viernes, 21 de junio de 2019

Malvavisco: curar con la buena compañía


Antes de hablar del malvavisco, planta malvácea aparentemente vulgar, nos referimos a su nombre griego que alternaba con el de altea, que es médico, medicina, con propiedades tan extensas como eficaces.
Cuida el malvavisco de la piel sanando quemaduras y heridas – dicen los que entienden - , alivia la inflamación de las vías respiratorias y los abscesos dentales y algunos casos de amigdalitis y laringitis. Es un magnífico tratamiento para el asma y la bronquitis, los trastornos de la vejiga y el estreñimiento, hematomas, forúnculos, luxaciones y esguinces, picaduras de insectos, gastritis, dolor de estómago, etc., etc., etc.
Pero esto no es el puesto de venta del malvavisco de un curandero, sino una sugerencia útil sobre un hecho del que sin duda has gozado alguna vez en tu vida social: la presencia de un amigo, uno de tantos muchas veces, que estaba sin relieve aparente, pero que sonreía, hablaba y se movía de modo que la vida del grupo gozaba de un espacio de paz y felicidad fecunda que tal vez no se daba en otros grupos ni tal vez en la propia familia.
Es un privilegio nacer como uno de esos constructores de convivencia serena, casi feliz. Pero puede ser una condición personal de tono y comportamiento que podemos cultivar en nosotros, en nuestros educandos, en nuestros hijos. Ser sólo individuo es acentuar el propio yo, hacer saber con la actitud que con él no cuentas para todo lo que exija generosidad, entrega, ayuda, cercanía, acogida, luminosidad…
Debemos hacerles pensar y sentir que una persona es una persona, no un mero individuo. Es decir la fuente de un sonido – personare – grato en su forma y gratísimo en su intención, la fuente de una palabra oportuna, un gesto de simpatía, una mirada de identificación, la seguridad de que cuentas ya con él, de que puedes contar siempre con él.

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