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lunes, 1 de julio de 2019

El mundo que nos toca respetar.


En la Escuela Superior Sant’Anna de Pisa (Italia) el Instituto de Bio-robótica ha ideado y realizado un sueño: un robot comeplástico. Es un robot cangrejo llamado Silver 2. Explora y limpia los fondos marinos. En el área marina protegida de Le Secche delle Meloria ha comenzado, de momento, su búsqueda de microplásticos.
Está a la espera de que le doten de un brazo con el que pueda recoger bolsas y botellas. Pero, mientras tanto, alienta la noticia de que se esté investigando en este ineludible proceso de liberarnos de la asfixia del plástico.        
Este regalo se debe a Marcello Calisti, colaborador de Cecilia Laschi, pionera en la robótica marina que ideó el primer robot “suave” inspirado en el pulpo, para combatir la contaminación del mar.
Un regalo como este debe servir para despertar en nosotros sentimientos y actitudes como las de admirar la pureza de la Naturaleza, la hermosura en todas sus dimensiones, la generosidad de los bienes que produce, la capacidad de regenerarse cuando se lo permitimos, el placer de vivir en un mundo tan diverso, tan luminoso, tan generoso, tan constante en darse y rehacerse.
Pero, al mismo tiempo, no debemos ni podemos permitir que junto a nosotros haya quien malviva y maltrate esa nobleza natural del mundo (“mundo” significa limpio, hermoso) del que somos parte, del que recibimos todo lo que tenemos de “natural”,  del que seremos parte íntima cuando hayan pasado muchos años de nuestra presencia sobre él. 

miércoles, 22 de mayo de 2019

El jugador educado.


Aunque sean cosas del pasado sirven para iluminar el futuro. Y, en todo caso a nosotros educadores, para subrayar lo que tiene de noble un gesto en algo tan duro y aparente, y de algún modo tan acalorado como el fútbol.
El hecho fue, ya en tiempo muy lejano (en la temporada del 2007 al 2008), que el jugador egipcio Mohamed Salah bin Ghaly, jugando con el Liverpool contra el Waltfor, le hizo cuatro goles al entonces portero del equipo contrario, el griego Orestis Karnezis.
Cuando al final del partido el árbitro pitaba que ya estaba todo hecho, Salah pensó que faltaba una cosa. Y se fue hacia el portero Karnesis y le pidió perdón por haberle metido cuatro veces el balón en la portería. Así lo interpretaron muchos de los  testigos, amigos o enemigos de aquellos goles. Uno de ellos escribía. “Es difícil no querer a Salah”.
La “buena educación” suele heredarse. Y si los padres son y están bien educados  orientan a sus hijos desde muy pequeños hacia actitudes y gestos que manifiesten la nobleza del corazón. Un mal educado no tiene un corazón noble. Prevalecerán en su corazón los sentimientos de “a mí qué me importa”, “allá él”, “se lo ha ganado”, “me tiene sin cuidado”…
Porque la raíz está ahí: que si crezco modelando mi corazón en el respeto, el aprecio, la estima, la compasión (que significa sufrir con otro),  el altruismo, “tú el primero”… estoy dando a mi corazón, mi conducta y mi trato a los demás lo más rico que hay en mí: “El sentido del otro”. 

jueves, 29 de agosto de 2013

Zabazoques.



Como todo el mundo sabe (hasta mi primo Sindulfo que es un poco distraído), los almotacenes eran los encargados en los mercados medievales de chivarse de las desobediencias a las normas establecidas. Tenían un nombre sagrado porque su oficio era casi dar la vida (al menos la vista y el olfato) en beneficio de la comunidad para que la autoridad social y moral pudiese conocer y castigar al atrevido transgresor. Nombre sagrado, porque parece que, por su origen en los zocos árabes, la palabra equivaldría a “el que gana  méritos ante Dios” o almuhtasab.
Dependían del zabazoque (sahbassuq, jefe del mercado) y a él le referían con pelos y señales, a veces un poco exagerados, el delito.
Cuando hoy debe uno pasar por la fatalidad de asomarse a los zocos modernos, en los que respiramos (o no podemos ya respirar), de la política, los mercados, los bancos, los forbes, las modas, los ingresos, las trampas, el deporte, los contratos, la prensa, la radio, los partidos, las leyes, la justicia, los fichajes, las tvs, las parejas, las desparejas, los dopajes, el arte, el cine y el teatro… nos entra una justificada sensación de miedo por la enorme población de hurones que los llenan. 
Ya sabéis del hurón: se esconde, aparece, desaparece, husmea, se yergue en actitud atalaya, clava su segura dentadura de almotacén social y… ¡a otra carga! ¿Son defensores del orden, de la honradez, de la probidad de proceder, de la asepsia moral? No, en absoluto (o para nada, como se dice ahora). Han mordido y se han llevado tajada: para vender, para vencer, para convencer, para herir, para denigrar, es decir, ensuciar… Y, si pueden, descalificar, sembrar la sospecha, cargarse al enemigo, al que sobresale, al que triunfa… O al que tropieza, al que cae, al que le cuesta levantarse. ¿Saben lo que es compasión, respeto, esperanza, perdón, compasión? Prueben ustedes a decir algo (un algo muy pequeño, si quieren, y muy cierto) contra su “dignidad”. Pero salgan corriendo, porque la carrera del hurón es inimaginable.

sábado, 21 de mayo de 2011

Comer flores.


Marco Gavio Apicio  fue un gastrónomo romano del siglo I durante los reinados de Augusto y Tiberio. Se le atribuye un libro, De re coquinaria, con 500 fórmulas de cocina. Sin duda el libro a comienzos del siglo V ya no era todo suyo y hay quien duda de que tuviese algo de él. Se imprimió por primera vez en Milán en 1498.
Era un hombre excéntrico y muy rico, pero su excentricidad le llevó a perder toda su fortuna. Fue el inventor del ahora llamado foie-gras a partir del hígado de gansos ahítos de higos. De ahí el nombre que se le da a esa víscera.
Tiene recetas con pétalos de rosa o flores de mejorana, salsa de flores de cártamo.  Más tarde Carlomagno bebía vino con flores de clavel y sor Virginia de Arcetri, hija de Galileo Galilei, hacía mermelada con flores de romero y a Isabel I de Inglaterra le gustaba la macedonia con prímulas.
En Japón, actualmente, se sirven ensaladas de pétalos de crisantemos enanos o  de magnolias. Y entre nosotros gustan los caramelos de violetas confitadas y las mermeladas y gelatinas de rosas.
Con flores de saúco mezcladas con huevos y queso se hacen gustosísimas tortillas. Y si se añaden requesón y huevos salen muy ricas filloas. Las flores comestibles son muchas: mimosa, saúco, clavel, glicinias, jazmín, malva y margaritas. A las que se añaden los aromas de las hierbas de olor y las flores de la mostaza, de la salvia, del romero, del tomate, de los guisantes, del perejil, de la berenjena, del pimiento, de las judías… Las flores de los crisantemos enanos, como se ha dicho, enriquecen el sabor del puré de patatas y los pétalos de rosas en el postre o con el pescado y el espliego en los sorbetes les dan un toque de frescura especial.
Pero es más importante el segundo paso: comer o cenar poniendo en la mesa una flor. Basta una, que no hace falta comer, naturalmente. Porque en ese momento de convivium o symposion o banquete (que es siempre la comida que se hace sin prisas, sentados, con otros a los que se ama y aprecia) las flores, aunque sean muy sencillas, aunque no sean muchas o sea una sola, son la firma de la acogida, de la amistad, del amor. Convierten el acto puramente fisiológico de cada día en un acto de entrega de aprecios. Y nada mejor que una flor para autenticar su nobleza.
Y el tercero, el tercer paso en el empeño de embellecer la comida es que en ella no se viertan condimentos que retuerzan o envenenen el aire amable que mantiene a los comensales en convivencia: miradas torcidas o ajenas, palabras sutiles de crítica o suspicacia, preguntas que rocen el velo invisible del respeto o el aprecio, conversaciones sobre personas, temas y problemas forasteros al dulce espacio de querer y dejarse querer. Una comida o una cena familiar nunca pueden ser una comida o una cena “de trabajo”. No hay en la acogida lugar para el trabajo. Sólo la paz educada y el sosiego hecho de casa pueden ser el premio de la llegada a puerto.

miércoles, 4 de mayo de 2011

Casa de Muñecas.


Hace casi 132 años que Henrik Ibsen estrenó su Casa de muñecas. Su contenido lo conocemos todos y su argumento se da de vez en cuando en la vida familiar. Para aquí cabe, en cambio, que transcribamos algunos latidos del corazón o del cerebro de los protagonistas del drama, los esposos Nora y Torvald.  
La obra es un escaparate de la vida interior de los cinco personajes que se asoman a él: grandeza e indignidad, venganza y perdón, amor y apariencias,  frivolidad y hondura, cercanía y desvío, heroicidad y torpeza… en las formas diarias de moverse que tenemos los humanos a remolque del egoísmo.
Torvald Helmer, el ”honrado”, el frío, el juez, el dictador familiar, asevera casi al comienzo de la obra, refiriéndose al hogar (?) de un amigo (?): “…una atmósfera de mentiras contamina toda la vida de una casa. Cada vez que esos chicos respiran, respiran un aire lleno de gérmenes malignos… Casi todos los jóvenes delincuentes tuvieron madres corruptas… Krogstad estuvo años envenenando a sus propios hijos”.
Y ya al final, comenzado el desenlace, habla Nora: “Llevamos casados ocho años, Torvald. ¿No te das cuenta de que ésta es la primera vez que tú y yo, marido y mujer, nos sentamos a tener una conversación seria? ... me di cuenta de que viví ocho años con un extraño. Y que tuve tres hijos con él”.
Y cuando Torvald piensa que todo puede volver a empezar, añade Nora: “Tendríamos que transformarnos los dos hasta tal punto que... esta unión pudiera convertirse en un matrimonio de verdad”.
Es triste que se necesiten ocho años de matrimonio, de cercanía, de muchas cosas, aun íntimas, en común (y ¡qué bien si se puede hacer y vale para algo!) para tener una conversación seria y para proponerse y lograr convertirse en un matrimonio de verdad. La costumbre hace que, viviendo sin tener una conversación seria, resulte imposible intentar un matrimonio de verdad.  
No es ya hora. La ligereza, el engreimiento, la buscada ignorancia, la egolatría hacen al hombre ciego. Es mucho mal para que pueda curarse con un acto de voluntad. Faltó el conocimiento de sí y de la otra, el ejercicio del respeto, la estima, el amor auténtico y, a ser posible, la veneración, para que el matrimonio de verdad compartiera en una continuada conversación seria (y seria no significa triste, ni trascendente, ni estirada, ni académica) la belleza del amor.
Seria significa verdadera, auténtica, consistente, sólida, profunda, de ensimismamiento, de identificación, empapada de cariño, de comprensión, de franqueza, de transparencia… Y conversación es el bello ejercicio de verter en un mismo recipiente, el del amor, las ideas, los sueños, los deseos, los proyectos, los temores, las sensaciones, los más hondos sentimientos del genuino afecto.

jueves, 28 de abril de 2011

Probióticos... prebióticos

Hay muchos Justin célebres. Pero en este momento, sin dejar de lado al canadiense Justin Bieber de todos conocido, me quiero referir al doctor Justin L. Sonnenburg. Ha afianzado la convicción de que en nuestro cuerpo hay células que no son del cuerpo; esto es: que están de alquiladas. Y que se puede contar con ellas (y con las que nos traguemos debidamente seleccionadas y acondicionadas) para arreglar nuestra indómita salud. Ya hay en el mercado y nuestros frigoríficos alimentos atiborrados de probióticos y prebióticos. Asusta leer (o tal vez leí mal, porque era letra pequeña): 100 millones no menos de 250 millones de células vivas. Se ve que son tantas y con tantas ganas de entrar, que los encargados de dosificar se han resignado a no contarlas. Por mucha confianza que traten de darme, no me digan que esto no es una avalancha, una invasión, un allanamiento de morada. Porque ¿qué hago yo con tanta célula extranjera?
Como el doctor Sonnenburg, de la Universidad de Stanford (EEUU), es una autoridad en esta materia, le voy a consultar si su regla vale también en la educación de los hijos. Si su curiosidad, sus ganas de preguntar, de inquirir, de enredar, su geniecillo, su actitud desafiante cuando alguien trata de imponérseles, su alegría desbordante, su encierro en sí mismos cuando algo se les ha torcido… son probióticos que están ahí dentro para que la mente y el corazón de los padres logren un fruto reconvertido de deseo de saber, de capacidad para investigar, de no quedarse en ociosos de oficio, de dominar las cuestas arriba que se les vayan presentando, de saber relacionarse sin dejar que los manejen, de llenar su mundo de luz auténtica y de claro optimismo.
¡Ah!: y los prebióticos. Porque si el niño nace sin pañales y crece sin papilla y es la madre la que se lo pone o se la da en el momento y en la forma adecuada, necesitan igualmente (¡y mucho más!) que se les inculquen (¡qué palabra más sonora, más denostada por algunos y más descuidada por la mayoría!) los principios y los valores que necesitan ya ahora y después y más tarde y siempre. Para elegir bien, para asumir lo bien elegido, para mantenerlo en adecuado cultivo. Para descubrir que el instinto es bueno, pero que no es el gran capitán de la vida. Que existen otras actitudes que deben adquirirse, ensayarse, practicarse, mantenerse y optimizarse: la generosidad, la solidaridad, el respeto, el esfuerzo, el trabajo, la austeridad, la constancia, la auto-exigencia, la precisión, la veracidad, la bondad, la fortaleza… Es decir, la honradez total (porque si no es total no es honradez). 

jueves, 31 de marzo de 2011

Amad la vida y respetadla

El aire huele a vida. El valle del Jerte estalla de blanco y dentro de pocos días (estamos a 31 de Marzo) parecerá un valle nevado. En muchas calles de nuestras ciudades se han encendido de vida los ciruelos japoneses (los expertos los llaman Prunus cerasifera) que hacen del paseo un regalo indecible. Y en muchas de nuestras ciudades un gentío que ama la vida, que defiende la vida, que desearía que ninguna vida quedase hundiese en la sentina del egoísmo, sale a proclamar su fe en la vida.
Hace muchos años un joven sacerdote, débil de fuerzas, pero recio en ser leal a la vida, visitaba las cárceles, conducido por otro santo defensor de la vida. Nuestro aprendiz de ministro de la Vida descubrió que las prisiones que visitaba, llenas de jóvenes, eran la antesala de la muerte, física o moral. Y descubrió que el Señor de la vida le destinaba a salvar aquellas preciosas existencias. Era Juan Bosco.
Muchos años más tarde, en 1884, pocos antes de su muerte, hablando en la fiesta de su santo a un grupo de jóvenes sacerdotes, antiguos alumnos del Oratorio de Valdocco, que habían ido a felicitarle:
“El Señor, que nos quiere a todos felices, nos da a conocer con estos azotes lo preciosa que es también nuestra vida temporal. Y vosotros, queridos hijos míos, procurad en vuestros sermones hablar a menudo de la muerte. Hoy en día no se hace aprecio alguno de la vida. Uno se suicida porque no puede soportar los dolores y las desgracias; otro arriesga la vida en un duelo; éste la derrocha en el vicio; ése se la juega en arriesgadas y caprichosas empresas; aquél la echa por la borda, arrostrando peligros para lograr venganzas y desahogar pasiones. Predicad, pues, y recordad a todos que no somos nosotros los dueños de la vida. Sólo Dios es el dueño. Quien atenta contra su vida, hace un insulto contra Dios; la criatura hace un acto de rebeldía contra su Creador.
Vosotros, que tenéis talento, encontraréis ideas y razones en abundancia y la manera de exponerlas para inducir a vuestros oyentes a amar la vida y respetarla, con el gran pensamiento de que la vida temporal bien empleada es precursora de la vida eterna”.

martes, 29 de marzo de 2011

Dios no da manotazos

Encaminándonos, en el momento que nos encontramos, hacia la luz y el triunfo de la Pascua, no está de más considerar que nos sucede como a nuestro Maestro y Señor: solamente llegaremos a la luz y el triunfo definitivos atravesando, de algún modo, momentos de oscuridad y dolor; que pueden ser en muchos casos la incomprensión, la humillación, el desprecio...
No hemos de pensar que estas situaciones tengan que darse únicamente de modo personal, sólo en ese ámbito.
La fe en Cristo Jesús nos hace hermanos y nos constituye en una misma familia. Es la Iglesia, la familia toda de Jesús, quienes estamos hoy sufriendo la persecución, la humillación y el acoso en muchos lugares y niveles. También muy cerca de nosotros. ¿Llegamos a sentir que nos salpica ese dolor?
No podemos reducir nuestra actitud al lamento, a la queja y la protesta. Es verdad que hay situaciones y comportamientos que nos indignan. ¿A quién no le causa vergüenza y estupor, aunque no sea creyente, lo sucedido hace unos días en la Capilla de la Universidad Complutense de Madrid? ¿En un lugar de cultura y preparación de las futuras generaciones se puede dar tal grado de prepotencia e intolerancia?...
Podemos hacer muchas más preguntas y expresar nuestra indignación...
Pero, ¿nos sentimos cercanos y partícipes del sentimiento de quienes, estando allí orando, sufrieron la humillación, el desprecio...?
Hay una cuestión en la que me ha hecho reflexionar la frase de un ateo francés, Albert Camus, que encontré en una lectura hace unos días: “La honestidad consiste en juzgar a una doctrina por sus cimas, no por sus subproductos...”. Por el contexto de sus palabras, se refería a la fe cristiana.
Existen en nuestro tiempo muchas personas que siguen juzgando al cristianismo, a la Iglesia, por sus errores, fracasos y pecados únicamente; pero no prestan atención a sus “cimas”… Forma parte de la condición humana.
Hay un reto y compromiso para nosotros: ser capaces de convertirnos, en este momento que vivimos,  en “cimas”; a fin de que, tanto ahora como en la historia posterior que nos juzgue, podamos ser punto de referencia de honestidad, de fidelidad, de amor...
En las circunstancias que nos toca vivir, “nuestra vida será el testimonio más difícil, pero también el más auténtico”. Contamos con la ayuda del Señor. Y con su ejemplo.
También Él presintió el sufrimiento y tuvo miedo... Sin embargo, se sometió a la muerte. Una muerte que, incluso muchos creyentes, podemos considerar gratuita, innecesaria..., porque se hubiera podido evitar “con un manotazo de Dios sobre los hombres malvados”...Pero no es ese el proceder de Dios.

viernes, 25 de marzo de 2011

El respeto...


Hace algunas semanas seres procedentes de las cloacas o de algún zoo de puertas abiertas (¡universitarios, no!) invadieron las capillas de dos centros educativos. De todos es conocido el hecho.
Podemos asegurar que no eran universitarios por muchas y fuertes razones. Una de ella es que los hechos tuvieron lugar en dos universidades. Y en ellas hay un responsable último y responsables intermedios (educadores, como se exige y supone a quienes forman hombres y mujeres y no domesticadores de animales) que velan porque en el ámbito universitario no tengan lugar actos parecidos a aquelarres de hienas. Es decir, usan todos sus recursos para que no invada su recinto la marabunta.
Un universitario es una persona educada. O, si todavía le falta algo para serlo, está en camino de lograrlo. Es más, se supone que en ese camino, ya a las alturas de la universidad, se va adelante con un bagaje de educación notable.
Un universitario, ya antes de serlo, es persona. Y la persona sabe que el rasgo más elemental de comportamiento cuando se forma parte de un grupo humano (las piaras son otra cosa) es el respeto. No a las ideas, que no existen por sí mismas, sino que se tienen. Y bien puedo no tener las ideas que tienen otros. Pero respeto, sí. Respeto a la Naturaleza, al derecho de cada uno, a las personas.
Las dictaduras, cuando fueron iniciativa de cerebros desbocados, no fueron y no son respetuosas. Un universitario, que estudia el mundo que contempla en la historia y en la cruda realidad que le rodea, conoce bien los rasgos de los dictadores. Y entre ellos está el de no tener respeto a las personas. Van a lo suyo que es prevalecer. Prevalezco porque sé que yo tengo el poder, tengo la razón, tengo la fuerza, tengo las ganas, tengo necesidad de suprimir al que no piensa como yo, al que no se calla bajo mi bota…      
Un universitario sabe que la ciencia (que es lo que se ofrece y busca en la universidad) está estructurada sobre el respeto. El que impone (sea catedrático o alumno), el que excluye (esté aprendiendo o crea que está enseñando), el que descalifica (tenga o no, o crea tenerlo, título para ello) no es persona. Será o querrá ser león jefe de la manada, o procesionaria que abre camino vertiendo babas de adhesión, pero no persona, porque no tiene respeto, porque ignora que hay otros y que cualquier otro quiere ser y tiene derecho a ser él mismo. Respetando a su vez, claro está.