sábado, 11 de mayo de 2013

Excelencia.



No es exagerado dar al cacao el calificativo de excelente. Fue Carlos Linneo, si no yerro, el que lo catalogó botánicamente como theobroma cacao, es decir, manjar divino. Sus maracas, el fruto del árbol, que contienen unas 40 semillas, nacen de una preciosa flor que brota del tronco o de las ramas más viejas. Pero no todas las flores (puede haber hasta seis mil en un mismo árbol) se convierten en fruto. Sólo llegan a serlo unas 20 en cada árbol.
Los arqueólogos de este regalo de la naturaleza aseguran que en Puerto Escondido (bonito nombre para ese lugar de Honduras) se ha encontrado el vestigio más antiguo del consumo de este producto como bebida: hace cuatro mil años. Es decir, cuando Abraham se las tenía que ver con los reyezuelos Kedorlaomer, Tidal, Amrafel y Arzok, por defender a Lot, su sobrino. O en Egipto el faraón Mentuhotep IV soportó una bronca del pueblo por las consecuencias de una pertinaz sequía. ¡Cuatro mil años gozando del chocolate!
¿Y qué? Pues que llegar a excelente no es cosa de todos. Y que lograrlo, en el hombre, no depende de la suerte, de brotar del tronco o de disfrutar de una temperatura acariciadora y de una riqueza del suelo adecuada a su deseo.
Es impresionante estudiar la conducta de algunas personas que respiran suspicacias, lanzan acusaciones, sudan resentimientos y escupen amenazas cuando se estudia el recorrido que han hecho por los vericuetos de la envidia y las huras de la holgazanería.
Son hijos de quienes no les acompañaron en su crecimiento. No supieron despertar en ellos el ideal de dar la vida y, por el contrario, les alentaron en armarse su propio camastro en la sinecura.

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