viernes, 14 de noviembre de 2014

Cien por cien.


Cneo Pompeyo Trogo era voconcio. Como suena a insulto debo recordar a quien no lo tenga presente (¡han pasado tantos siglos!) que voconcios eran los naturales de una tribu de la Galia Narvonense. Este Trogo (galo él, pero ciudadano romano) vivió en el siglo I a.C., cuando los romanos estaban asentando sus huestes militares, sus ciudades más o menos civiles, su genio constructor y sus costumbres y calzadas en su Hispania. Y digo su, porque era nuestra, pero la hicieron suya. Y tuvo cierto relieve como historiador en tiempos del primer emperador, Augusto, y casi casi del insigne historiador Tito Livio. En realidad Trogo era más que historiador. Escribió sobre la Naturaleza, sobre animales y plantas. Y lo hizo tan bien que Plinio el Viejo escribió su Naturalis Historia bebiendo en las fuentes de nuestro Trogo.    
La obra principal de Trogo son las Historias Filípicas (¡44 “libros”!) sobre Filipo II de Macedonia y su hijo Alejandro Magno. Y para eso leyó detenidamente a los historiadores griegos Teopompo, Éforo, Timeo, Polibio… en la obra de Timágenes de Alejandría.
¿Y qué pinta aquí Cneo Pompeyo Trogo? Pues supongamos que nos conoció bien a nosotros, los hispanos, y escuchemos lo que escribió de nosotros: "... prefieren la guerra al descanso y si no tienen enemigo exterior lo buscan en casa". Y si añadimos lo que pensaba Lucio Anneo Floro, africano, que vivió un siglo largo más tarde, y que reflejó mucho y bien en su Compendio de la Historia Romana sobre las Guerras Cántabras, tendremos un retrato nuestro de hace veinte siglos: "La nación hispana no supo unirse contra Roma. Defendida por los Pirineos y el mar habría sido inaccesible. Su pueblo fue siempre valioso, pero mal jerarquizado".
Seguramente nos indigna que extraños como Trogo y Floro se metan con nosotros o contra nosotros. Pero, ¡atentos!, porque si lo hacemos, estaremos dándoles la razón.  

¿No advertimos en lo que decían algo muy propio de nuestro ser? ¿Hay remedio? ¿Preocupa a los que educamos acompañar desde pequeños a los que mañana han de poblar, relacionarse y mandar actitudes serenas, maduras y firmes de respeto y atención a los demás, de responsabilidad en la gestión de la propia vida, de grandeza en las relaciones con los demás, de honradez y austeridad en el manejo de la brida de nuestra vida y de las misiones que se nos confían? La vocación de dictadores que naturalmente llevamos dentro no puede ser la herencia que leguemos. Aprendamos, para poder enseñarlo, que el servicio es la única actitud que dignifica al hombre.

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