sábado, 28 de mayo de 2016

La Ghrelina.

No me digas que no es bonita la ghrelina. Sin duda la conoces, pero no sabías cómo era. Y yo tampoco. Pero me la presentaron hace unos días. Me explicaron que es, aproximadamente, un importante eslabón en nuestro crecimiento corporal. La sintetiza especialmente el estómago y ella se encarga de regular el metabolismo de la energía en nuestro cuerpo: en el hipotálamo (esa pequeña glándula que tenemos en el centro del cerebro) anima a unas neuronas de por allí para que estimulen nuestro apetito. La llaman por eso la “hormona del hambre”: aumenta cuando estamos más o menos en ayunas y disminuye una vez que hemos comido.
Me da miedo pensar en lo que piensa al leer esto, si lo lee, algún conocedor científico de este tema tan atractivo. Pero estoy seguro de que disculpará mi ignorancia y comprenderá la intención que me mueve a escribir esto.
Nuestra ghrelina tiene mucho trabajo: elimina los vasos sanguíneos que se han quedado flacuchos, produce la hormona del crecimiento GH, regula nuestro peso y apetito y la presión arterial, protege el corazón y organiza el camino que nos lleva a comer: atención, un cierto regusto antes de probar lo que se come, ganas de comer, comer y memoria de lo que se ha comido y memoria en general (ciertas drogas que afectan a  la memoria han afectado también a la ghrelina).
¿Lo aplicamos a la educación? Creemos que educamos. En realidad lo que hacemos es acompañar a nuestros jóvenes compañeros de viaje en su maravilloso proceso de crecer. Un niño, un joven se educa a sí mismo. Pero nuestro papel es indispensable. De nosotros debe recibir en la medida y ritmo oportunos, el estímulo para que entren con agrado, con decisión y entusiasmo en el progreso de ir haciendo de su valiosa personalidad (a veces frágil, a veces desorientada, a veces caprichosa, a veces testaruda…) un tesoro en su  vida y en la historia gracias a la transformación y crecimiento de la ghrelina que estimule en ellos la búsqueda de la mejor maduración.  

lunes, 23 de mayo de 2016

El Temple.

Sin duda recuerdas que el Rey de Francia, Felipe IV el Hermoso, determinó que ya estaba bien de Caballeros Templarios en su Reino. Y en todas partes. No se sabía cuántos eran ni cuánta  riqueza tenían ni hasta qué extremo podían ensombrecer su prestigio y su poder. Le ayudó en la extinción de la Orden el Papa Clemente V (Felipe IV había estado excomulgado en 1303 por el Papa Bonifacio VIII). Pensó Felipe que, en vez de devolver el capital recibido de los Caballeros para sus guerras con aragoneses, ingleses y flamencos, le salía más económico eliminar la Orden. La honradez siempre por delante. Duró siete años (1307-1314) el proceso basado en las imputaciones de dos testigos expulsados de la Orden. Se les acusaba de prácticas diabólicas, idolatría hacia la cabeza mágica de Baphomet (un numen de tres caras con barba y cuernos), de sodomía y de ritos iniciáticos que no son para traer aquí. Torturados, muchos se entregaron y confesaron esperando, seguramente, la protección del Papa. Pero éste, con la bula Vox in excelso (22 de marzo de 1312) acabó con ellos. Jacques de Molay se retractó, el gran Maestro, se retractó de su confesión anterior y con Godofredo de Charney, preceptor de Normandía y custodio de la Sábana Santa, fueron condenados al fuego en una islita del Sena y a la puesta del sol, el 18 de marzo de 1314, según cuenta Godofredo de París, testigo del suplicio: “El Gran Maestro, cuando vio el fuego encendido, se despojó sin tardanza de sus vestidos… excepto de la camisa, y lentamente y con aspecto tranquilo, avanzó sin temblar en absoluto, aunque le empujaban y golpeaban mucho. Lo sujetaron para amarrarlo en el palo y le ataron las manos con una cuerda, pero él dijo a sus verdugos: «Al menos, dejadme que una mis manos un momento para decir a Dios mi oración, porque este es su momento estando a punto de morir, Dios lo sabe, injustamente… En cuanto a vosotros, Señores, poned mi cabeza, os lo ruego, hacia la Virgen María, Madre de Jesucristo (se refería a la Catedral de Notre Dame de París)». Se le concedió esa gracia y la muerte lo acogió tan dulcemente, en esa actitud, que todos quedaron maravillados".
No vale nada añadir más. 

miércoles, 18 de mayo de 2016

Su mirada.

Cuando Don Bosco, en 1862, tuvo conocimiento de la aparición de María, como Auxiliadora de los Cristianos, al niño Riguetto Cionchi en Spoleto, decidió dedicarle una nueva iglesia bajo esa advocación en el Oratorio de Valdocco. No se trataba solo de disponer de un espacio capaz de acoger a todos sus muchachos, sino de elevar un monumento a la Madre y Maestra de todas sus obras “en tiempos tristes”, decía él,  para la Iglesia y la fe cristiana.
Comenzaron las obras en 1863 y se consagró el 9 de Junio de 1868. Del nuevo templo decía Don Bosco: “No existe un solo ladrillo que no sea señal de alguna gracia”. Y por eso: “María Auxiliadora se ha edificado su casa”.     
La Basílica se amplió setenta años más tarde agrandando el espacio del presbiterio y sus aledaños y terminando esas obras en 1938. Lo único que queda de esa zona de la iglesia construida por Don Bosco fue el cuadro de siete metros por cuatro  que había encargado al artista natural de Pancalieri Tommaso Andrea Lorenzone. Don Bosco le dio la idea: “En lo alto María Santísima entre los coros de los ángeles, después el coro de los profetas, de las vírgenes, de los confesores. En el suelo los emblemas de las grandes victorias de María y de los pueblos del mundo que elevan las manos hacia ella pidiendo su auxilio”. Y el mismo Don Bosco la describía así: “La Virgen se mueve en un mar de luces y de majestad. Rodeada de ángeles los cuales la saludan como su Reina. Con la mano derecha sostiene el cetro, que es el símbolo de su gran poder, con la izquierda sostiene al Niño Jesús quien tiene los brazos abiertos ofreciendo de esta manera su gracia y su misericordia a quien recurre a su augusta Madre. Rodeándola y hacia abajo se ven a los Apóstoles y los Evangelistas, quienes transportados en un dulce éxtasis, mirando a la Virgen es como si exclamaran: Reina de los Apóstoles, ruega por nosotros. En la parte inferior del cuadro se ve la ciudad de Turín, con el santuario de Valdocco en primer plano y con el fondo de Superga. Lo que es de gran valor en el cuadro es su idea religiosa que genera una impresión devota a quien lo observa”.
Como sugerencia para la reflexión de quien lea esto, añado unos párrafos de la crónica de Valdocco de aquellos días: «Cierto día –cuenta un sacerdote del Oratorio – entré en el estudio del pintor para ver el cuadro. Estaba sobre una escalerilla dando los últimos toques al rostro de la imagen de la Virgen. No se volvió al ruido de mi entrada, continuó su trabajo. Después de un rato descendió y se puso a contemplar el efecto que daban los últimos retoques. De pronto se percató de mi presencia: me tomó  de un brazo y me llevó a un punto desde donde pudiera apreciar mejor el cuadro y, una vez allí, me dijo: -¡Mire qué hermosa es! No es obra mía; no soy yo quien pinta, hay otra mano que guía la mía. Y esta, a mi parecer, pertenece al Oratorio. Diga, pues, a D. Bosco que el cuadro saldrá como él lo quiere. Estaba locamente entusiasmado. Después se puso nuevamente a su trabajo”. Cuando se llevó el cuadro a la iglesia y se colocó en su lugar, Lorenzone cayó de rodillas derramando abundantes lágrimas».

sábado, 14 de mayo de 2016

Cebuella.

A este precioso mono con cabeza de león y uñas de plantígrado, con las que se abraza a un dedo humano, lo llaman en la seria lista zoológica de congéneres, Cebuella pigmaea. Pero sus amigos de la Amazonia, donde vive, le llaman, por ejemplo, y con más confianza, tití pigmeo, tití enano, mono de bolsillo, chichico, mono de piel roja, tití león, mono leoncito, mono de bolsillo… No sé en China, de donde procede la foto que vemos. Es un primate platirrino (siguen diciendo los entendidos y seguimos aprendiendo los profanos) que es lo mismo que decir que es chatito. Y lo sitúan en la familia de los callitriquidas. ¡Qué horror!: con lo fácil que es decir de pelo lindo, bonito. Porque así lo tienen y así les gusta tenerlo. Son un poco presumidillos y cuidan mucho su aspecto, ya que conviven en comunidades reducidas en las que desean presentarse bien. Este de la foto, nos dicen, mide 12 centímetros, que suele ser una talla bastante corriente, aunque algunos llegan a 15. Y a todo esto hay que añadir que su especie está en camino de extinción. 
Produce dolor saber que hay animales, como el tití enano, que van a dejar de existir porque encuentran dificultad en reproducirse, les falta la tranquilidad que necesitan para desarrollarse y vivir, se los busca para convertirlos en mascotas, se les priva de su aire o se les hace difícil la soledad en que progresan de acuerdo con su naturaleza.
¿No pasa algo parecido con nuestros hijos? Algo parecido, pero aproximado, porque hay hogares en los que no se tiene en cuenta la fragilidad de los sentimientos de los hijos: el desconcierto ante la conducta de sus padres porque exigen lo que ellos no cumplen; la necesidad de afecto sin lograrlo porque no hay entre los esposos la cordialidad que están esperando y deseando y que no aparece nunca; la serenidad que solo se asimila cuando es el tono constante en que debiera transcurrir la vida familiar. Hay hijos que dudan de que sus padres los quieran. Porque se sienten perseguidos o porque si no constatan que los padres se quieren de verdad deducen que, con mayor razón, no los quieren tampoco a ellos. Consideran que son un estorbo para sus padres porque se sienten tratados como un estorbo.
Hay padres que no saben que sus hijos piensan y sienten cosas que nunca se atreverían a manifestar, porque les cabe el miedo de que no serían comprendidos o aceptados.

lunes, 9 de mayo de 2016

La vida.

Creo que ninguno de nosotros se ha puesto a contar cuántos insectos o plantas… se conocen en la Tierra. Parece que, en números muy redondos, se ha llegado a proponer que los insectos conocidos (la referencia es, naturalmente, a especies, no a individuos) son más de 800.000. Menos, pero muchas también, son las plantas: 248.000; 200.000 los artrópodos no insectos (arañas, cangrejos, ciempiés…); 70.000 los hongos; 50.000 los moluscos; 30.000 los protozoos; 27.000 las algas; 19.000 los peces; 12.000 los platelmintos (esos gusanos que no tienen patas ni vértebras);  9.000 las aves; 9.000 las medusas; 6.300 los reptiles; 4.200 los anfibios; 4.000 los mamíferos...
Esto es lo conocido. Pero es frecuente encontrar en la prensa o, más todavía, en publicaciones especializadas, que se han descubierto nuevas especies. Por ejemplo, investigadores de la Universidad de Berkeley han clasificado 1.000 nuevas especies de bacterias y arqueas (parecidas a las bacterias, dicen los entendidos, pero diferentes), que viven en lagos, cuevas y bosques de nuestro Planeta, la Tierra.
Bastaría este burdo recuento para despertar en cada uno de nosotros una seria actitud de admiración y respeto ante la vida en cualquiera de sus modalidades. Pisar una hormiga es un acto que tal vez se haga pensando que molesta o que mancha o que nos puede invadir. Nada de eso sucede ni va a suceder. ¿Cuántos millones de años hemos convivido con ellos y no han deshecho el mundo?
Y sin embargo, respetar la vida, ese maravilloso don inexplicable, es algo que para algunos no tiene importancia. Cuando se trata de un ser humano (pensemos en una ejecución mortal, en la víctima de una reyerta, en eso que tan perversamente se llama “violencia de género”, en una guerra, en un aborto…) se está frustrando el recto camino de la construcción de la historia, se está produciendo un fracaso de Dios. Y no hay nada más aberrante que lo más venerable de la historia, que es la vida, se someta al capricho, a la barbarie, al desahogo de quien se convierte con ello en un ser vil y despreciable.

miércoles, 4 de mayo de 2016

Papiros.

Cuando en el verano del año 79 d.C. el Vesubio se cargó todo lo que pudo a su alrededor, lo hizo de forma diferente según las distancias. Pompeya, como sabes, quedó arrasada por el fuego, el viento y las rocas. La población de Herculano, un poco más cercana y hacia el Oeste, se vio invadida por la lava que quedó como incrustada en ella. Basta pensar que sobre ese enorme depósito de lava solidificada se empezó a construir, hacia el siglo X, otra ciudad que se llamó Resina, o porque había un caserío con el nombre de Risina o porque aparecía resina o algo parecido en aquellos parajes. Pero con gran acierto volvió a llamarse Ercolano en 1969.
Entre los hallazgos de su lenta excavación está la biblioteca mejor conservada de la antigüedad, casi en su integridad. Sus papiros quedaron a salvo de la erupción del Vesubio y son, después de tanto tiempo y de su rareza, un tesoro arqueológico muy notable. La mayor parte son tratados de filosofía escritos en griego. Pero… (es natural que haya “peros” después de tal catástrofe y tantos siglos) no se pueden desenrollar. Se presentan sumamente frágiles de modo que en el primer intento de hacerlo se dañó totalmente alguno de ellos. Por otra parte su contenido nos ha llegado por otras manos y otros lugares.  
De todos modos, cuando se quiso identificarlos y clasificarlos se recurrió a una lectura por medio de rayos X. Y se pudo constatar que la tinta usada, en contra de la idea de que la mezcla con hierro en tinta no se dio hasta el año 420 d.C., la de los pergaminos romanos de Herculano estaban escritos con una tinta hecha a base de negro de humo, la goma que más tarde se llamó arábiga, y plomo.
Este largo preámbulo puede servir para una reflexión breve en dos líneas. El asombro sobre el fenómeno de la inventiva humana al servicio desde siempre de la ciencia y de la sabiduría. Y la veneración que debemos mantener, a pesar del torrente de instrumentos que nos ofrece hora a hora la técnica actual, por las enseñanzas que nos vienen desde muy atrás, pero que conforman nuestra actitud de solidaridad con el pasado que se convierte en el presente en escuela de solidez y pertinacia.