viernes, 26 de mayo de 2017

Roberta y Edgar: el descubrimiento.

Permíteme que refiera – porque tal vez alguno de los lectores no la conozca - la historia de Roberta David, norteamericana, y Édgar Sanfeliz-Botta, cubano. En lo más rutinario de sus vidas, hace pocos años, cuando ella se dirigía a pedir algo en un McDonald’s de Miami y él esperaba su turno para atender a los clientes, un oído sensible (el de ella) y una voz extraordinaria (la de Edgar), coincidieron en un hecho notable.
Roberta, de cierta edad y por ello retirada ya del coro en el que había cantado, descubrió en el sonriente joven que la atendía al que había oído cantar poco antes un pasaje de La bella durmiente del ballet de Chaikovski.
Édgar llevaba ya en Miami un año y se había resignado (o lo parecía) a olvidarse de su música clásica. Porque en su Cuba había destacado por su preciosa voz, ya desde adolescente, y cantado ante personas ilustres y hasta muy ilustres. Procedía de Santiago donde se había cultivado, soñando seriamente, en su futuro como artista.
Pero el encuentro con Roberta produjo el milagro de su ingreso en la Universidad Internacional de Florida, donde alguno de los responsables dijo, al conocer las dotes del joven: “Nos ha tocado la lotería musical”.
Del rincón en el ángulo oscuro…” sentía y sufría nuestro admirado Becquer y seguía sintiendo y llorando el silencio de tanta nota dormida en las cuerdas del arpa suspirando por la mano de nieve que sabe arrancarla.
¿Hemos pensado alguna vez en la torpeza de nuestro oído, en la indolencia de nuestra capacidad de discernimiento, en la insensibilidad ante valores que debieran golpear nuestra atención, en la suficiencia de nuestro saber, entender, intuir y decidir? Y, sin embargo, nuestro oficio no es solo el de acompañar, instruir y facilitar a nuestros formandos el “grado” que necesita para pasar al siguiente, sino bucear en su personalidad, descubrir y alentar en ella la grandeza de un ser superior que con nuestra ayuda pueda alcanzar lo más alto de que sea capaz.

sábado, 20 de mayo de 2017

María Auxiliadora en Kawaguchi.

Kawaguchi, precioso lago casi a los pies del Monte Fuji, significa algo así como “Linda Boca”. O no. Pero tanto el monte como el lago son dos bellezas extraordinariamente espirituales que atrajeron a un grupo de 40 miembros de dos ADMA (Tokyo y Hamamtsu) del Japón en esta Primavera para un retiro espiritual.   
Como el grupo era casi universal (además de los japoneses había 9 brasileños, 5 peruanos y 2 filipinos), estaban con ellos, además del Director espiritual de la ADMA, don Ángel Hitoshi Yamanouchi, el Provincial, don Mario Michiaki Yamanouchi, el vietnamita don Dong Tan Hien, el portugués don Ambrosio da Silva y la Hija de María Auxiliadora Sor Teresita Matsumoto.
¿Hacía falta escribir tanto nombre inasequible para nuestra cómoda enunciación española? Pues precisamente, sí. Porque la intención al escribir estas líneas es la de subrayar cómo la Presencia viva de la Madre de todos los hombres, María, Madre del Hermano mayor de todos ellos, Jesús de Nazaret, y Auxiliadora de todos, atrae también en un lugar tan lejano, como en tantos y tantos lugares del mundo, a los miembros de una ADMA (Asociación De María Auxiliadora) querida por Don Bosco.     
Afortunadamente donde está la Madre acuden los hijos. Y tristemente sucede que cuando falta la Madre la familia se dispersa. 
A Mayo (en el hemisferio sur de América lo hacen desde el 8 de noviembre al 8 de Diciembre) lo llamamos el mes de María. Y no porque haya flores que podamos llevarle, sino porque ella es la Flor más hermosa que nunca deja de atraernos a sus brazos, con los que nos ofrece a su Hijo, para que la familia que somos siga siendo siempre y cada día más firmemente familia.
Durante el retiro de Kawaguchi se celebró la admisión de 23 nuevos miembros del grupo de Hamamatsu que pronunciaron la fórmula de compromiso y confirmaron el propósito de dar testimonio, como miembros de ADMA y como discípulos de Jesús, en la sociedad japonesa. Precioso ejemplo para cada uno de los que tenemos a María Auxiliadora como Madre de nuestras vidas. 

lunes, 15 de mayo de 2017

Alegría: bella chispa divina!

Beethoven comenzó a componer su sinfonía número 9 en 1818 y no la dio por terminada hasta enero de 1824. En el alma de sus inolvidables notas (¡mucho más que notas!) está el poema de Friedrich Schiller An die Freude escrito más de treinta años antes, que se llamó Oda a la alegría en su forma final de 1808. Beethoven tenía 22 años cuando ya soñaba con ponerla en música respetando para el cuarto movimiento, “Himno a la alegría”, el texto de Schiller con unas palabras propias de introducción. 
Su estreno (en Viena, no en Berlín, como le hubiera gustado a él: “Viena está dominada por los italianos” decía) se hizo el 7 de mayo de 1824, diez años después de la presentación de la Octava. La dirigió Michael Umlauf, aunque Beethoven estaba también en el escenario, siguiendo la obra en sus partituras, ya muy sordo y limitado en su salud y a tres años de su muerte.
La sala estaba llena de admiradores de Beethoven que suponían que iba a ser la última vez que le viesen. Y quedaron fascinados por tanta belleza. Cuentan que él estaba volcado en sus papeles, de espaldas a la sala, y que uno de los solistas le hizo volverse para que pudiese contemplar a un público conquistado por entero al que saludó con una inclinación del cuerpo. 
Como somos muchos los que no sabemos Alemán, pongo una traducción de las palabras del final de esta Novena Sinfonía. Sirven de invitación a la alegría de la fraternidad, don divino.

¡Oh amigos, no esos tonos!
Entonemos otros más gratos y llenos de alegría.
¡Alegría, alegría!

¡Alegría, bella chispa divina, hija del Elíseo!
¡Penetramos ardientes de embriaguez, oh celeste, en tu santuario!
Tus encantos atan los lazos que la rígida moda rompiera;
y todos los hombres serán hermanos bajo tus alas bienhechoras.
Quien logró el golpe de suerte, de ser el amigo de un amigo.
Quien ha conquistado una noble mujer ¡que una su júbilo al nuestro!
¡Sí! que venga aquel que en la Tierra pueda llamar suya siquiera un alma.
Pero quien jamás lo ha podido, ¡que se aparte llorando de nuestro grupo!
Se derrama la alegría para los seres por todos los senos de la Naturaleza.
Todos los buenos, todos los malos, siguen su camino de rosas.
Ella nos dio los besos y la vid, y un amigo probado hasta la muerte;
al gusanillo fue dada la voluptuosidad y el querubín está ante Dios.
Alegres como vuelan sus soles, a través de la espléndida bóveda celeste,
Corred, hermanos, seguid vuestra ruta alegres, como el héroe hacia la victoria.
¡Abrazaos millones de seres! ¡Este beso al mundo entero!
Hermanos, sobre la bóveda estrellada debe habitar un Padre amante.
¿Os postráis, millones de seres? ¿Mundo, presientes al Creador?
Búscalo por encima de las estrellas! ¡Allí debe estar su morada!
¡Alegría, bella chispa divina, hija del Elíseo!
¡Penetramos ardientes de embriaguez, ¡oh celeste, en tu santuario!
Tus encantos atan los lazos que la rígida moda rompiera;
y todos los hombres serán hermanos bajo tus alas bienhechoras.
¡Alegría, bella chispa divina, hija del Elíseo! ¡Alegría, bella chispa divina!

miércoles, 10 de mayo de 2017

Yubartas: las ballenas jorobadas.

Como sabes, las ballenas jorobadas o yubartas pueden pesar hasta 40 toneladas. No es de extrañar: miden, alguna, claro, 18 metros. Y hay ejemplares que llegan a nadar 25.000 kilómetros al año. Los machos ya grandes cantan horas y horas sin cansarse. Mezclan, dicen los entendidos de quienes aprendo, aullidos, rugidos y pitidos. Y dicen que, si lo hacen, por algo será.
Practican el veraneo. Nacen, con solo cinco metros de “altura”, en los trópicos donde deben crecer (¡hasta un metro cada mes) para poder viajar, en verano, hacia el Ártico o el Antártico que son zonas más fresquitas. Pero no lo hacen por lo del fresquito, sino porque su alimento es el krill, tan abundante allí. 
Tienen un peligro: ¡las orcas! Las conoces: miden, los machos, de hasta 9 metros (las hembras, casi 8), negras con manchas blancas para disimular su mala intención, y se comen todo lo que pescan, hasta tiburones. Y no digamos yubartitas, si alcanzan alguna. 
Y aquí viene nuestra reflexión. Las crías de yubarta, que necesitan crecer y engordar para poder alcanzar el Polo que le toque, maman mucho. Y son ellas las que le piden a la madre que las atienda. Rozan su cuerpo con el de la madre y, dicen los especialistas, que susurran. Porque el susurro no lo escuchan a distancia con su sónar peculiar las orcas, pero sí la madre cercana. 
No es traer por los pelos (las yubartas no lo tienen ni lo tienen las orcas) afirmar que en las familias actuales es frecuente que la adhesión de los hijos hacia las madres sea muy débil. La madre se convierte muchas veces en otra mujer para las hijas y se monta en casa una especie de escuela de llevar la contraria. Es decir, el resultado es que la mujer–madre deja de ser madre porque se acentúa en ella más su carácter de mujer. La madre, que debe conservar siempre su identidad de diosa del hogar, expone demasiado su convicción de que ella sabe lo hay que saber, tiene experiencia y autoridad, ella es la que manda… Ante una madre-mujer así, la hija se aleja, se rompe el contacto de la piel, desaparece el susurro… y crece una futura madre calcada sobre el desafortunado molde de la madre-mujer porque no ha habido una mujer-madre. Pero lo mismo sucede con los hijos varones. Si una madre no logra que su hijo se enamore de ella, logrará que ese hijo se encuentre muy a gusto a distancia. En todo: en distancia física, en distancia moral, en distancia afectiva. ¿No es triste? 

viernes, 5 de mayo de 2017

Biárbol: el valor de la diferencia.

Casorzo es un pueblo de la provincia de Asti (ya sabes: Piamonte, Italia). Ese árbol que ahí ves está en Casorzo y es un árbol muy especial: un cerezo ha nacido sobre un moral. Lo llaman con toda razón bialbero, biárbol (No es el único caso. En el parque natural de Plitvice, en Croacia, cuentan, la pareja la han formado un abeto y un melocotonero).
Se supone que un pájaro dejó caer el hueso de una cereza en el moral de modo que pudo alimentarse de la planta que lo había acogido  y ahondar sus raíces hasta alcanzar el suelo. Cada uno crece a su ritmo, se poda a los dos en el momento oportuno y crecen de modo que el cerezo, de cinco metros, da su fruto a su tiempo. El lugar es tan acogedor e inspirador que los viñadores de la zona lo han adoptado. Y bajo sus ramas celebran, con el malvasía del lugar, la llegada de la Primavera y el solsticio de Verano.
Se lee que Quinto Horacio Flaco, del siglo I aC, después de sus estudios en Roma y Atenas, probó las armas como tribuno a favor de la República. Perdió en Filipos pero, amnistiado, regresó a Roma. Conoció en Nápoles a Publio Virgilio Marón al que en su oda primera (3,8) lo define como mitad de su alma (“animae meae dimidium”). Ha habido en la Historia (en la gran Historia de los grandes y en la no menos grande Historia de los humildes) muchos casos de auténtica identificación de mentes y afecto. Los mejores, los que se dan (¡y se dan!) entre padre e hijo y maestro y discípulo. Pero para ello hace falta que, sin que ninguno de los dos pierda nada de su identidad, sientan ambos el calor amigo de la acogida, el valor de la diferencia y la capacidad de juzgarla, apreciarla y adoptarla en la medida oportuna para que cada uno de los dos siga siendo él mismo enriquecido con el encanto del otro.

domingo, 30 de abril de 2017

Exactitud, ejercicio de constancia.

La Galleria degli Uffizi que sin duda conoces, aunque no hayas estado en Florencia, es un singular edificio construido a partir de 1560 por el gran Giorgio Vasari para Cosme I de Medici. Su destino era el de oficinas para la administración. De ahí el nombre que tuvo al nacer y que ha conservado. Pero en 1765, desaparecidas desde hacía tiempo las oficinas que lo motivaron, Ana María de Medici lo abrió al público como museo, ya que en él se encontraban obras de arte de gran valor histórico y artístico. Una de ellas era La Adoración de los Magos que Leonardo de Vinci había pintado entre 1481 y 1482.
Hace pocos días ha vuelto, restaurada con exquisito cuidado, después de casi seis años de ausencia. Los entendidos dicen que en esa luminosa pintura sobre madera, de 246 x 243 centímetros, se pueden identificar elementos que serían después llevados a otros cuadros por el mismo genio.  
Para esta sencilla reflexión que ofrezco me agrada referirme a la estructura que se ve en el fondo del óleo. Son dos escaleras paralelas que, se supone, dan acceso a un palacio. ¿Por qué me interesan las escaleras? Porque Leonardo había hecho un dibujo minucioso, cuya reproducción encabeza este comentario, antes de trasladarlas a la pintura.
Y la reflexión que provoca este ejercicio meticuloso, línea a línea, en una perspectiva  fielmente observada, me hace pensar en la obra de arte de nuestra labor educativa: el fervor y el tiempo que le dedicamos, la entrega a su paciente, constante, atenta realización. No dejamos pasar ni un rasgo, ni un movimiento, ni una actitud que observamos para intervenir sabia y oportunamente después en el encauzamiento de los valores descubiertos, de las desviaciones observadas, de las intenciones más o menos intuidas en sus actos.
Porque mucho más que una obra magistral de un artista es la vida y la felicidad de cada uno de los destinatarios del noble oficio de forjadores de la personalidad de nuestros destinatarios.

martes, 25 de abril de 2017

La Olmeda: la historia "enterrada".

La conocida y autorizada revista National Geographic tomó la villa romana de La Olmeda (Pedrosa de la Vega-Palencia) para ilustrar el mes de septiembre de 2016 en su calendario anual. Le tengo un cariño especial y un respeto reverencial a la belleza de esta antigua villa romana de finales del siglo IV. Porque, poco después de su descubrimiento en 1968 y su posterior apertura al público, tuve el placer de seguir las explicaciones con que su descubridor, el santanderino don Javier Cortes Álvarez de Miranda, nos regalaba a los visitantes. La sencillez al relatar su asombroso descubrimiento, su atenta tenacidad en remover las tierras de su finca, su respeto desde el principio a lo que intuyó como un tesoro histórico y artístico, su cuidado al alumbrar metro a metro los 4.400 que comprende la villa, me emocionaron profundamente.
Doce años más tarde lo donó a la Diputación de Palencia que ha ido dedicando  atención a la mejora de los accesos y la protección y acondicionamiento de esta preciosa página de la historia “enterrada” durante dieciséis siglos.
Leo que National Geographic la emparejaba con monumentos de la historia como los restos de Tutankhamón, la Cueva de Lascaux, Machu Picchu, Pompeya, Petra, Angkor,  Abu Simbel… y otros pocos pero preciosos legados de nuestros antepasados de todo el mundo y de todos los tiempos.
Para algunos de nosotros y para muchos de nuestros jóvenes (¡y niños!) compañeros de camino, el pasado está pasado. Cuenta lo que va a venir, lo que acaba de llegar y somos capaces de entusiasmarnos con lo que neciamente llamamos trending topic (¡moda, ignorante!) solo porque es moda. El móvil (se supone que en la historia ha habido muchos móviles y a nuestro alrededor) ese móvil que todos sabemos y sus compañeros de incomunicación, nos entontece, porque nos impide ser nosotros mismos. Decimos que con él en la mano llegamos a todas partes, pero seguimos adelante aislándonos, ignorando tanta riqueza admirable, echando sobre nuestras vidas mucho tiempo perdido, mucha tierra de siglos.

jueves, 20 de abril de 2017

Crecer: lo más parecido a resucitar.

Encuentro una nota brillante entre otras vulgares:

Bienaventuranzas de la familia
Feliz la Familia que sabe dónde está la Verdad y la compra
Feliz la Familia que ha descubierto qué es el Bien y lo atesora
Feliz la Familia que conoce el sentido de la Justicia y la aplica
Feliz la Familia que vive la Libertad y la prodiga

Como el texto es en sí mismo un ánfora que se hunde en un pozo abundante y se rebosa, bastan aquí la reflexión que sigue y el deseo de que el que la lea, siga echando su corazón en la mina preciosa de la vida, la de los suyos y la propia.
El que se complace en contemplar así la felicidad de la familia da brillo a cuatro valores que están siempre en ella, pero que a veces se esconden en la alacena de las metas difíciles, en el rincón de los objetos incómodos fuera de uso, en una caja fuerte que rara vez se abre, en una redoma bien lacrada para que no se pierda el aroma.
Y, sin embargo, parece que la felicidad crece donde se sabe, se descubre, se conoce el sentido, se vive. Saber, descubrir, conocer el sentido y vivir son vivencias naturales en un cuerpo sano, ávido de ser, deseoso de vigor, salud, empuje.
Pero saber supone necesitar, buscar, ahondar, sudar, sufrir… Descubrir lleva consigo la valentía de abandonar la retaguardia, de lanzarse hacia lo que no se tiene exponiéndose a la incomprensión de otros (a veces muy poco “otros” y muy propios), a la contradicción, al cansancio, a la aparente inutilidad del esfuerzo. Conocer el sentido lo tiene el que afina el tino en sopesar, comparar, distinguir lo secundario de lo esencial, lo temporal de lo duradero. Y vivir es el resultado de volcarse en la grandiosa empresa de servir, dar la propia existencia, ver al que nos necesita, olvidar la esclavitud del pobre yo encanijado en sí.
La Verdad, el Bien, la Justicia, la Libertad son el alimento de nuestro hambriento ser y vivir. Son los ingredientes divinos que nos elevan por encima de nuestra caducidad hasta convertirnos en constructores de eternidad. El camino para salir de lo trillado por la costumbre, la comodidad, la inercia, la dependencia de los demás y de su aprobación de los otros.
Escribo el día en el que conmemoramos, es decir recordamos juntos, el triunfo de la entrega sobre el encogimiento visceral, la generosidad sobre el egoísmo, la Vida sobre la muerte: la Pascua de nuestro Hermano y Señor Jesús.

sábado, 15 de abril de 2017

El Tren eléctrico.

Recuerdas tal vez el relato de Graham Green, en una de sus Diecinueve narraciones, de su encuentro, en un gélido tren de posguerra lanzado hacia el empalme de Bedwell, con el único viajero que ocupaba el otro rincón del departamento. Trato de resumir sus doce páginas.
Empezaron pegando hebra con el comentario compartido sobre lo duro que estaba el panecillo que habían comprado en la estación y acabaron pronto hablando de la corrupción de menores.
El desconocido contó, con calor y un tono emocionado y feliz, de sí mismo, un muchachito de diez años, monaguillo en la parroquia de su pueblo, que llegó a entablar una interesada relación con uno de los dos panaderos del lugar,  precisamente con el que no lograba que le comprase el pan la familia del niño, sólidamente católica, porque el tal panadero se declaraba públicamente librepensador. Y para nuestro pequeño protagonista era, además, feo, tuerto y “con una cabeza en forma de zanahoria”.
Pero Blacker, el panadero, manifestaba hacia el jovencito, un interés especial, hasta el punto de invitarle a entrar en su casa para que viese un tren eléctrico que tenía montado en el suelo. Primero con curiosidad y temor y después vigilando que nadie le viese, entraba en aquella casa y disfrutaba maniobrando el fantástico trenecito.
Y un día recibió del dueño del tren una declaración grandiosa: “Es para ti”. La condición era muy simple: llevarle una de las formas consagradas en la Misa. El niño no dijo nada, porque deseaba el tren, pero no quería de ningún modo hacer aquel horrible acto. La lucha de un niño es dura cuando se enfrenta con un dilema como ese: “Este tren me hará feliz. Pero no puedo hacer lo que me pide”. Razonó todo lo razonable hasta sucumbir: comulgó como siempre aquel domingo, pero puso la forma, al ir a la sacristía para llevar las vinajeras, entre dos páginas de un semanario católico del P. Carey, el párroco. Al irse arrancó la parte del periódico con su precioso contenido. Se lo metió en el bolsillo y se fue a la fiesta familiar con unos parientes que habían llegado a casa.     
Al irse a acostar y registrar los bolsillos se encontró con aquel rollito y su alma se encontró zarandeada por deseos, recuerdos, promesas y… su horrible delito. Puso el rollito al lado de la cama y se acostó. Pero todo a su alrededor sonaba como ninguna noche y su corazón latía sin sosiego. “Me rondaba sobre todo la presencia de Dios allí en la silla”. Oyó un silbido: Blacker había ido a su casa y le hacía saber que esperaba lo prometido. El niño dijo que no y, ante la amenaza del panadero (“Subo a desangrarte y luego será mía”), se tragó todo.
No son solo los menores los que sucumben ante un halago. Los mayores, si lo somos, estamos tan expuestos como ellos, a renegar de lo que sabemos que es verdad por obtener la piltrafa de mentiras y promesas que acarician nuestra conciencia: más dinero, menos sensibilidad, más egoísmo, más libertad. Sólo una noche de amargo desengaño puede librarnos de la corrupción que nos hace esclavos de nosotros mismos con la esclavitud más triste que se puede dar.
El recuerdo y la celebración de la resurrección de Jesús debe ser cada año un refuerzo de nuestra fe y adhesión a la Verdad que nos hace libres porque es el triunfo de la Historia y de la vida que nos amenazan con ahogarnos.

jueves, 13 de abril de 2017

La familia... Nadie ni nada por encima de la Vida del otro.

He sufrido hondamente al encontrar, en algún rincón de tantos y tantos papeles como se nos ofrecen, esta enternecedora fotografía antigua. Su pie dice: “Una abuela lleva a sus nietos, sin saberlo, al interior de una cámara de gas en el campo de exterminio de Auchswitz”. Seguramente la conoces, querido lector. Para mí era nueva.
Los hechos apuntados y denunciados en la foto nos hacen volver, una vez más, la vista atrás y gritar en nuestro interior, con lágrimas o con violencia, por tantos y tantos actos de barbarie que han encanallado la historia de los hombres de todos los tiempos.    
Parecería, por lógica y por la imparable inercia de los días, que la vida es algo tan sagrado, tan divino, tan por encima de cualquier forma de saña o de insensibilidad, que nadie y nunca se atreviese a tocarla de ninguna forma. Y, sin embargo, a pesar de esa lógica, tan débil según parece, es constante en la historia de todos los tiempos y en todas las naciones, que haya quien ha creído y cree y seguirá creyendo, por su alta autoestima que le hace sentirse capaz de gobernar los astros, que el gobierno del mundo depende de su criterio y voluntad.          
Cuando la familia es el centro inviolable en el que brotan las vidas, como tesoros inigualables en la historia de los hombres, entrar en ella, desgajarla, profanarla, aplastarla de cualquier modo es hacer de lo más noble de lo existente un canibalismo repulsivo que nos rebaja como seres humanos.
Porque en ninguna cadena de la vida animal en cualquiera de sus manifestaciones, desde la más suave en sus formas hasta la de bestias aparentemente feroces, se producen esas aberraciones.
El hombre, sí. Algunos, naturalmente: “Si soy capaz de segar la vida, lo hago. Me demuestro que estoy por encima de todo y de todos”. Te demuestras, pobre engendro, que estás podrido por dentro y que estás por debajo de cualquier sentina humana que se pueda imaginar.