Seguramente algún lector
siente lo que yo. Pena porque a una ballena que mide 30 metros y pesa 180 toneladas
se la llame con la frecuencia de su canto: 52 hertzios de frecuencia. Como a un
televisor. Las demás ballenas llegan a 20 hertzios y viajan en compañía. 52-Hz
vive sola, clamando sin respuesta, entre California y las Islas Aleutianas,
frente a Alaska ¡desde 1989!, al menos.
Ha habido músicos,
dibujantes, directores de cine que se han inspirado en ella para crear belleza
y ternura.
Bruce Mate, investigador del Hatfield Marine
Science Centre de la Oregon State University dice que a lo mejor no sabe pronunciar
bien, aunque su llamada es potente: ¡52 hertzios! (y un tanto desagradable,
pero pensemos que es una ballena). Otros dicen que es sorda.
Mary
Ann Daher, bióloga marina que estudia a 52-Hz desde que se la descubrió,
escribe: «Recibo desde hace años cartas, correos y poesías de mucha gente que
se identifica con este animal y que se siente sola porque es diferente de todos
los demás».
Contemplando
a 52-Hz con la mente (porque nadie la ha visto), ¡con la mente y el corazón!,
he pensado en tantas personas como he conocido diferentes, a las que algunas veces he llamado raras, porque no he sabido admirarlas en su diferencia, ni me he
admirado por su singularidad. Ni he sabido que al sentirse solas me pedían mis
brazos y mi afecto. Extrañas porque nunca han pronunciado la vulgaridad de mis
insolencias. Solitarias, como 52-Hz. Más ricas muchas veces que los que nos
creemos normales porque vamos enganchados al rebaño.
Y,
sin embargo ¿quién no es diferente? ¿Quién no vive solo? ¿Quién no tartamudea
lo que siente porque le da vergüenza que se conozca el tesoro de su afecto?
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