Da gusto saborear el fruto de la
investigación de los estudiosos del pasado. Todo es quietud, madurez, hondura,
misterio… Hace gozar (y sufrir al mismo tiempo) saber que, por ejemplo, en
Galicia (según las conclusiones de los que se hunden en la historia para sentir
la riqueza que ella encierra) hubo unos 420 monasterios reales, conventuales, familiares, parroquiales… De
ellos se conserva la memoria, la tradición, documentos más o menos completos y
precisos, sus muros, la iglesia, los nobles restos medievales desde el siglo
VIII hasta el comienzo del XVI.
Lugares
como Abadín, Baralla, Sobrado do Picato, Penela, Amoexa,
Vilane, Baleira, o Mosteiro de San Pedro da Esperela donde se vertió sangre de
moros y cristianos. Duarría, Río Roza,
Orizón, Labio... La Capela de San Martiño, los monasterios de Vilafrío, de Santa María de Moreira,
dependiente del espléndido cisterciense de Santa María de Meira.
La lista sería larga e impropia de un lugar tan modesto como este, pero
sugeridora de sentimientos y preguntas como los que siguen y que bien pudieran
ser el arranque para nuestros hijos de una reflexión gozosa. ¿Dónde está el
origen de nuestros apellidos? ¿Sé que tengo ocho bisabuelos (¿tantos?; sí:
cuatro ellas y cuatro ellos) sin los que la vigorosa planta de mi “yo” no
habría crecido nunca o, al menos, así?
O, de otro modo, ¿quiénes fueron los que dieron nobleza a mi estirpe?
¿He pensado alguna vez que no soy hijo del azar o nacido en una col como el Totó adoptado como propio por aquella
encantadora viejecita de Milagro en Milán?
Y, más importante aún, ¿me siento, no solo deudor, sino compromisario en
esa maravillosa ráfaga de vida que me viene desde tan lejos, desde tantos
ancestros, desde lugares, estados y situaciones para mí desconocidos, pero a
los que debo dar respuesta con mi conducta personal?
Nos corresponde educar, formar, tal vez encauzar o reencauzar vidas. ¡Debiera darnos placer acompañar - ¡arduo trabajo! - a nuestros educandos hacia el pasado: hacerles sentir que son herederos de generaciones sin número, con grandeza, con ilusiones - ¡todos los sueños! - sobre sus descendientes (incluidos ellos mismos); abrirles a la ilusionante idea de desplegar la bandera de su apellido como un proyecto que embellezca la vida de muchas personas y dé luz y calor a muchas más...!
Nos corresponde educar, formar, tal vez encauzar o reencauzar vidas. ¡Debiera darnos placer acompañar - ¡arduo trabajo! - a nuestros educandos hacia el pasado: hacerles sentir que son herederos de generaciones sin número, con grandeza, con ilusiones - ¡todos los sueños! - sobre sus descendientes (incluidos ellos mismos); abrirles a la ilusionante idea de desplegar la bandera de su apellido como un proyecto que embellezca la vida de muchas personas y dé luz y calor a muchas más...!