jueves, 14 de junio de 2018

Boxford: un tesoro arqueológico.


Llama la atención que personas sin medios económicos notables cultiven la belleza y den relieve a algo que parece inútil. Fue el caso del propietario romano de una villa no muy grande, el Oeste de Londres, en Boxford, hace cosa de veinte siglos. En las recientes excavaciones con las que se buscaba disponer de tierras, se encontraron un tesoro. Tesoro al menos arqueológico. Una pulsera infantil, monedas, cerámica, una baldosa con la huella de un animal, un local destinado posiblemente a troje, una pequeña piscina y un precioso mosaico de seis metros de largo con figuras de la mitología griega.
Neil Holbrook, experto arqueólogo y conocedor de las costumbres romanas, subraya la grandeza de ánimo del propietario de la villa, empeñado en dotar a su propiedad con tanta belleza.
Y Anthony Beeson, por su parte, conocedor de los gustos, costumbres y cultura  romanas, supone que la figura central del extraordinario mosaico es la de Belerofonte montado en Pegaso, el caballo alado, matando por el aire a la Quimera, el monstruo amenazador, como sabes. Otras figuras, también presentes, parecen ser Hércules, en lucha como era su costumbre, Cupido, adornado con flores como era su costumbre, Telamón, padre de Teucro, del que, sin duda, sabes ya todo.
Nuestra reflexión ante estos hechos de crónica, pudiera abrirse a la historia que se abre después de nosotros que somos educadores, formadores, forjadores de personalidades. Y, si no los somos, debiéramos serlo.
No servimos para que se nos agradezca el servicio. No razonamos para que se recuerde la grandeza de nuestra mente. No exigimos para dejar clavadas espinas, o la memoria de nuestros juicios. La memoria que deseamos que se produzca no es la de nuestro nombre o nuestros aciertos, sino la huella grabada en su personalidad de honradez, generosidad, entusiasmo, optimismo, aprecio por la vida, necesidad de regalarse, felicidad por sentirse capaces de hacer en sí mismos y en su derredor un mundo más bello. 

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