buenas y sólo debes ser capaz de hacerlas salir. 
   El aborto es el mayor “sin sentido”. Es la muerte que vence a la vida. Es el miedo que le gana a un corazón que quiere luchar y vivir, no morir. 
   Usted quiere elegir quien tiene el derecho a vivir y quién no, como si se tratara de derecho simple.
   Es una ideología que vence a una humanidad a la que se quiere quitar la esperanza. Toda esperanza. Admiro a todas aquellas mujeres que, a pesar de mil dificultades, tienen el valor para seguir adelante. Tú, valor, no tienes ninguno, ya que te escondes en el anonimato. Y ya que estamos, también me gustaría decirte que nuestro barrio ya tiene muchos problemas y que no necesitamos gente que mancha las paredes y arruine lo poco bueno que nos queda. 
   ¿Quieres demostrar que eres valiente? Mejora el mundo en lugar de destruirlo. Ama en lugar de odiar. Ayuda a soportar sus dolores a los que están sufriendo. ¡Y da la vida, en lugar de quitarla! ¡Estos son los verdaderos valientes! 
  ¡Afortunadamente, nuestro barrio, el que tu destruyes, está lleno de gente valiente! ¡Que sabe amarte también a ti, que ni siquiera sabes lo que escribes!