Procustes era un bandido griego en la lejana
historia. Siempre y en todas partes ha habido bandas y bandidos. Basta mirar a nuestro derredor (y
un poco más allá) en nuestra querida Patria. Con su banda actuaba Procustes en
el Ática. Vigilaba el paso de los ingenuos que osaban pasar por un determinado
puerto en la montaña. Los detenía y robaba. Y a los que no satisfacían su
avidez, los sometía a esta corrección: tendido en un lecho que tenía la medida
del bandido, los descoyuntaba o cortaba los pies si no llegaban a su estatura o
la excedían.
Procustes no era, evidentemente, un hombre educado.
Ser educado lleva consigo aceptar que cada persona con quien convivimos sea
ella misma, respire su aire, disfrute de sus derechos, conserve su propia
medida.
Cuando oprimimos, deprimimos, exprimimos o
comprimimos (que todo eso somos capaces de hacer en los vericuetos de nuestra
vida)... cuando hacemos algo de eso con nuestro vecino y le sometemos con ello
a nuestra medida, a nuestro gusto, a nuestro criterio, a nuestra real gana,
empezamos, seguimos y acabamos siendo mal educados. Como Procustes.
En el fondo, un ‘maleducado’ es un egoísta. Y un
egoísta es, en el fondo y la forma, un inmaduro, un enano, un raquítico de
espíritu que conserva, aún después de muchos años de vida, la idea infantil de
que todo el mundo gira alrededor de él, de que él es el bello ombligo del
mundo. “¡Cuántos son los enanos!”, lloraba Plauto. Y Juvenal decía: “Los buenos
son tan pocos, que apenas llegan al número de las puertas de Tebas o de las
bocas del Nilo”· Que eran siete.
En la
historia de los hombres hay figuras que pasan por modelos. Buenos o malos. Un
modelo fue Caín. Estaba estrenando la vida y ya oía en su corazón: “... a tus
puertas está el egoísmo acechándote como una fiera que te codicia y a quien
tienes que dominar”. Y él respondía a Dios, después de haber matado a Abel: “No
sé dónde está. ¿Es que me toca a mí cuidar de mi hermano?” Un poco descuidados
debieron de estar Adán y Eva en la educación de este hijo mayor.
Así hablan todos los egoístas, es decir, todos los
‘maleducados’. No saben dónde están sus hermanos. ¡Que no los ven, vamos! Y si
no los ven, mal pueden preocuparse de ellos. Hacen verdad - pero ¡de qué modo tan miserable y tan triste!
- la afirmación de George Berkeley hace tres siglos: Esse est percipi. Existe
lo que veo, en una traducción cómoda. Existimos porque Dios nos ve. Existen
las cosas que percibimos. Y las personas. Podríamos pasarlo a nuestro lenguaje
vulgar: “Lo que no me interesa, ni lo veo: no existe para mí”.
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