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viernes, 12 de octubre de 2018

No dejar morir...


Vincenzo tiene 80 años. Es calabrés, pero reside y trabaja en Roma desde hace ya casi 60. Tiene su pequeño taller de zapatero, como “los de siempre”, en un barrio histórico, el de San Lorenzo, que en tiempos pasado fue lugar de la vivienda de obreros, ferroviarios y artesanos y ahora es meta de visitas históricas (¡San Lorenzo!), piadosas (¡el cementerio del Agro Verano!) y residencia de estudiantes de la cercana Universidad de la Sapienza.  
De él dicen que es un poco gruñón, pero un gran profesional, enamorado de su trabajo que va a dejar. Hace todavía “con los ojos cerrados” el par de zapatos que le encargan y deja como nuevos los que le llevan para “ajustarlos”.
Él define su oficio como “una ciencia”. Y tiene toda la razón de quien ofrece ese soporte que usamos kilómetro a kilómetro en la vida sin pensar demasiado en él, porque llega a convertirse en parte de nuestros propios pies.
Después de este verano Vincenzo echará el cierre a su noble santuario de trabajo si no encuentra un alumno que siga sus pasos. 
Vivir enamorados del propio trabajo no es un regalo que nos hayan hecho. Es una actitud inteligente, que debemos dejar también en patrimonio a todos los que nos conocen o reciben algo de nosotros. De nosotros no heredarán el “oficio”, pero deben heredar siempre el “beneficio”. No serán, como soy yo, profesor, abogado, proyectista, torero… Pero el “beneficio”, el “honrado quehacer”, el “enamoramiento por nuestro trabajo y nuestro servicio”, sentirse “felices” por poder hacerlo, por hacerlo bien, por ‘beneficiar’ al mundo que me acoge, debe ser una transfusión de vida y entusiasmo que dejo como la herencia más noble, eficaz y feliz.

viernes, 18 de julio de 2014

Lutetia.

Dicen los que entienden que en el sistema solar hay unos 25 millones de asteroides, metálicos o silíceos, de más de 100 metros. El de nuestra foto se llama Lutecia, del tipo M (metálico), que tiene la forma irregular que se puede apreciar y mide, más o menos, 132 kilómetros de largo. Dicen que tiene cuatro mil millones de años. Se llama Lutetia (el nombre que le dio Julio César a la actual París) porque en París lo descubrió el 15 de noviembre de 1852 Hermann Mayer Salomon Goldschmidt, un alemán que fue a la capital del arte para aprender a pintar, pero que se dedicó definitivamente a mirar el cielo desde el balcón de su casa (¡y descubrió 14 asteroides!, incluida Lutetia).
Otro nombre amable: Rosetta. Es el de aquella piedra, parte de un cipo de Tolomeo V de Egipto, hoy en el Museo Británico, con un mismo texto escrito en tres “lenguas” (jerogífico, demótico y griego) que descubrió en 1799, como quien no quiere la cosa, en el delta del Nilo, el soldado francés Jean-François Bouchard. Como sabes, fue el estudioso Jean-François Champollion el que descubrió poco después, en 1822, el significado del jeroglífico y de la “lengua” egipcia, valiéndose del griego correspondiente en la misma piedra.        
Y Rosetta llamó la ESA (Agencia Espacial Europea) a la sonda espacial que hizo esta foto, entre otras cien más, hace cuatro años. Pasó muy cerquita, a 3170 kílómetros, de Lutecia, camino del cometa 67P/Churyumov-Gerasimenko sobre el que un módulo de “aterrizaje” intentará posarse este año.
¿A qué viene todo este absurdo viaje por el mundo cercano, el tiempo misterioso y el arcano espacio? Es fruto de la preocupación que me viene cuando contemplo junto a tantos mundos llenos de talento, dedicación, constancia, esfuerzo, entrega,  insomnio… y observo a muchos jóvenes que carecen de espíritu. Les falta curiosidad por saber, por aprender, por investigar, por acercarse a la Vida, a la Naturaleza, a la Historia con avidez como el que sabe que es parte de ellas y debe sentirse parte interesada por ellas. No ya – o solo – porque la vida vacía deja de ser vida y se convierte en muerte mal disimulada. No ya – o solo – porque estudio es crecer en el conocimiento del “aire” que nos rodea y gracias al cual vivimos.
Hay quien no ha oído nunca que vivimos recibiendo y que debemos vivir dando. Que somos o debemos ser fuente. Que no nacemos para hacer vida propia del programa “¡Ahí me las den todas!”. Como Teresa nos encarece al escribir a su marido Sancho Panza, al saber que le han hecho gobernador de una Isla, mira tú por dónde, precisamente “Barataria”: «Sanchica hace puntas de randa, gana cada día ocho maravedís horros, que va echando en una alcancía para ayudar a su ajuar; pero ahora que es hija de gobernador tú le darás la dote sin que ella lo trabaje. La fuente de la plaza se ha secado, un rayo cayó en la picota y allí me las den todas». 

lunes, 12 de mayo de 2014

Parsimonia.



Dicen los entendidos que parsimonia quiere decir usar, condicionar, desplegar las cosas, la vida, el propio aliento con un ritmo firme, entregado, decidido, enérgico (añade todos los adjetivos que quieras), pero también oportuno, prudente, sabio, cuidadoso. Un buen amigo me permite comentar una parábola sobre la parsimonia en forma de cuento que él escuchó a su abuelo. Tal vez lo conozcas ya, pero va bien recordarlo y aplicarlo de nuevo en tu labor de educador. Y como el cuento en sí es sustancia pura, te ahorro glosas. 

Narraba así: “Érase un principito que no quería estudiar. Cierta noche, después de haber recibido una buena regañina por su pereza, suspiró tristemente diciendo: «¡Ay! ¿Cuándo seré mayor para hacer lo que me apetezca?» Y he aquí que, a la mañana siguiente, descubrió sobre su cama una bobina de hilo de oro de la que salió una débil voz: «Trátame con cuidado, príncipe. Este hilo representa la sucesión de tus días. Conforme vayan pasando, el hilo se irá soltando. No ignoro que deseas crecer pronto… Pues bien, te concedo el don de desenrollar el hilo a tu antojo, pero todo aquello que hayas desenrollado no podrás ovillarlo de nuevo, pues los días pasados no vuelven».

El príncipe, para cerciorarse, tiró con ímpetu del hilo y se encontró convertido en un apuesto caballero. Tiró un poco más y se vio llevando la corona de su padre. ¡Era por fin rey! Con un nuevo tironcito, inquirió: «Dime, bobina. ¿Cómo serán mi esposa y mis hijos».

En el mismo instante, una bellísima joven y cuatro niños rubios surgieron a su lado. Sin pararse a pensar, la curiosidad se iba apoderando de él y siguió soltando más hilo para saber cómo serían sus hijos de mayores.

Entonces se miró al espejo y vio la imagen de un anciano decrépito de escasos cabellos nevados… El príncipe se asustó de sí mismo y del poco hilo que quedaba en la bobina. ¡Los instantes de su vida estaban agotados! Desesperadamente intentó enrollar el hilo en el carrete, pero sin lograrlo. Y la débil voz amiga nunca escuchada y que tan bien conocía le habló así: «Has desperdiciado tontamente tu existencia. Ahora ya sabes que los días perdidos no pueden recuperarse. Has sido un perezoso al intentar pasar la vida sin molestarte en hacer el trabajo de cada día. Este es el fruto». Y con un grito de pánico, cayó muerto.

domingo, 13 de octubre de 2013

Tesón Plinio.


Plinio el Viejo (Cayo Plinio Cecilio Segundo nada menos), que fue un prodigio de observación, estudio, honradez y sabiduría como escritor, gobernante y militar, murió víctima de la erupción del volcán Vesubio en agosto del año 79 cuando iba en una nave a rescatar a las víctimas de la playa de Stabies. Dejó una riquísima herencia de escritos de los que se conservan sólo, desgraciadamente, los 37 libros de Historia Natural. En uno de ellos, el 35, refiriéndose al pintor griego Apeles, del que dice que no dejaba pasar un día sin pintar algo, escribió esas palabras tan conocidas nulla dies sine línea, con las que nos estimula, aún hoy, al trabajo constante, del que él fue tan buen ejemplo. 

La vagancia no es ajena a la naturaleza humana. Es vago el que cree no necesitar nada. Y hay muchos tontos que lo creen: - Si ya tengo todo, ¿para qué moverme en búsqueda de algo que no necesito? Algunos estudiosos de la motivación dicen que a ésta la mueve la emoción.

Sabemos muy poco de los animales, aunque creamos saberlo casi todo. Y esos estudiosos afirman que un animal al que se le facilita satisfacer todas sus necesidades sucumbe rápidamente. Como parece que los animales no sienten emoción, los saciados no se mueven fácilmente con esfuerzos gratuitos.

El hombre es, sobre todo, un fantástico cofre de emociones. Y es más hombre-hombre (porque hay también hombres-menos hombres) cuando encauza sus emociones en la búsqueda de su perfección. Y se somete al ejercicio de sus cualidades (aun sin pensar que con ello está caminando hacia su excelencia) por el placer de recrearse, de crear.

Investigar, estudiar, trabajar, servir, crear, añadir, completar, culminar fueron los verbos que vivieron tanto Plinio como su admirado Apeles. 

El gran Maestro, el buen Amigo, Jesús de Nazaret, nos lo enseñó con la parábola de los talentos confiados para que produjesen riqueza.

¿Qué estoy haciendo yo con los talentos que me han confiado?

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Salticus scenicus.



Esta noche he vuelto a ver en mi ventana un alguacilillo. No me importa que otros lo llamen araña cebra y que Carl Alexander Clerck le diese el nombre, justa e indudablemente circense, en su Svenska spindlar (Arañas de Suecia) en 1757, de Salticus scenicus. Porque yo le seguiré llamando como cuando, siendo niño, trabé amistad con él. Aunque confieso que, a simple vista, por buena que fuese mi vista de entonces, no supe bien cómo es: cuerpo pequeño y negro, seis milímetros más o menos,  con rayas blancas; cortas y potentes patas que le permiten saltar (de ahí su nombre); y ocho espantables ojos, de los que cuatro, los de la fachada de delante, se ven bien en la foto que me dejó y que os dejo ver con mucho gusto. 
Es una araña. Pero un poco especial. La seda que produce, como toda honrada y laboriosa araña, la dedica a asirse al lugar del que salta cuando le va bien para su estrategia de cazador. Es decir, es altamente ahorrador. Y (¡esto es lo importante!) caza moscas de un salto.
Como ahora hay menos moscas, hay también menos alguacilillos. Si encontráis alguno, respetadlo por el bien a la humanidad que practican. Y si tenéis la habilidad de cogerlo, sin hacerle daño, podréis tenerlo un momento en la mano y saludarle atentamente. Es inofensivo.
Y ahora la reflexión para nuestra mochila. Hay arañas que hacen telas preciosas y enormes, presumen de artistas, gastan inútilmente su preciosa y pegagosa seda y después no dan golpe. Tienen habilidad de tejedoras, pero despilfarran en tejer toda su riqueza y caen fácilmente en crisis de depre, carestía y de paro. No dan golpe. Manchan los rincones de los altillos. Su vida es la espera en la solitaria y aburrida nostalgia de un turismo que no pueden hacer. El alguacilillo recorre el mundo en busca de presas. Hace una vida atlética y sana. Nos libra de moscas y se despide sin dejar vestigios de su fugaz presencia.
Así los hombres. Y las mujeres.

sábado, 15 de diciembre de 2012

Et Circenses.



Fue Décimo Junio Juvenal quien escribió en el puente del siglo I al II, en su sátira 10, esta frase que tanto repetimos los viejos: … nam qui dabat olim imperium, fasces, legiones, omnia, nunc se continet atque duas tantum res anxius optat, panem et circenses…. Que viene a decir (pero no te contentes con mi traducción un poco rastrera): … pues quien daba en el pasado el poder, la justicia, el ejército, todo… ahora se contenta afanosamente con sólo dos cosas: pan y circo. Ya sabes: circo eran los espectáculos que se regalaban al pueblo para tenerlo contento; y pan el remedio del descontento de los pobres que habían visto subir el precio del trigo y necesitaron convertirse en paniaguados del Estado.
La annona era un derecho. Había empezado, como sabes, siendo una diosa (con mayúscula, por tanto: Annona), protectora de las trojes oficiales. Y se convirtió en el sustento gratuito o casi gratuito que, desde Cayo Sempronio Graco el año 123, recibía el pueblo. Treinta y dos años más tarde 40.000 ciudadanos romanos tenían ya derecho al sustento público. Augusto se encontró en Roma, cuando estrenaba siglo (nuestro siglo I), con  200.000 de estos. Se alegraba de haber podido robustecer al Estado y a 50.000 de sus sustentados al quitarles el pan y hacer que se lo ganasen. 
Pero poco más tarde, Septimio Severo se dijo que por qué los de su pueblo (Leptis Magna, en África) no iban a tener los mismos derechos que los romanos de Roma.
Y el número de los beneficiados subió hasta 320.000. Septimio Severo Alejandro mejoró la cesta de la annona y en vez de trigo, para ahorrar trabajo a su sudoroso pueblo, le dio trigo hecho ya pan. Y Aureliano, en el alba del siglo III, daba ya pan y medio por cabeza. ¡Y vino! ¡Y carne de cerdo!
Este fue el Aureliano (Lucio Claudio Domicio Aureliano, que era húngaro, es decir, de la Panonia romana) que dejó su nombre en la muralla de ladrillo, todavía visible en Roma,  que levantó por miedo a los bárbaros venían despeñándose desde lejos. Y no se daba cuenta de que los bárbaros que estaban acabando con el Imperio estaban dentro. Y que fueron estos bárbaros domésticos, con sus regidores, los que llevaron a Roma al derrumbe económico y a su desintegración y desvanecimiento.
Y como esta historia es de por sí elocuente para todos los tiempos, ¡ojalá que valga para el nuestro!

sábado, 13 de octubre de 2012

Sensatez.



La luz que la Escuela de Salamanca lanzó sobre España y Europa en el siglo XVI brilló en los sensatos y concretos planteamientos económicos de Luis de Ortiz, contador de Hacienda de Castilla en el reinado de Felipe II. Los expuso en 1558 en el Memorial al Rey para que no salgan dineros de España.
En realidad, dicen los expertos, proponía un plan de desarrollo para detener (o, al menos, aminorar) la crisis económica que padecían nuestros abuelos. Por ejemplo: conservar el oro para rebajar el precio de los productos: fomentar los recursos, eliminar el ocio introduciendo el trabajo y la manufacturación de productos en vez de exportar las materias primas (¿recuerdas a Guicciardini?), supresión de las aduanas entre los diversos reinos de España, desamortización de los bienes de la iglesia y reforma fiscal. Esto suponía aumentar la productividad, fomentar el crecimiento demográfico, fomento de los regadíos, repoblación forestal, restricción de la expansión monetaria, disminución del consumo.
No se hizo nada. Pero los doctos de la democracia actual con sus sucesivos gobiernos podían haber recordado y aplicado a tiempo sus propuestas (modernas entonces y adaptables ahora) para ahorrarnos el síncope económico que padecemos, culpa de la torpeza secular y puede ser que racial que nos alienta.

Tal vez agrade leer algunas líneas del Memorial.
Entendido está que de una arroba de lana que a los extranjeros cuesta quince reales, hacen obraje de tapicerías y otros paños y cosas labradas fuera de España, de que vuelven dello mismo a ella, valor de más de quince ducados, y por el semejante de la seda cruda en madeja de dos ducados que le cuesta una libra, hacen rasos de Florencia y terciopelos de Génova, telas de Milán y otras de que sacan aprovechamiento más de 20 ducados; y en el hierro y acero de lo que les cuesta un ducado hacen: frenos, tenazuelas, martillos, escopetas, espadas, dagas y otras armas y cosas de poco valor, de que sacan más de 20 ducados y a veces  más de ciento. Y ha venido la cosa a tanta rotura que aun la vena de que se hace el hierro llevan a Francia, y allá tienen de poco acá herrerías nuevas, todo en daño no sólo de nuestras honras pues nos tratan peor que a bárbaros, mas aún de nuestras haciendas, pues con estas industrias nos llevan el dinero, y la misma orden se tiene en la grana y en la chinchilla y a lo demás que en España se cría y viene de Indias…