viernes, 18 de marzo de 2011

Y se hundió!

En 1628 se hundió el Vasa. Se construyó mal, dicen los entendidos; se botó peor, dicen los historiadores; y se hundió bien, muy bien, en su primer viaje, al escorar y llenarse de agua en la bahía, a dos millas (marinas, claro) de su “cuna”, los astilleros de Estocolmo. El rey Gustavo II Adolfo tenía prisa por verlo gloriosamente lucido por las aguas de todo el mundo y, sobre todo, por enfrentarlo a los polacos en la Guerra de los Treinta años.  Al cabo de los siglos - en 1961 después de purgar su titanismo (¿recuerdan el Titanic?) en el limbo de sus 333 años de ostracismo submarino - se recuperó. Y ahí está en su Vasamuseet (el único barco que tiene un museo para él solo) de Estocolmo, luciendo su gloria de ser nave, su largo sabor a fango y su vergüenza de no haber servido nada más que para vergüenza del rey.  
¿Conocen ustedes a hombres hundidos? ¿Han visto alguna vez a jóvenes reposando en el lodo? Casi siempre están así por culpa de sus constructores. Creyeron sus padres que bastaba con tener apariencia (como los 54 metros del Vasa), dos pies para pisar el mundo (como su corta manga de menos de 12 metros), amplia bambolla para sorber los vientos (como los 1.275 metros cuadrados de velamen), y más que suficiente fiereza para enfrentarse con quien fuese (como aquellos 64 cañones de bronce) y se encontraron con que una leve brisa los escoró en la vida y se llenaron del lastre de la muerte.
Hacer hombres es una tarea preciosa, una profesión sublime, un programa superior a cualquier otro de los que existen. ¿Pero cuántos responsables hay que entren en la dura escuela de formarse para ello? A medida que pasa el tiempo y se suceden las generaciones, las oleadas de padres improvisados son más numerosas. Y sus hijos, desarbolados o con heridas en su calado, ceden rápidamente y se convierten en despojos de un museo triste como es el de los sin-ganas, sin-ilusiones, sin-amor, sin-vida.

miércoles, 16 de marzo de 2011

Más datos salesianos.

De los 15.952 salesianos en el mundo, en España trabajan algo más de 1.200, que dirigen 362 obras en las que se atiende a unos 400.000 destinatarios. Por una parte, en España hay 100 colegios, entre ellos 36 con Formación Profesional, donde estudian cerca de 90.000 alumnos y trabajan unos 6.000 profesores.
Además, funcionan 103 centros juveniles, en los que participan 24.000 jóvenes acompañados por 2.500 animadores. Otra de las tareas que realiza la Congregación en nuestro país es el trabajo en 92 parroquias o iglesias públicas. También existen cerca de 40 plataformas sociales o centros de atención para jóvenes en riesgo de exclusión.
Los novicios en todo el mundo rondan el número de 481.
Y los obispos y cardenales son 119. Los primeros se encuentran, casi todos, en las regiones más pobres: Asia e Hispanoamérica.
Salesianos Sacerdotes 10.507
                Coadjutores  1.915.
Países en los que trabajan los salesianos: 130.
Número de Provincias y Viceprovincias 89
Salesianos Italia-Medio Oriente        2.356 (-78)
                   Europa Norte                  2.459 (-24)
                   Europa Oeste                  1.502 (-52)
                   América Norte-Centro      1.569 (-71)
                   América del Sur              2.090 (-44)
                   África-Madagascar           1.432 (+35)
                   Asia Este – Oceanía         1.438 (+30)
                   Asia Sur                          2.584 (+12).
En la Casa General y la Universidad Pontificia Salesiana (Roma) hay 213
La Provincia  con más Salesianos Piamonte-Valle de Aosta: 537
                    con menos, Hungría: 39
La Provincia con más novicios Vietnam: 38.
En la India hay: 10 Provincias/ 337 casas/ 2.504 Salesianos (de éstos, 126 Novicios)
En Italia hay:    6 Provincias/ 2.395 profesos y 16 Novicios.

lunes, 14 de marzo de 2011

Caminar, caminar...


Acabo de contemplar una viñeta inteligente, sorprendente: presenta a un hombre en una silla de ruedas tirada por un perro casero. ¿A dónde lo lleva? ¡A ningún sitio! El perro patalea en una cinta de correr.
Puede parecer extraño que los santos toquen temas que parecen propios de una clínica de rejuvenecimiento. Pero, no. Los santos vivían la realidad de la vida en la cercanía a los hombres y de ellos tuvieron siempre cuidado y atendieron santamente a su salud. Don Bosco, un santo que “lo hizo todo con lógica”, como dijo una vez un buen conocedor suyo, escribía a este propósito: 
El movimiento es lo que más aprovecha para la salud. Tengo realmente motivos para reconocer que viene de esto. Siendo yo seminarista, y en los primeros años de mi sacerdocio, siempre andaba delicado; después me moví mucho y me puse de nuevo bueno. Recuerdo todavía que una vez anduve con don Francisco Giacomelli más de veinte millas piamontesas en un día. Salimos de San Genesio para hacer unos recados en Turín y volver después a Avigliana. Otras veces salía de Turín e iba a I Becchi en seis horas y hacía a pie las doce millas sin casi parar un instante. Aún ahora, cuando me siento muy cansado y oprimido, salgo, voy a ver a algún enfermo hasta el Po o hasta Puerta Nueva y no tomo ningún vehículo, de no ser necesario por la importancia de un trabajo, las prisas o el peligro de faltar a una cita. Yo soy del parecer de que una causa, y no indiferente, de la falta de salud en nuestros días procede de que no se hace el movimiento que antaño se hacía. La comodidad del ómnibus, del coche, del ferrocarril quita muchísimas ocasiones de dar paseos, aun breves, mientras hace cincuenta años se tenía por paseo el ir de Turín a Lanzo a pie. Me parece que el movimiento del ferrocarril y de los coches no le basta al hombre para encontrarse bien. Aprovecha, por ejemplo, excitar el sudor en los pies y este efecto no se obtiene estando sentados; además, el movimiento que parte del pie, esa pequeña sacudida que se da al cuerpo al golpear el suelo con los pies, me parece que excita todo el cuerpo y le da vigor.
El ejercicio físico es un consejo que todos los médicos, o casi todos, dan para arreglar cualquier mal del cuerpo o casi todos. Pero es que con ese ejercicio del cuerpo y sus consecuencias valiosas vienen otros ejercicios no menos necesarios y beneficiosos: de la mente, de la voluntad, de la capacidad de observar la Naturaleza y gozar con ella, de ejercitar cuando es posible el compañerismo y la solidaridad.

sábado, 12 de marzo de 2011

Nuestras huellas.


Si viene esta noche ante nosotros Francis Galton  (1822-1911) no es porque fuese primo del conocidísimo Charles Darwin, que lo era;  ni porque aportase un toque de acierto al intento fallido del francés Alphonse Bertillon en su método de identificación de personas y hace casi ciento veinte años ofreciese en su libro Huellas dactilares el método todavía en uso para lograrlo, que lo aportó. No.
Entra en el arranque de estas líneas porque, como  buen conocedor del ser humano, y entre sus muchas experiencias e investigaciones, de errores graves y aciertos plausibles, insistía en que la convivencia humana debe condimentarse con una amable acogida y una sonrisa constante. Quiso demostrárselo a sí mismo para demostrárnoslo a nosotros. Y él, que paseaba apoyado en un precioso bastón por las calles de Birmingham, saludando y sonriendo a todos, hizo esta prueba un día: bajó a la calle adoptando un semblante sombrío, distante, casi hostil, como minado por un agudo dolor de estómago… Y contaba... que la gente que le conocía evitaba cruzar la palabra con él, la desconocida procuraba dejarle paso libre y distante. Y contaba… que hasta un caballo que observó su cara le dio una coz.
¿Cómo condimentamos nosotros la vida? ¿No creéis que la niña que habla a gritos es hija de una madre que adoba la vida familiar con gritos y voces? ¿Que el insulto que suelta un adolescente por un quítame allá esas pajas a un amigo es un brote espontáneo de los que ha escuchado en su casa desde que tuvo uso de razón o antes? ¿Que la debilidad diarreica con que ensucia las calles que patea es efecto de la misma enfermedad de su abuelo o de su padre?  
La sociedad, la pandilla, la calle, la escuela… no curan de eso. Al contrario: ofrecen muchas veces (o siempre) y gratis sobredosis de lo mismo.
La familia que da bien de comer a sus hijos, que ofrece alimentos sanos, no  caducados ni contaminados, que pone amor en la exigencia y ternura en la corrección, que ofrece aperitivos de los valores esenciales en la vida, que da ejemplo de un apetito correcto y oportuno, de selección de lo que come, de digestiones maduras y de fuerza para no ceder ante la sugestión de cualquier engaño de apariencia, logra de los hijos que crezcan sanos, equilibrados, solidarios, con un respeto digno ante los demás  y las instituciones y el deseo de aportar lo mejor de sí mismos.

jueves, 10 de marzo de 2011

¿Desmenuzarse?


El suelo se resquebraja. La piedra se desmigaja entre los dedos. Se producen socavones amenazadores. Las calles están desiertas. Aunque en verano Lésina Marina, en la provincia italiana de Foggia, se llena con miles de turistas cercanos: “¡En la playa no hay peligro! Y en septiembre nos vamos”.
Es un fenómeno alarmante, pero natural, dicen los expertos. Su sino último, tarde o pronto, es la disolución. ¿Pero cómo es posible? Lo atribuyen a la densa red natural de aguas que van reblandeciendo todo por capilaridad. O por lo que sea. La tierra se empapa de agua y se convierte en polvo. El canal de Gargano podría ser el causante. Y se plantean trasladar a la población con sus casas lejos de esa trampa mortal.
¿No lo han observado ustedes a su alrededor, en sí mismos, en las instituciones que parecen fundadas para sostener y que no se sostienen ellas mismas? ¿Han observados ustedes a sus hijos, si los tienen, o a las muchachas y muchachos de la edad que tendrían sus hijos si los tuvieran?
“¡Exageras!” No parece. Nos gustaría que todo esto fuese una exageración: pero no es así. No es posible que se inventen aparatos tan sabios que lleguen a la resonancia magnética de la personalidad. Pero si así fuese, la alarma de una pandemia de inconsistencia de nuestro sistema óseo espiritual sería terrible.  
La educación de los niños hoy es la de la complacencia: “¡Que no sufran!”. Más todavía: “¡Que se diviertan!”. Muchas madres recurren a los médicos pidiendo sólo para sus hijos algo para que no les duela lo que les duele. No les importa estar maleducándolos dándoles de comer lo que les gusta. O atiborrarlos con veneno en forma de dulzainas. ¡Cómo penan los padres que ven a sus hijos ahogados por la droga! Y fueron ellos, los padres, los que los indujeron a morir así dejándolos empezar ¡por la complacencia!  
¡El gusto! Es el criterio más alto de nuestra vida actual. Basta analizar los programas políticos de todos los partidos, de todas las tendencias. En lo más alto de sus proyectos está la meta: “Estado de bienestar”.
El esfuerzo, la superación, el trabajo, la exigencia, la constancia, la renuncia, la generosidad, el altruismo, la solidaridad, la responsabilidad, el deber, la entrega, la nobleza, la apertura, el sentido del “otro”, la dignidad, el honor… “¿Dónde va usted? ¡No sea rancio! Esas son cosas de cuando no teníamos qué comer. ¡Ya está bien de sufrir! ¿No se ha enterado usted de que la democracia nos ha traído un modo distinto de vivir? ¡Déjenos de antiguallas y respete nuestro modo de ser y de ver las cosas!”.     
¡Pues no tenemos que dejar! El polvo de nuestra roca no puede convertirse en la médula de nuestras vidas.

martes, 8 de marzo de 2011

Ceniza: ¿algo en tu vida para cambiar?


Los Yanomami (o Yanomamos), una etnia del profundo Orinoco, se beben las cenizas de sus muertos: se las comen mezclándolas con la pasta del “pijiguao”, fruta de la palmera chonta. O chontaduro, pupuña, pijuayo, pixbae, cachipay, pejibaye, tembe... que de todas esas formas se llama esa palmera de tierras americanas. Creen que en los huesos está la vida de la persona fallecida y que al comer sus cenizas la hacen volver a la comunidad de la que, de ese modo, no se apartan.
Pasada la tormenta del carnaval, nosotros vertemos sobre nuestras cabezas (un ligero toque para no estropear nuestra figura) unas cenizas que nos marcan como conversos. Confesamos con ese gesto querer llevar a lo más profundo de nuestra convicción la lección del “ayer”, de lo que parece que ya no es, pero que puede convertirse en fuerza de nuestra vida. Como los Yanomamos.
¿Y qué más? Pues, por ejemplo, podríamos preguntarnos si de verdad somos conversos. Si de verdad nos hemos reorientado en el camino. Si no es mentira o no es verdad que nuestra vida ha cambiado. ¿Tenía que cambiar?
Escribía Horacio, Quinto Horacio Flaco: Carpe diem quam minimum credula postero. Que en una traducción ramplona de sentido podría decir: Diviértete hoy porque a lo mejor mañana no puedes. Y llega el “mañana” y como ya es “hoy”, nos toca el mismo ejercicio: divertirnos mientras podemos, que mañana… Hoy es martes de carnaval y mañana, el entierro de la sardina. 
Tal vez Horacio quería decirnos otra cosa: Invierte el tesoro que tienes con este “hoy” en los mejores negocios que puedas. No te fíes de que llegará un “mañana” en el que puedes caer de nuevo en la ilusión de poderlo dejar para más adelante.

lunes, 7 de marzo de 2011

El libro Vojnicz.


Existe un libro manuscrito de 230 páginas (pero le faltan bastantes) de autor desconocido, que no se sabe cuándo se escribió (se cree que a principios del siglo XV) ni dónde ni qué dice.
Parece que fue propiedad de Rodolfo II de Bohemia, nieto de nuestro rey Carlos I. Y pasó por varias manos hasta que en 1912 un inquieto buscador de libros raros, el  lituano Michal Wojnicz (y cuando se nacionalizó norteamericano Wilfrid Michael Voynich) lo compró al Colegio Romano (ahora Universidad Pontificia Gregoriana). Desde 1969 figura entre los libros insignes (MS 408) de la Universidad de Yale. Se llama el libro Voynich.
Y no se sabe lo que dice porque, a pesar de que muchos sagaces intérpretes de textos cifrados se han quemado las cejas (se suele decir, pero eso era antes: ahora no se usan velas para alumbrarse) intentando averiguarlo, ninguno llegó a ninguna conclusión. Ni se sabe en qué lengua está escrito (si es que está escrito en alguna lengua), ni qué significan sus palabras (si es que son palabras lo que se ve), ni cuál es el equivalente de sus letras (si son letras los signos que figuran en él).
Por si alguno de los que leen estas líneas tuviese poder mágico para descifrarlo, damos una mínima muestra de su escritura.
Hay muchos libros que no dicen nada, aunque tengan muchas palabras. Pero sirven, cuando menos, para hacer ejercicio de lectura. Y a propósito del libro Voynich a todos se nos puede ocurrir lo siguiente: si, metaforeando mi vida, yo fuese un libro, ¿qué les diría a los que me “leyesen”? Puede ser que algunos de los que conviven conmigo me calificasen como una broma pesada. Otros, como con ganas de llamar la atención. Algunos como una pérdida de tiempo. Otros, como un ser raro incapaz de ofrecer comunicación, de ofrecer amistad, de abrirse como un hogar a la presencia de los imposibles amigos. Sería triste y debe dejar de serlo.
Tengo que descubrir (y puedo), antes de que me clasifiquen en el frío anaquel de los ya idos como un MS (manuscrito…),  lo más hondo del sentido de mi vida: el valor que debo acrecentar, el color que toman mis actos y mis gestos, mi sonrisa y mi saludo, el servicio que me ennoblece, la entrega que me hace fecundo, el amor que me convierte en creador.