viernes, 17 de junio de 2016

Suricatos.

O suricatas, ya que su nombre científico es suricata suricatta (¡un respeto!). Viven en el Sur de África (Namibia, Botsuana -desierto de Kalahari-) y, aburridas, en algunos zoos. Es una mangosta, la más pequeña, prima hermana de la garduña, conocida entre nosotros. Se asocian en grandes grupos, en los que solo una pareja suele ser la que reproduce, mientras que los demás componentes se resignan a colaborar alimentando a las crías. Las hembras son agresivas entre sí para mantener o lograr el papel de madre. Y lo hacen engordando. Los machos dejan el grupo cuando están en condición de ser dominantes y buscan serlo en otro grupo. Son muy sociales y juegan y fingen luchar y perseguirse, especialmente las  crías.
No es que sean un ejemplo para nosotros, pero la tentación de poder más para mandar más es parecida. Nos cuesta ser parte de un todo y tendemos a sobresalir, a que se nos haga caso, a que nos den una prebenda en la que logremos que se nos tenga en cuenta o podamos gobernar nuestro corralito. A lo mejor no nos atrevemos a decir la última palabra y nos resignamos a decir la penúltima  o no decir ninguna. O a lo mejor tenemos siempre alguna palabra que decir y nos gusta, no solo que se nos oiga, sino que, si es posible,  nos sigan. 
Son admirables esas mujeres y hombres de pocas palabras pero de mucha entrega, de entrega generosa, de entrega generosa. Parece que no vale la pena fijarse en ellos. Hay quien los tiene, tal vez, por puros peones. Pero el que no avancen a caballo no significa que no sean quienes mejor construyen, más luchan, más aportan… En realidad son más.

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