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sábado, 29 de junio de 2013

Gorgona.



La isla más pequeña (2 kilómetros cuadrados) y la más septentrional de las siete del Archipiélago toscano (hay además peñascos y otros accidentes menores; pero están también la isla de Elba y la de Montecristo: ¿recuerdas?: Napoleón, Dumas…) es la de Gorgona. Tiene 220 habitantes. De estos, 40 son un poco especiales: asesinos condenados a penas largas que pasaron en parte en otros penales hasta que merecieron ser trasladados aquí. Y aquí están ¡felices! ¿Felices? Bueno, uno de ellos dice: “Estás fuera y eres libre. Yo conduzco un tractor. Trabajo. Parezco una persona normal. En los demás sitios estás encerrado 23 horas al día”. Y junto con otro preso, también de 30 años, cultiva la viña (sólo una hectárea) de la dinastía de los marqueses de Frescobaldi, productores de vino desde la Edad Media y que venden su producto, 2.700 botellas de vino blanco, a 50 euros la botella a buenos gustadores. Pagan un sueldo a los presos y venden el vino.
Gorgona es colonia penitenciaria desde 1869. Pero hoy los reclusos viven allí una vida muy especial. Porque otros se dedican a preparar selectos productos cárnicos, pollos, queso, aceite de oliva, hortalizas, frutas... Los presos sólo pasan las noches en sus celdas. Y dicen: “¿Por qué no se puede establecer un sistema de rehabilitación como el nuestro en otras partes?". "Aquí hay una buena vida. Eres libre. Tienes la oportunidad de aprender. Me siento afortunado. En otras prisiones es horrible. Vives en jaulas, como los perros salvajes. No son aptas para seres humanos. Si estás encerrado en una celda, privado de cosas básicas como la intimidad, te vuelves peor. Aquí puedo ver el mar, salir a pasear. El tiempo pasa".
La “alcaidesa” de Gorgona, Maria Grazia Giampiccolo, es una inteligente mujer partidaria de dirigir a los presos hacia el mundo del trabajo, construyendo relaciones con empresas del exterior: "Necesitamos posibilidades reales de reinsertar a los reclusos en la sociedad. Si la respuesta no va más allá de la cárcel, siempre será inadecuada".
Ahora vamos a lo nuestro: ¿nos parece que hay muchos padres y educadores que tengan en cuenta estos criterios en la educación de sus hijos, niños, adolescentes y jóvenes confiados a su cuidado y a su amor?
Conocemos el milagro de la educación de Juan Bosco que, para evitar que los jóvenes fuesen a parar a la cárcel, creó para los que encontró en el arroyo un clima de acogida, de aprecio, de autoestima, haciéndoles sentir que crecían con el estudio y el trabajo como “honrados ciudadanos y buenos cristianos”. Es triste comprobar que algunos padres no se han enterado todavia de que sus hijos no saben si su padre los quiere, si su padre los estima, si confía en ellos.