Akash
Bashir era antiguo alumno de la escuela de formación profesional salesiana de
Lahore, Pakistán. El barrio de Yuhannabad lleva el nombre de San Juan porque lo
habita una minoría cristiana de la ciudad. Y su iglesia, dedicada también a San
Juan, estaba llena de los fervorosos fieles del barrio. Akash era uno de los
dos vigilantes que, a la puerta, aseguraban la tranquilidad de la Eucaristía el
pasado domingo, 15 de marzo. Todos lo habéis leído o visto en los medios de
estos últimos días. Y conocéis los hechos.
Akash
no tuvo dudas: se abrazó al asaltante que intentaba entrar en el templo para
impedir lo que hubiera sido un martirio múltiple de haber entrado. Lo que hizo
saltar la carga que destrozó a los dos, asaltante y guardián.
Don
Bosco está en Pakistán desde hace quince años. En Quetta, cerca de la frontera
de Afganistán. Y en Lahore, junto a la de la India. Los salesianos educan y
forman a los muchos jóvenes, cristianos o no,
que acuden a sus centros.
Sin duda el servicio a los demás, hasta dar la vida (es la herencia de Jesús de Nazaret; fue la conducta de los que, como Don Bosco, le han creído y han seguido sus pasos) formó el espíritu de este joven que estamos recordando. Cumplir con un deber duro y arriesgado. Vivir ese servicio con toda la fuerza de su vida. Pensar en los demás olvidándose de sí. Actuar sin duda y con energía para eliminar un peligro, aun el más grande: el de la pérdida de la propia vida. Todos esos son rasgos de una personalidad bien labrada, un corazón bien armado, una responsabilidad (es decir un sentido de la respuesta en alto grado a lo que se nos pide) deben ser para nosotros puntos de partida para una reflexión definitiva, un compromiso personal sin vuelta atrás y un yunque en el que forjar el alma de los que se nos ha confiado.
Sin duda el servicio a los demás, hasta dar la vida (es la herencia de Jesús de Nazaret; fue la conducta de los que, como Don Bosco, le han creído y han seguido sus pasos) formó el espíritu de este joven que estamos recordando. Cumplir con un deber duro y arriesgado. Vivir ese servicio con toda la fuerza de su vida. Pensar en los demás olvidándose de sí. Actuar sin duda y con energía para eliminar un peligro, aun el más grande: el de la pérdida de la propia vida. Todos esos son rasgos de una personalidad bien labrada, un corazón bien armado, una responsabilidad (es decir un sentido de la respuesta en alto grado a lo que se nos pide) deben ser para nosotros puntos de partida para una reflexión definitiva, un compromiso personal sin vuelta atrás y un yunque en el que forjar el alma de los que se nos ha confiado.
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