jueves, 31 de enero de 2013

Paraíso.



Cuando alguien se acercaba a Don Bosco y le preguntaba (después de haber oído que en adelante lo quería como uno de sus amigos) cuál era la contraprestación en el pacto de quedarse con él y entregarse como él a sus muchachos, respondía: Pan, trabajo y paraíso. La mirada de Don Bosco estuvo siempre iluminada por un rayo de lo alto.
Cuando el 12 de Septiembre de 1884 el Ecónomo general de la Congregación salesiana presentó al Capítulo general el proyecto de escudo propio, se aprobó sin más diferencias que las del lema. Campea en lo alto del escudo una estrella que deja caer su luz acariciadora sobre el mundo. Es el símbolo de nuestra actitud humana: trabajar en medio del bosque de nuestras preocupaciones diarias, pero con la seguridad de desde el encumbrado “Paraíso” de nuestra esperanza y en lo más hondo del “Paraíso” de nuestro ser de Dios, una luz increada pone seguridad en nuestro camino, calor en nuestro entrega y aliento en nuestro trabajo.
También el lema que quedó (porque Don Bosco recordó que se había tenido y vivido desde el principio: DA MIHI ANIMAS CETERA TOLLE) afirmaba la preeminencia del hombre sobre las cosas. Hay en la sociedad contagiosa, más que en cada hombre, una acentuada tendencia a preocuparse por tener: más dinero, más comodidades, más cosas… Y el hombre que se muere con todo eso se muere sin nada, porque se muere igual que el que no lo ha tenido.
Por eso Don Bosco ve que Dios que nos ve, mira a Dios que nos mira, busca a Dios que nos busca y ama a Dios que se derrama sobre nosotros como Amor y nos invita a responderle del mismo modo. Es el segundo apoyo de nuestro sistema preventivo: la Fe, el sentido de que nuestra vida no es la de un animal que perece, sino la de un hijo al que espera siempre un Padre que le hace entrar en su plenitud.        

lunes, 28 de enero de 2013

Todo con lógica.



Oía hablar de Don Bosco a un señor que le conocía bien y me llamó la atención esta afirmación:«Don Bosco lo hizo todo con lógica». Parecía que hubiera debido subrayar su santidad, su entrega a los muchachos, su amor sin temor a la cruz por ellos. Y que se hubiese fijado en el lema del “sistema preventivo”, forjado en la razón, la fe y el cariño, en estas dos actitudes últimas, tan profundas en la vida de un santo. Y estoy seguro de que, antes o después, aquel entendido al que me estoy refiriendo, lo hizo. Pero como las palabras señaladas al principio me chocaron tanto, lo olvidé. Me quedé con la frase y olvidé los argumentos que presentó para mantenerla.
Durante mi vida he tratado de suponerlos yo. O, al menos, madejear los que más me convencían. Y como puede resultar útil a algún padre o educador que explique mis razones, voy con la razón. Es decir, lo que aquel entendido llamaba lógica.  
La puerta de entrada en un corazón, que es donde se educa, no es, como parecería a primera vista, el amor, el cariño. Cuántos muchachitos (¡y muchachitas!) han aceptado, sin cabeza, los amores y carantoñas ofrecidos por medio de los mudos instrumentos de comunicación puestos a su alcance.
Abundan los adolescentes (y algún que otro preadolescente) que no tienen amigos, que creen o están seguros de que sus padres no los quieren. Y les resulta más doloroso cuando lo ven (o lo creen) comprobado en su madre, fuente de su amor. Algunos padres creen (falsamente, ¡claro!) que sus hijos empiezan a usar su criterio cuando van al servicio militar. ¡Error!, ¡craso error! (entre otras razones porque ya no van). Se enteran muy tarde de que los niños recién nacidos ya son críticos. Y tan críticos. ¡Como que les da lo mismo apoyar su cabecita en el seno de la madre que en el de una cualquiera! Está comprobado. Sólo cuando se gozan y se duermen al compás de los latidos del corazón de su corazón, gozan y duermen de verdad.
Por eso Don Bosco construía su admirable instrumento de educación a partir de la razón.

miércoles, 23 de enero de 2013

... Entre amenazas.



Como todos sabéis, entre las conclusiones del informe “Adolescentes y Medios Sociales: 4 generaciones del nuevo milenio”, elaborado por la Confederación Española de Centros Educativos con el apoyo de la Comisión Europea, aparece que el 27% de los adolescentes echa mano de Internet para acosar a amigos y enemigos y el 19% lo hace con amenazas. No es de extrañar si en nuestra sociedad un 55% de los adolescentes cree que la violencia está justificada cuando se ha sentido ofensa u hostilidad. Siete mil adolescentes de 50 colegios de España e Italia han sido consultados y las respuestas reseñadas explican que lo hacen porque han sido atacados antes.
Si tuviésemos que analizar el material con el que se construye esta sociedad en que vivimos, llegaríamos a conclusiones un poco tristes. Me asaltan algunas, aunque me alegraría equivocarme. Por ejemplo: la violencia se come en algunos hogares (¿hogares?). Porque un alimento frecuente en la convivencia familiar es el reproche, la exclusión, el descrédito… el desprecio. Y me refiero a actitudes conyugales que no se evitan ante los hijos. Desde muy pequeños los niños perciben que el carro de la familia chirría con frecuencia. La consecuencia silenciosa, pero indeleble, es que se va derrumbando poco a poco el aprecio que tenían y quisieran seguir teniendo de sus padres. Lo necesitan porque no tienen más apoyo que el de los “dioses” de su hogar.
La reacción ante la violencia doméstica (¡ojalá fuese sólo verbal!) es asumir ese estilo de familia: “Ya sé lo que tengo que hacer con el que me es distinto o no me da la razón o me lleva la contraria o me mira mal o me ha insultado o me empujó o se ha metido con…”. La regla es sencilla e inmediata: violencia contra violencia.
¿Seguimos con los personajes de la vida y la ficción, con las llamadas redes sociales, que tantas veces enredan y disocian, con los comentarios sobre el contrario, con las ganas de destruir al que no es de mi opinión, con las guerras cercanas, políticas, económicas, a veces deportivas, en las que prima defenderse a cualquier costo, luchar contra el que se me enfrente, eliminar al que no piensa como yo… 


viernes, 18 de enero de 2013

Rehacer.



Como sabéis, la casa de los protagonistas de El hobbit y El Señor de los Anillos, Bilbo y Frodo Bolsón, se llama Bolsón Cerrado. Su puerta y sus ventanas son redondas, como es redondo casi todo lo que hay en Hobbiton, poblado de La Comarca. Tal vez lo redondo sea símbolo de paz, de grandeza aun en lo pequeño, de perfección.

Pero como no todo puede ser redondo, ni vivir siempre en paz, ni ser perfecto, el roble que preside la colina, que le da sombra a Bolsón Cerrado y lo protege, es un árbol peculiar. Peculiar porque, en último término y para empezar, es forastero. No había en los alrededores, como sabéis, un roble que diese la imagen que pretendía para él John Ronald Reuel Talkien (1892-1973), el autor de la saga.

Y los productores de la serie se dijeron: “Honremos el deseo de Talkien. Traigamos un roble digno de su mente”. Y lo trajeron. Es decir, lo llevaron. Pero a trozos, como sabéis. Y poco a poco fueron recomponiendo la imagen del prestigioso roble. Pegando trozo a trozo de su tronco y de sus ramas. Y pegándole, que ya es pegar, hoja a hoja “de pega”. Y ahí está. Y ahí luce. O así nos parece.

 “Está, luce y nos parece”, como muchas cosas en nuestra vida. El repaso de estos hechos nos sume en la profundidad de pensamientos sanos. Creo que cada uno debe hacer ese ejercicio de profundización en el que yo estoy, pero con una altura (u hondura) mucho más grande que la de mi menguado temple.

Me pregunto. ¿En qué medida he sido capaz de rehacer el pasado, más o menos lejano, de mi estirpe? ¿Tengo abuelos, padres… ancestros de los que puedo extraer el mejor jugo para mi historia? ¿O he sido traidor a su grandeza porque se me ocurrió que la mía era mejor, que era más grande?  

Reconstruir un pasado noble ¿ha despertado en mí vergüenza porque fue humilde, pereza porque fue esforzado, cobardía porque fue impertérrito?

¿Quise obtener todo de golpe, sin paciencia, sin sudores, sin tenacidad?

¿Me ha costado arraigarme en una tierra que no fue la que alimentó las raíces de mi infancia, pero que me sostiene hoy con generosidad?

¿Me gusta parecer, lucir… aunque sepa que muchas veces (o de ordinario) no tenga qué enseñar, qué regalar?

domingo, 13 de enero de 2013

Borazón.



¡Qué lástima! Por una letra no nos ha salido algo tan hermoso como Corazón. Pero es que el Borazón también existe. Desde hace poco más de medio siglo (1957), debido a Robert H. Wentorf Jr., de la compañía General Electric. Aunque le bautizaron con ese pretencioso pero justificado nombre doce años más tarde. Justificado, porque es – escriben los que entienden – un “alótropo de nitruro de boro”, es decir, “un cristal compuesto de nitruro de boro con adiciones de micropartículas de agregados de nanobarras de diamante y fulerenos”. Y añaden  que en el ranking de dureza ocupa el cuarto lugar. Y si se pone a presumir nos dirá que es el tercero entre las sustancias artificiales.
Mucho antes de 1957 existía el Corazón. Existían muchos corazones. Decimos – “decimos”, porque no es toda la verdad -  que el Corazón nos sirve para amar. Y para no llevar la contraria a los que lo dicen seguimos diciéndolo también aquí. Porque amamos (o no amamos) con todo nuestro ser. Pero no parece que preocupe mucho en la inmensa industria de la vida que se dé, todos de acuerdo, un esfuerzo capaz de lograr que todos los hombres tengamos un Corazón que funcione al menos ocupando el tercer lugar del ranking del amor. Hay guerras, persecuciones, incomprensiones, ataques, ofensas, atropellos, despotismos, abusos, tiranías, opresiones, esclavitudes, asesinatos, violaciones, abortos, cadenas, dictaduras de todo tipo, sofocos de la libertad, de la dignidad, odios, chacota sobre la caridad… Es triste comprobar que esta lista no acaba nunca. Pero más triste, inmensamente triste es que cada hogar, cada institución, cada grupo de personas, cada iniciativa, cada forma de organizar, mandar y obedecer… no sea una fábrica de Amor. Se invita a mi Corazón a que sea duro con el que no piensa como yo, contra el que parece que dice algo distinto de lo que digo yo, que ataque al que piensa de un modo diferente el mío. El mundo progresa, se dice. ¿Es un progreso de lo más noble del hombre: el Amor? ¿O cada gesto de progreso, cada conquista de eso que llamamos o llaman progreso es un intento de acallar los latidos del Amor?