domingo, 30 de abril de 2017

Exactitud, ejercicio de constancia.

La Galleria degli Uffizi que sin duda conoces, aunque no hayas estado en Florencia, es un singular edificio construido a partir de 1560 por el gran Giorgio Vasari para Cosme I de Medici. Su destino era el de oficinas para la administración. De ahí el nombre que tuvo al nacer y que ha conservado. Pero en 1765, desaparecidas desde hacía tiempo las oficinas que lo motivaron, Ana María de Medici lo abrió al público como museo, ya que en él se encontraban obras de arte de gran valor histórico y artístico. Una de ellas era La Adoración de los Magos que Leonardo de Vinci había pintado entre 1481 y 1482.
Hace pocos días ha vuelto, restaurada con exquisito cuidado, después de casi seis años de ausencia. Los entendidos dicen que en esa luminosa pintura sobre madera, de 246 x 243 centímetros, se pueden identificar elementos que serían después llevados a otros cuadros por el mismo genio.  
Para esta sencilla reflexión que ofrezco me agrada referirme a la estructura que se ve en el fondo del óleo. Son dos escaleras paralelas que, se supone, dan acceso a un palacio. ¿Por qué me interesan las escaleras? Porque Leonardo había hecho un dibujo minucioso, cuya reproducción encabeza este comentario, antes de trasladarlas a la pintura.
Y la reflexión que provoca este ejercicio meticuloso, línea a línea, en una perspectiva  fielmente observada, me hace pensar en la obra de arte de nuestra labor educativa: el fervor y el tiempo que le dedicamos, la entrega a su paciente, constante, atenta realización. No dejamos pasar ni un rasgo, ni un movimiento, ni una actitud que observamos para intervenir sabia y oportunamente después en el encauzamiento de los valores descubiertos, de las desviaciones observadas, de las intenciones más o menos intuidas en sus actos.
Porque mucho más que una obra magistral de un artista es la vida y la felicidad de cada uno de los destinatarios del noble oficio de forjadores de la personalidad de nuestros destinatarios.

martes, 25 de abril de 2017

La Olmeda: la historia "enterrada".

La conocida y autorizada revista National Geographic tomó la villa romana de La Olmeda (Pedrosa de la Vega-Palencia) para ilustrar el mes de septiembre de 2016 en su calendario anual. Le tengo un cariño especial y un respeto reverencial a la belleza de esta antigua villa romana de finales del siglo IV. Porque, poco después de su descubrimiento en 1968 y su posterior apertura al público, tuve el placer de seguir las explicaciones con que su descubridor, el santanderino don Javier Cortes Álvarez de Miranda, nos regalaba a los visitantes. La sencillez al relatar su asombroso descubrimiento, su atenta tenacidad en remover las tierras de su finca, su respeto desde el principio a lo que intuyó como un tesoro histórico y artístico, su cuidado al alumbrar metro a metro los 4.400 que comprende la villa, me emocionaron profundamente.
Doce años más tarde lo donó a la Diputación de Palencia que ha ido dedicando  atención a la mejora de los accesos y la protección y acondicionamiento de esta preciosa página de la historia “enterrada” durante dieciséis siglos.
Leo que National Geographic la emparejaba con monumentos de la historia como los restos de Tutankhamón, la Cueva de Lascaux, Machu Picchu, Pompeya, Petra, Angkor,  Abu Simbel… y otros pocos pero preciosos legados de nuestros antepasados de todo el mundo y de todos los tiempos.
Para algunos de nosotros y para muchos de nuestros jóvenes (¡y niños!) compañeros de camino, el pasado está pasado. Cuenta lo que va a venir, lo que acaba de llegar y somos capaces de entusiasmarnos con lo que neciamente llamamos trending topic (¡moda, ignorante!) solo porque es moda. El móvil (se supone que en la historia ha habido muchos móviles y a nuestro alrededor) ese móvil que todos sabemos y sus compañeros de incomunicación, nos entontece, porque nos impide ser nosotros mismos. Decimos que con él en la mano llegamos a todas partes, pero seguimos adelante aislándonos, ignorando tanta riqueza admirable, echando sobre nuestras vidas mucho tiempo perdido, mucha tierra de siglos.

jueves, 20 de abril de 2017

Crecer: lo más parecido a resucitar.

Encuentro una nota brillante entre otras vulgares:

Bienaventuranzas de la familia
Feliz la Familia que sabe dónde está la Verdad y la compra
Feliz la Familia que ha descubierto qué es el Bien y lo atesora
Feliz la Familia que conoce el sentido de la Justicia y la aplica
Feliz la Familia que vive la Libertad y la prodiga

Como el texto es en sí mismo un ánfora que se hunde en un pozo abundante y se rebosa, bastan aquí la reflexión que sigue y el deseo de que el que la lea, siga echando su corazón en la mina preciosa de la vida, la de los suyos y la propia.
El que se complace en contemplar así la felicidad de la familia da brillo a cuatro valores que están siempre en ella, pero que a veces se esconden en la alacena de las metas difíciles, en el rincón de los objetos incómodos fuera de uso, en una caja fuerte que rara vez se abre, en una redoma bien lacrada para que no se pierda el aroma.
Y, sin embargo, parece que la felicidad crece donde se sabe, se descubre, se conoce el sentido, se vive. Saber, descubrir, conocer el sentido y vivir son vivencias naturales en un cuerpo sano, ávido de ser, deseoso de vigor, salud, empuje.
Pero saber supone necesitar, buscar, ahondar, sudar, sufrir… Descubrir lleva consigo la valentía de abandonar la retaguardia, de lanzarse hacia lo que no se tiene exponiéndose a la incomprensión de otros (a veces muy poco “otros” y muy propios), a la contradicción, al cansancio, a la aparente inutilidad del esfuerzo. Conocer el sentido lo tiene el que afina el tino en sopesar, comparar, distinguir lo secundario de lo esencial, lo temporal de lo duradero. Y vivir es el resultado de volcarse en la grandiosa empresa de servir, dar la propia existencia, ver al que nos necesita, olvidar la esclavitud del pobre yo encanijado en sí.
La Verdad, el Bien, la Justicia, la Libertad son el alimento de nuestro hambriento ser y vivir. Son los ingredientes divinos que nos elevan por encima de nuestra caducidad hasta convertirnos en constructores de eternidad. El camino para salir de lo trillado por la costumbre, la comodidad, la inercia, la dependencia de los demás y de su aprobación de los otros.
Escribo el día en el que conmemoramos, es decir recordamos juntos, el triunfo de la entrega sobre el encogimiento visceral, la generosidad sobre el egoísmo, la Vida sobre la muerte: la Pascua de nuestro Hermano y Señor Jesús.

sábado, 15 de abril de 2017

El Tren eléctrico.

Recuerdas tal vez el relato de Graham Green, en una de sus Diecinueve narraciones, de su encuentro, en un gélido tren de posguerra lanzado hacia el empalme de Bedwell, con el único viajero que ocupaba el otro rincón del departamento. Trato de resumir sus doce páginas.
Empezaron pegando hebra con el comentario compartido sobre lo duro que estaba el panecillo que habían comprado en la estación y acabaron pronto hablando de la corrupción de menores.
El desconocido contó, con calor y un tono emocionado y feliz, de sí mismo, un muchachito de diez años, monaguillo en la parroquia de su pueblo, que llegó a entablar una interesada relación con uno de los dos panaderos del lugar,  precisamente con el que no lograba que le comprase el pan la familia del niño, sólidamente católica, porque el tal panadero se declaraba públicamente librepensador. Y para nuestro pequeño protagonista era, además, feo, tuerto y “con una cabeza en forma de zanahoria”.
Pero Blacker, el panadero, manifestaba hacia el jovencito, un interés especial, hasta el punto de invitarle a entrar en su casa para que viese un tren eléctrico que tenía montado en el suelo. Primero con curiosidad y temor y después vigilando que nadie le viese, entraba en aquella casa y disfrutaba maniobrando el fantástico trenecito.
Y un día recibió del dueño del tren una declaración grandiosa: “Es para ti”. La condición era muy simple: llevarle una de las formas consagradas en la Misa. El niño no dijo nada, porque deseaba el tren, pero no quería de ningún modo hacer aquel horrible acto. La lucha de un niño es dura cuando se enfrenta con un dilema como ese: “Este tren me hará feliz. Pero no puedo hacer lo que me pide”. Razonó todo lo razonable hasta sucumbir: comulgó como siempre aquel domingo, pero puso la forma, al ir a la sacristía para llevar las vinajeras, entre dos páginas de un semanario católico del P. Carey, el párroco. Al irse arrancó la parte del periódico con su precioso contenido. Se lo metió en el bolsillo y se fue a la fiesta familiar con unos parientes que habían llegado a casa.     
Al irse a acostar y registrar los bolsillos se encontró con aquel rollito y su alma se encontró zarandeada por deseos, recuerdos, promesas y… su horrible delito. Puso el rollito al lado de la cama y se acostó. Pero todo a su alrededor sonaba como ninguna noche y su corazón latía sin sosiego. “Me rondaba sobre todo la presencia de Dios allí en la silla”. Oyó un silbido: Blacker había ido a su casa y le hacía saber que esperaba lo prometido. El niño dijo que no y, ante la amenaza del panadero (“Subo a desangrarte y luego será mía”), se tragó todo.
No son solo los menores los que sucumben ante un halago. Los mayores, si lo somos, estamos tan expuestos como ellos, a renegar de lo que sabemos que es verdad por obtener la piltrafa de mentiras y promesas que acarician nuestra conciencia: más dinero, menos sensibilidad, más egoísmo, más libertad. Sólo una noche de amargo desengaño puede librarnos de la corrupción que nos hace esclavos de nosotros mismos con la esclavitud más triste que se puede dar.
El recuerdo y la celebración de la resurrección de Jesús debe ser cada año un refuerzo de nuestra fe y adhesión a la Verdad que nos hace libres porque es el triunfo de la Historia y de la vida que nos amenazan con ahogarnos.

jueves, 13 de abril de 2017

La familia... Nadie ni nada por encima de la Vida del otro.

He sufrido hondamente al encontrar, en algún rincón de tantos y tantos papeles como se nos ofrecen, esta enternecedora fotografía antigua. Su pie dice: “Una abuela lleva a sus nietos, sin saberlo, al interior de una cámara de gas en el campo de exterminio de Auchswitz”. Seguramente la conoces, querido lector. Para mí era nueva.
Los hechos apuntados y denunciados en la foto nos hacen volver, una vez más, la vista atrás y gritar en nuestro interior, con lágrimas o con violencia, por tantos y tantos actos de barbarie que han encanallado la historia de los hombres de todos los tiempos.    
Parecería, por lógica y por la imparable inercia de los días, que la vida es algo tan sagrado, tan divino, tan por encima de cualquier forma de saña o de insensibilidad, que nadie y nunca se atreviese a tocarla de ninguna forma. Y, sin embargo, a pesar de esa lógica, tan débil según parece, es constante en la historia de todos los tiempos y en todas las naciones, que haya quien ha creído y cree y seguirá creyendo, por su alta autoestima que le hace sentirse capaz de gobernar los astros, que el gobierno del mundo depende de su criterio y voluntad.          
Cuando la familia es el centro inviolable en el que brotan las vidas, como tesoros inigualables en la historia de los hombres, entrar en ella, desgajarla, profanarla, aplastarla de cualquier modo es hacer de lo más noble de lo existente un canibalismo repulsivo que nos rebaja como seres humanos.
Porque en ninguna cadena de la vida animal en cualquiera de sus manifestaciones, desde la más suave en sus formas hasta la de bestias aparentemente feroces, se producen esas aberraciones.
El hombre, sí. Algunos, naturalmente: “Si soy capaz de segar la vida, lo hago. Me demuestro que estoy por encima de todo y de todos”. Te demuestras, pobre engendro, que estás podrido por dentro y que estás por debajo de cualquier sentina humana que se pueda imaginar.

martes, 11 de abril de 2017

Solo Mascotas? La mayor riqueza.

El 29 de Diciembre de 1880  se estrenó en el Théâtre des Bouffes Parisiens de París una ópera cómica de Edmond Chivot con libreto de Alfred Duru y Henri Charles Chivot. El título era La Mascotte. Parece que la palabra que le daba título pasó a aplicarse muy pronto en otras lenguas (Mascot en Inglés, Mascota en Español) para significar, como dijo bastantes años más tarde la Real Academia Española, Animal de compañía y también Persona, animal o cosa que sirve de talismán, que trae buena suerte.
Aseguran los estudiosos que ya por el año 9000 aC, año más año menos, había animales domesticados que hacían compañía al hombre, le ayudaban, lo defendían. No es muy diferente hoy, aunque la amistad entre seres vivos se da de un modo más vistoso entre el hombre y el perro. Hasta el punto de que se puede afirmar sin gran desvío que el hombre y el perro se aman. Los expertos en esto afirman que la compañía de un perro puede ayudar a que aumente o madure su inteligencia emocional.
Decía aquella niña que, con su familia y el veterinario, esperaban el efecto final de una inyección a un perro aquejado de cáncer: “Los perros mueren con doce años porque no necesitan tanto tiempo como nosotros para ser buenos”.
Dios nos dio un maravilloso regalo al crear a los perros. Son capaces de sentir amor de una forma tan profunda y noble que en muchos casos son modelos, maestros y médicos para los hombres. Ellos también tienen su cielo tras la muerte… ¡Seguro!
La mayor riqueza que puede obtener el hombre es el amor. El saldo al final de su vida está en cuánto ha amado y ha sido amado. Es el único valor que vale para la eternidad. Siendo inconmensurable la creación de Dios, se puede decir que el mayor de sus inventos es el Amor. ¿Quién sino Él puede inventar algo así? Pensemos lo que sería la vida del hombre sin Amor.
Si amamos a los perros y ellos nos aman, ¿cómo no amar a los demás hombres?

jueves, 6 de abril de 2017

CFBDSIR J214947.2 y el conocimiento de los jóvenes.

Ese es el nombre y esta la figura, en recreación bienintencionada, de un cuerpo extraño que flota en el espacio. Los astrónomos, que saben de astros, no saben si es una estrella un poco rara o un planeta joven y solitario que se ha desprendido de su debido lugar y vaga por el espacio. Tampoco excluyen que sea una enana marrón, de masa baja o de alta densidad metálica. Lo descubrieron en 2012 y andan pensando en ello, desde entonces, relativamente despistados, porque el análisis espectroscópico da que hay en ella (o él) metano y agua.
La universidad francesa Grenoble Alpes supuso en un momento inicial que formaba parte del conjunto llamado AB Doradus de unas treinta estrellas que parecen caminar juntas a su aire por el espacio. Pero AB Doradus es mucho más joven, de entre 50 y 120 millones de años, que nuestra (o nuestro) CFBDSIR J214947.2-040308.9.
Me he referido a este cuerpo atípico con un poco de zumba por dos razones: porque no conozco ese mundo que nos contempla desde tan lejos; y, porque al enterarme de la actitud de justificado despiste de los estudiosos ante este querido cuerpo celestial, lo he comparado con el conocimiento que a veces tenemos de nuestros muchachos.
Creemos conocerlos, sabemos lo que les decimos, quedamos satisfechos porque nuestro criterio nos parece acertado, oportuno y eficaz. Pero hay veces (o muchas veces o siempre) en que no sabemos si nos escuchan, no sabemos lo que piensan al oírnos, no sabemos si lo que les decimos les vale para algo y si lo que piensan despierta en ellos reacciones de rechazo, aunque, como es natural, prefieran dejarnos en la ignorancia sobre ello. 
¿Dónde está el fallo? Para mi respetuoso parecer, falla el diálogo. Diálogo que, como es fácil comprender, no es una sucesión de dimes y diretes. Un diálogo constructivo se da, pienso, cuando hay sintonía afectiva entre él y yo. Sólo si me quiere, si me aprecia, si soy algo para él en la alta nube de la estima, habrá comunicación. Que no consistirá siempre en darme la razón, pero sí y siempre en tenerme como el compañero de camino en el que puede confiar, al que se puede recurrir, y cuyo hombro puede servirle siempre de fiel y cálido descanso.

sábado, 1 de abril de 2017

S’Ozzastru, el árbol más viejo de Europa.

Los sardos llaman a este árbol, o así parece, S’Ozzastru, que es Olivastro, porque es un olivo. Aseguran que es uno de los más viejos de Europa, si no el más viejo. Y que tiene más de 4.000 años. Está en un pueblo llamado Luras de la provincia de Olvia Tempio, en el Norte de la isla de Cerdeña. Cerca hay otro que tiene ganas de que se le tenga en cuenta porque cuenta, dice, con más de 2.000 años. Pero ¿qué son 2.000 al lado de 4.000?
S’Ozzastru es Monumento natural desde que, en 1991, se reconocieron oficialmente sus características y dimensiones excepcionales: el perímetro de su tronco es de once metros y medio; el de su copa en su parte más ancha, 21; y tiene de altura 14.
Visto de cerca su noble tronco no caben dudas sobre su vejez: nudos y huras le dan un carácter venerable de viejo venerando, pensativo y hondo, fuerte y sabio, paciente y generoso, fiel a su condición y misión y decidido a seguir dando siempre sus frutos y siendo abuelo, abuelo de todos. Sigue con sus pies-raíces firmemente clavados en la tierra sin dar señales de fatiga ni cansancio en la región de Santo Baltolu (Bartolo o Bartolomé en español) di Carana junto a las orillas del lago Liscia en el Norte de la Isla.
¡Qué pena da ver a los abuelos orillados, como si ya no contasen, como si fuesen monumentos respetables (si así se los considera), pero con su aspecto de inútiles y hasta su carácter de estorbo! Es verdad que las edades avanzadas hacen mella en las personas. Pero también es verdad (que es mentira) que dejan de tener valor y fecundidad en las familias. Hay un culto admirable a la ancianidad en las sociedades sabias en las que un muchacho puede encontrar en su abuelo (¡que es padre de su padre!) un puerto acogedor después de una travesía en falso; o unos brazos seguros aunque flacos para un esfuerzo inútil; o una palabra experimentada tras un fracaso joven; y siempre el afecto, sin exigencia de retorno, de un padre doblemente padre.